Juan Alejandro Tapia
Columnista / 4 de marzo de 2023

Paola de nadie

Es muy distinta esta Paola Turbay que hace de Ana de nadie en la nueva novela de las noches de un canal privado a la Judy Henríquez que en 1993 protagonizó Señora Isabel, con la misma temática de enamoramiento y cama entre una cincuentona casada y con hijos, y un joven atractivo de mirada soñadora y cara de niño bueno, que en eso sí hay parecido entre el Luis Mesa del pasado y el Sebastián Carvajal de ahora. Pero los tiempos cambian, la imagen de ‘doña’ proyectada por la actriz que interpretó el papel a finales del siglo pasado no concuerda con la de milf provocadora, radiante, divina, bendecida, iluminada, empoderada y dueña de sí misma que desprende la exseñorita Colombia. Sin embargo, treinta años después, con el Me too y la revolución feminista a cuestas, la televisión colombiana no se atreve a producir una historia en la que una mujer decida por su cuenta y riesgo tener un romance, engañar, ser infiel, darse el gusto o simplemente ‘comerse’ al que quiera, sin que medie un pretexto o una disculpa.

En el caso de Ana de nadie, el recurso narrativo es sencillo: el esposo de la protagonista, interpretado por el actor Jorge Enrique Abello, el recordado «don Armando» de Betty la fea, cincuentón exitoso y en sus papeles como ella, le pone los cuernos con una veinteañera. ¿Pero necesita él de pretexto o disculpa para acostarse con otra? ¿O de una motivación surgida en su pareja de toda la vida? No. Lo hace porque quiere y puede. Para su comportamiento no hay que buscar trasfondo ni explicación, y, lo más crudo, a ninguno de los libretistas se le pasa por la cabeza añadir ese pedazo a la historia porque se cuenta solo. Engaña porque le dio vía libre al deseo o no pudo controlarlo, punto, así sea Paola Turbay la que lo espere en casa con la más corta de sus batas de dormir y ganas de guerra en la cama. «Tú buscando por fuera la comida, yo diciendo que era monotonía», dice el mejor verso de TQG, de Shakira y Karol G, en el que sale a relucir otro estigma histórico: la culpa.

Supongo que millones de mujeres adorarán ver a la bella Paola entregarse a los brazos del galán del momento (ya la saca del estadio en la serie Manes), pero es un dulce envenenado. Si Señora Isabel fue un grito de independencia que marcó el rumbo de las telenovelas del siglo venidero en cuanto a la autonomía e incluso la posición dominante de la mujer, ver a una de las personalidades más queridas del país, que para el imaginario colectivo es la representación máxima del éxito, requerir un pretexto para tomar la determinación soberana de acostarse con otro, es un retroceso. Si Paola Turbay no es libre de ser infiel, como lo es Jorge Enrique Abello, por ejemplo, ¿quién puede serlo?

Semejante malla de seguridad, engaño porque antes me han engañado, me llevo a la cama a un pelao porque antes mi marido hizo lo mismo con una a la que doblo en edad, es un mensaje que no va con los vientos que corren, es seguir subyugando la decisión de la mujer al comportamiento del hombre. Es muy distinta esta Paola Turbay que hace de Ana de nadie a la Judy Henríquez de Señora Isabel, porque en la exreina están reflejadas todas las conquistas de los últimos treinta años, que son transmitidas con su sola presencia en pantalla. Que ni siquiera ella pueda tener autoridad sobre sus acciones para plantearse lo que en la otra vereda no conlleva un marco moralista de pretextos y culpas, no aporta nada. El remake de Señora Isabel debió ir más allá, dar otro paso al frente: una cincuentona muy bien cuidada, felizmente casada con un hombre apuesto y trabajador, padre ejemplar, buen amante y fiel, al que engaña en forma ocasional con un joven que le aporta picante a su vida. Y lo más importante: sin asomo de remordimiento.

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