A cualquier hora y varias veces al día, los colombianos constantemente reciben llamadas de entidades bancarias, almacenes, empresas de telefonía y hasta agencias de viajes que ofrecen sus servicios y rifas. Estas llamadas se incrementan cuando va finalizando cada mes.
Insistentes llamadas telefónicas y desde distintos números, es parte de la realidad con la que deben lidiar no solo quienes tienen deudas morosas, sino los ofrecimientos que hacen permanentemente empresas en rebajas y servicios.
Esta sí es una historia de la vida real que están sufriendo los colombianos. Los nombres de los protagonistas han sido cambiados para proteger su integridad.
ESCENA 1
Amalia se atrasó diez días en el pago de la cuota de su vehículo que adquirió antes de finalizar el año anterior, cuando el 2020 se vislumbraba como maravilloso. Un día una llamada a las 7 y 30 de la mañana terminó de despertarla. Al otro lado de su teléfono celular, la voz de una mujer con acento extranjero después de saludarla cordialmente, le recordó que estaba atrasada en su cuota. Amalia le explicó que no había podido pagar porque a su correo, como era habitual desde que se inició la pandemia, n le había legado el extracto. La mujer, que más parecía una grabación que cualquier otra cosa, no prestaba atención y sólo se limitada a recordarle el atraso y lo que podía pasarle si no cancelaba.
En el transcurso del día, recibió tres llamadas similares de la misma “compañía” de cobro. Mientras, ella intentaba inútilmente contactarse con el concesionario al que le había comprado el vehículo.
Al día siguiente la historia se repitió, pero con mayor intensidad. Como las personas que llamaban eran distintas, ella, una y otra vez les repetía, “ya lo sé. Sólo estoy esperando que me digan cuánto debo consignar y con qué número de referencia. Respuestas que tampoco obtuvo. En la última llamada, a las 6 de la tarde, la mujer desesperada, antes de que empezaran con la perorata, les dijo, “estoy en una unidad de Covid, tengo el celular porque estoy esperando una ayuda” lo mejor es que el cobrador, o no escuchó o poco le importó la cosa, porque siguió hablando como si nada hasta que Amalia cortó la comunicación, apagando el celular.
ESCENA 2
Josefina es una ama de casa que tenía un trabajo estable antes de la pandemia, pero para no perder el trabajo aceptó continuar con unas tareas desde su residencia con un menor sueldo. Un día la llamaron de una entidad bancaria para decirle que tenía un préstamo autorizado por cinco millones de pesos. Por más que le explicó a su interlocutora que no lo había solicitado que, aunque lo necesitaba, no iba a tener con que pagarlo, la “intensa” del otro lado no dejaba de hablar.
Las llamadas para que pasara o recibiera la tarjeta con la suma nunca antes solicitada, no pararon durante una semana, a cualquier hora del día y hasta de la noche, cualquier día de la semana, hábil o festivo.
Lo mejor de la historia de Josefina es que ella no tiene ni ha tenido cuenta en la entidad bancaria que la llamaba, y adicionalmente, cuando ganaba un sueldo digno, solicitó préstamo que nunca le concedieron.
ESCENA 3
El número celular de Juan apareció, de la noche a la mañana, en la base de datos de dos almacenes por departamento que insistentemente lo llaman para decirle que tiene aprobada una tarjera por montos nunca antes imaginados.
Cuando trató de investigar de dónde sacaron sus datos personales porque él nunca ha solicitado ni préstamos, ni tarjetas, los “vendedores fantasmas” no contestaban y antes por el contario, hacían, o hacen, porque llevan un mes persiguiéndolo, de su poder de convencimiento.
Ya Juan, no contesta, ningún número desconocido y con eso, se cierra la posibilidad de que le saga una oferta de trabajo, pues en la pandemia se ha dedicado a enviar hojas de vida.
PARA ENLOQUECERSE
Estas tres historias de la vida real se repiten por mil en nuestro país, y hacen parte de una de las muchas formas de acoso a los que estamos sometidos los colombianos.
Hay muchas cuestionables en este “fenómeno”. Primero, el uso indebido de los datos que ahora con la virtualidad, parece que están al alcance de todos, porque a todo el mundo le piden el número de la cédula y el teléfono de contacto, por salud para los famosos cercos epidemiológicos, o por necesidad implícita a la virtualidad.
Es una falta de respeto de las personas que llaman sin respetar los horarios, ni situaciones. Las llamadas se producen, desde las 7 de la mañana hasta las 10 de la noche, sin excepción ningún día de la semana. Y eso que a las instituciones financieras las han tratado de meter en cintura.
Los call center, que aparecen como una herramienta de apoyo para el mercadeo, se han convertido en los más odiados por “los clientes” que son acosados sin son ni ton, que no reciben soluciones porque los encargados de las llamadas repiten como loros un texto, y porque además los que están detrás de la terrorífica llamada parecen personas sin alma, ni corazón.
En este país de leyes, los “acosados” pueden encontrar una ayuda presentando quejas en la Superintendencia Financiera. De ahí a que la víctima reciba una respuesta es cuestión de tiempo y suerte.