Juan Alejandro Tapia
Columnista / 10 de junio de 2023

De poder a poder 

No es contra los periodistas la pelea del presidente Petro, o por lo menos no contra los reporteros rasos que son amenazados en las marchas por los manifestantes gobiernistas, sino contra un sector de los medios de comunicación, el más tradicional y poderoso, la mal llamada «gran prensa», manejado por conglomerados económicos que desde siempre lo han visto como el enemigo y que, a juicio del jefe de Estado, ejerce oposición desde los micrófonos y las salas de redacción. ¿Es absurdo lo que plantea Petro? ¿Cuestionar un enfoque noticioso es lo mismo que amordazar o censurar? ¿Son intocables los medios?

Fue la revista Semana, antipetrista de primera línea, la que destapó el escándalo de la niñera de la jefa de Gabinete Laura Sarabia. Y eso que, si las revelaciones son ciertas, la funcionaria ya estaba al tanto de que la historia iba a ser publicada. Pero nada ni nadie pudo impedirlo. Frente a la compleja realidad del periodismo en Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Venezuela –para qué mencionar a Cuba–, con periodistas encarcelados y exiliados, cierres de medios e imposición de la narrativa oficial, Petro no ha dado hasta ahora muestras de intolerancia, sino de desacuerdo. La propia directora de Semana, Vicky Dávila, en entrevista con el exembajador en Venezuela Armando Benedetti, afirmaba que era imposible «parar» una noticia en su revista. Queda claro entonces que, a pesar de los señalamientos del presidente, algunos de ellos exacerbados y en plaza pública, invocar el fantasma de la represión parece exagerado. Y si bien las dudas de los organismos que defienden la libertad de prensa son oportunas y válidas, también lo es el debate al interior de los medios tradicionales sobre su papel en una época de cambios e incertidumbre.

¿Falta a la ética o a su compromiso de difundir información veraz un medio de comunicación que tome partido por un gobernante, un candidato o una corriente política? Sin lugar a dudas, no. Pero si un medio brinda apoyo irrestricto o no comparte una postura ideológica debe quedar claro, es una norma mínima de convivencia. La audiencia de Fox News, caja de resonancia del partido republicano y en especial de Donald Trump, sabe de antemano a lo que se atiene. Va en busca de algo y lo encuentra. Sin llegar al extremo de embaucar a su público, en Colombia no son pocos los medios que se aproximan al cuestionado estilo del canal estadounidense, pero en la puerta cuelgan el letrero de la objetividad, imparcialidad y ecuanimidad. 

Hubo una época, no tan lejana, en la que el editorial de El Tiempo era palabra sagrada, y en ciudades como Medellín, Cali y Barranquilla lo que no aparecía registrado en El Colombiano, El País y El Heraldo sencillamente no había pasado. Herencia del Frente Nacional, la realidad pareció unificarse y la narrativa gobiernista inundó el panorama informativo. La credibilidad de la «gran prensa» no era puesta a prueba y gozaba de la mayor aceptación, según las encuestas. ¿Qué sucedió? Que internet y las redes sociales quitaron el velo de los ojos y dejaron a los periódicos al desnudo. La multiplicación de las opciones informativas y la posibilidad de que cada ciudadano tuviera a su alcance herramientas para asumir el rol de «periodista» minó la confianza depositada en los gigantes de papel y asfixió sus finanzas. El poder político ejercido por un grupo de familias desde los albores del siglo pasado fue asumido por los conglomerados económicos, con lo que la orientación editorial quedó en manos de banqueros y negociantes. De los Santos, los Cano, los Lloreda, los López Caballero, oligarquías de periodistas que cimentaron el respeto a la prensa, los impresos pasaron al control de los Sarmiento, los Santo Domingo, los Gilinski, sin el mismo tacto para disimular sus intereses que sus antecesores.  

La caída prematura de los periódicos significó la muerte de la confianza en la prensa. A nada en Colombia se le ha rendido más culto que al papel. Tierra de trámites, demandas, tutelas, peticiones, leyes, artículos, decretos, ordenanzas, hasta hace un puñado de años todo era archivado en folios. «Lo escrito, escrito está» significaba que lo que imprimían las rotativas no podía cambiarse porque era cosa juzgada, y eso, a una ciudadanía acostumbrada a la malicia indígena, a la trampa, no dejaba de transmitirle seguridad. En la vorágine de las pantallas digitales, en cambio, la realidad es efímera, lo que ahora es verdad en cinco minutos puede no serlo y lo publicado por un medio de comunicación con un siglo de existencia tiene casi el mismo valor que lo denunciado por un portal recién aparecido o incluso un hashtag viralizado con tretas de algoritmo. La oferta abre el espectro informativo y de opinión, da cabida a independientes y marginados, facilita la construcción de narrativas, pero agrupa a las personas en nichos de niveles mínimos y obliga al ciudadano desprevenido a escoger cuando quizá no se encuentra preparado para hacerlo. Es como pararse con el control en la mano frente a la parrilla de Netflix sin saber muy bien lo que se busca. 

Consulados sobre el caso de la niñera sometida al polígrafo y chuzada de forma ilegal para conocer sus conversaciones telefónicas, las respuestas de varios asistentes a la marcha del miércoles en Bogotá, transcritas por el diario El País, de España, revelan que, pese a la contundencia de los hechos, la pérdida de la credibilidad en la prensa y la segmentación de la atención ha traído consigo el refugio en las emociones: «La verdad, es mucha información, me es difícil entender qué pasó entre tantos medios amarillistas”, dijo Luis Heredia, estudiante del Sena, de 18 años. «Al final no se sabe bien cómo fue la ‘vuelta’ con la niñera, ni por qué Benedetti aceptó una embajada sin estar contento, pero no por eso pueden decir que este gobierno es ilegítimo”, comentó Marta Prieto, sindicalista de la Central Unitaria de Trabajadores. En este río revuelto pesca Petro, que lejos de amenazar a sus críticos ha optado por ganarse la condescendencia de un grupo de medios tan importantes como el propio diario El País, la revista Cambio y la emisora La W, contrapeso a Semana, La FM y Blu, y espera salir al aire dentro de poco con su programa de televisión por el canal estatal. Y pesca también el poder oculto detrás de los rostros de periodistas que son usados como carnada, algunos de ellos entre los más renombrados del país, para enarbolar la bandera de la libertad de prensa con el propósito de proteger sus inversiones.

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