Este productor de cine y tv monteriano confiesa que le encanta captar la complicidad de las parejas que llegan al altar.

El día que Miller Passos recibió de su papá Víctor una Nikkon D-90 para que se ganara unos pesos extras, entendió que el amor entre él y la cámara fotográfica sería “Hasta que la muerte los separe”, como escucha decir en cada matrimonio que es contratado.

Esta relación “indisoluble” comenzó a sus 22 años, cuando se había graduado del programa de Producción de Cine y Televisión en la Universidad Manuela Beltrán de Bogotá.

Para ese entonces su padre, docente de matemáticas y con especialización en audiovisuales, era considerado el videógrafo de las fiestas sociales de Montería.

“Toma esta cámara, te vas a ganar 3.500 pesos por cada foto. Te la presto y me pagas comisión”, le dijo Óscar, y así fue, pues Miller comprobó que era una profesión menos desgastante y más productiva que la parte audiovisual en el que hasta ese entonces había ejercido.

A los pocos meses vino una reflexión que le cambió su vida. ¿Qué puedo hacer yo que no se parezca al trabajo que hacen los demás?, se preguntó varias veces.

Buscó referentes de la fotografía y se inscribió en varios seminarios de capacitación que lo ayudaron a terminar de formarse para subir el nivel de su trabajo.

Miller, padre Salomón y Thiago, nacidos de su unión con Abril Palacio, cuyo matrimonio programado para el 8 de abril tuvieron que aplazar, confiesa que al principio no le gustaba mucho trabajar en bodas, pero poco a poco descubrió que era lo suyo.

Por eso viaja con las parejas para captarlas en escenas poco usuales: vestidos de blanco metidos en el mar, acostados sobre la arena con la fecha del día que se conocieron escrita sobre la arena, o saltando y danzando al ritmo de tamboras y flautas de millo.

“Una boda es la máxima expresión de amor entre dos personas que prometen estar siempre el uno para el otro ante toda adversidad, amarse , respetarse y ser cómplices en cada momento. Y ahí siempre quiero estar yo para captar esas historias”, anota.

Passos dice además que disfruta de cada instante, incluso desde la primera cita con las parejas a quienes le gusta hablar, pero también escuchar.

“Me gusta conocerlos un poco. Escucharlos, orientarlos, en ese sentido soy relajado, pero muy disciplinado. No pongo obstáculos sino que facilito el proceso”, dice.

Por su trabajo, muy reconocido no solo en Montería sino en el resto de la Costa y del interior del país debe viajar con frecuencia.

Un fin de semana puede estar en Mompox, en el otro en las playas de Córdoba y Sucre o en Barú.

Miller dice que desde que ha ganado prestigio como  fotógrafo de bodas porque siempre le gusta ir un paso adelante y romper esquemas.

Desde hace diez años tiene tu propia marca que ofrece servicio de fotografía y audiovisuales en eventos sociales. “Me gusta la exclusividad con los clientes, captar cada instante antes, durante y después de la celebración”, asegura.

Tiene pleno apoyo no solo de Abril, su pareja desde hace 17 años, sino de sus padres Óscar y Alcira, y sus hermanos  Kelly (destacada diseñadora de modas), Cristian (ingeniero civil) y Manuel (ingeniero ambiental) que trabaja con él en la parte de videos.

Al principio de la pandemia, permaneció dos meses cesantes, pero luego de varias conversaciones con el arquitecto y decorador de eventos Carlos Arturo López, uno de sus grandes amigos, decidió reiniciar.

Propusieron servicios a domicilio y eventos con pocas personas, cumpliendo las medidas de bioseguridad, por lo que su hermana Kelly se encargó de diseñar los trajes antifluídos para reiniciar su trabajo.

Reconoce que esta pandemia fue un desafío para adaptarse a las nuevas circunstancias y rediseñarse para seguir captando con su cámara historias de amor, su gran pasión.