Wilson García
Columnista / 30 de octubre de 2021

Lo indebido, lo ilegal y lo inmoral

En cuarto de primaria el profesor Antonio me tomó del brazo izquierdo y sacudió diciéndome: “García no sea solapado, no esconda lo que hace, eso es indebido”. Yo estaba aburrido en esa clase y había decidido no poner atención al profesor, sucedió que por mi cuenta quería mirar el libro ilustrado de la historia de Ben Hur que me había regalado mi abuelo José y que ese día llevé a la escuela. Una historia épica que trata sobre la injusticia, la venganza, la fe, el amor familiar y el perdón como actitudes que toda sociedad debe tener de manera inherente en su actuar personal.

Con ese acto solapado, como lo llamó él, el profesor ignoraba que yo estaba aprendiendo sobre los valores y creencias de una sociedad y a su vez yo desconocía que estaba contraviniendo normas de comportamiento que hacían que fuera una persona insidiosa por no hacer lo correspondiente y conservar un comportamiento establecido debidamente respetuoso ante el maestro y mis compañeros de clase.

De un momento a otro, y convencido que leer el libro ilustrado era lo que mejor me parecía para mí en ese momento, me convertí en un ser inconveniente para la estructura y normativa de la clase, y así como pasó en ese momento hoy después de tanto tiempo recorrido y experiencias vividas desde el teatro, sigo viendo en algunas acciones de algunas personas, un lamentable comportamiento social normalizado que como sociedad nos hace caer fácilmente entre lo indebido, lo ilegal o lo inmoral, haciéndonos creer que alcanzamos un tipo de calidad de vida profesional o personal ideal, pero que no se parece en nada al ideal de vida con esperanza de un pleno y libre desarrollo del ser humano honesto y encantador.

Desde lo sucedido en la escuela, el aprendizaje fue inculcar dentro de mi una conducta que fuera coherente entre lo que sentía, decía y hacia basado en el iluso pensamiento de que si yo lo hacía así, también lo hacían los demás, algo que se fue desmoronando con el suceder de los actos y el pasar de los años.

Siempre he creído, como un hecho natural, que todo ser humano cuida de sí mismo integrando en su carácter y actuar los principales comportamientos que hacen de uno una persona sociable, solidaria y respetuosa con los demás, como lo son honestidad, generosidad, acatar normas, respetar la vida, tratar con humildad al prójimo, no hacer trampa, lealtad, no envidiar y honrar los logros de los demás. Pero tristemente en nuestro país nos enteramos cada día y por diferentes medios, de hechos, actitudes, y comportamientos nada ejemplares que navegan al garete entre lo indebido, lo ilegal y lo inmoral de manera normal, instalándose como actos íntegros para justificar futuros hechos colectivos o particulares que no velan por mejorar el espíritu de ser mejor sociedad en medio de tanta pluralidad de caracteres.

Así lo vivimos y lo recibimos cuando cada acto político indebido (la corrupción), personal ilegal (ambición desmedida), social inmoral (abuso y maltrato infantil) a pesar de ser comprobado o juzgado, se convierte en línea de acción (primera o última, da igual) que permite desvirtuar y manipular los valores y las creencias a conveniencia aprovechada, re afirmando injustamente que la esencia en el actuar de los colombianos en todos sus ámbitos reflejan en cada una de sus decisiones, bien sea buenas o equívocas, que la manera debida para interactuar, acordar o sobresalir es bajo la modalidad del aprovechamiento y el oportunismo egocentrista, desconociendo el conjunto de normas y valores desvaneciendo la perspectiva de la afectación en lo bueno o lo malo, lo justo o lo injusto para una colectividad.

Duele y da escalofrío decirlo, pero hoy este escrito evidencia que la sociedad colombiana perdió el valor de la actitud generosa y desdibujó su manera de abordar temas de interés fundamental como la salud, la educación, o la cultura, porque actualmente desvirtúa y deforma todo argumento inconveniente a tal punto que atenta contra todo esquema ideal de sociedad humanista que cuida de si misma holísticamente.

Como curioso y respetuoso de la vida, elegir vivirla y sentirla desde las artes escénicas, me hace por esencia un ser amoral, y desde ese lugar me permito identificar los hechos que nos han estado convirtiendo en un país inmoral, aclarando que no soy un fanático moralista, porque cada hecho perturbador que pasa y dejamos pasar sin expresarnos o frenarlo, nos hace actuar en contra de los diferentes valores y creencias construidos para una sana convivencia, y así, sin darnos cuenta, o dejándonos envolver, vamos permitiendo con ese actuar, que se vicie el significado y se perpetúe el daño que hacen los actos de mentir y mentirse, robar y robarse, engañar y engañarse, estafar y estafarse, traicionar y traicionarse, maltratar y maltratarse.

No dejemos que conviva entre nosotros modos permisibles de lo ilícito, no celebremos lo deshonesto, no decidamos hacer cosas torcidas, no nos permitamos repetir falsos estereotipos de comportamiento y crear arquetipos educativos dañinos para ser exitosos. Desde la reflexión artística y cultural los invitamos a que seamos una sociedad que preserva el ánimo de poder velar por movernos entre lo debido, lo moral y lo legal para cada uno como un principio de convivencia social.

PD. Haga del teatro parte de su vida y verá como la vida se anima.

+ Noticias


¿Cuánto cuesta participar en el Festival Vallenato?
Como el maná del cielo
La era digital toma punta en las compras de regalos navideños
Usos del alcanfor: más allá de combatir la polilla