Patricia Escobar
Columnista / 25 de septiembre de 2021

La música tiene poder

Primero fueron los niños y ahora son los mayores de 60. Sentarse frente al televisor a ver como un puñado de niños o de adultos mayores expresan con la música todas sus emociones, anhelos, sueños, y como cuentan sin tapujos historias de vida cotidiana que para muchos son lejanas, es la mejor medicina para días llenos de noticias tristes, alarmantes, violentas. El poder de la música es inconmensurable.

Unos y otros, niños y adultos, han encontrado en la música un motivo para soñar y vivir, una forma de comunicarse, de expresarse, de aprovechar el tiempo. Y el formato del programa nos muestra que distintos, pero a la vez que iguales somos los colombianos, y cuan poderosa es la música.

Un costeño cantando llanero; una barranquillera cantando música regional mexicana; una chocoana convenciendo con temas liricos; unos veteranos de mil batallas y unos chicos comenzando a vivir entonando vallenatos, muestran que la música no tiene fronteras, que hay que sentirla para compartirla, que une a las familias, que nos divierte y nos hace más humanos.

Las interpretaciones, pero sobre todo los preámbulos a las presentaciones pueden estar cargadas de historias que nos hacen llorar, que nos conmueven, que nos muestran el valor de los que superan adicciones o problemas médicos, que nos hacen reír, que nos hacen conocer un país inmenso en talento con seres humanos maravillosos, un país que ha abierto sus puertas a extranjeros que se quedan enamorados de todo lo que es Colombia.

Todo ello y mucho más que muestran programas de talentos musicales debería indicarle a nuestros dirigentes, a nuestros maestros y a los padres de familia que más importante que aprender a sumar, que aprender las capitales del mundo, o las combinaciones de elementos, debe ser apoyar y fomentar en los chiquillos el amor por el canto, por la música, por el arte. Cuando las clases de música y danza no sean solo un relleno, cuando en todos los jardines infantiles y colegios se permita a los niños cantar, tocar un instrumento, bailar, entonces comenzaremos a construir una sociedad diferente. Una sociedad que “no castre” lo que nos hace verdaderamente felices, y que lo hace porque en la vida, en esta vida, en esta sociedad lo más “importante” es tener, no ser. Es tener un trabajo que te de plata para satisfacer un poco de cosas que no son tan necesarias y que al final de cuenta no son las que nos hacen felices.

Feliz es la niña de Barranquilla que se siente orgullosa porque su papá le lleva a la casa lo necesario y le ha permitido crecer musicalmente y compartir eso con sus amiguitos del barrio. Feliz es el español que llegó a Villa de Leyva y se quedó para cantar en las noches en una pequeña taberna de esa población. O el maestro de matemáticas o el profesor del Amazonas que ahora adultos se sintieron reyes cumpliendo sus sueños de subirse a un escenario de lujo.

Dios quiera que algún día, todos entendamos que la cultura y el deporte nos dan grandes satisfacciones y son los que a la larga sacan la cara por el país. Ojalá comprendamos que no todo en la vida es plata y que la felicidad no es tener lo mejor del mundo mercantilista. Ojalá entendamos que hay que permitir a todos los niños se expresen de la mejor manera.

Así como nos conmovemos con un programa de televisión, así como nos unimos en familia para verlo, así como aprendemos de las vivencias ajenas, así como disfrutamos de los logros y sufrimos por los que deben salir, así seremos como sociedad el día en que el arte sea una obligación escolar y no castremos los talentos y los sueños de niños y jóvenes.

Entendamos de una vez por todas que la música tiene poder.

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