Juan Alejandro Tapia
Columnista / 3 de junio de 2023

Perra

«¡La ppperra esa!», grita enfadada, con énfasis en la primera letra, que en su boca suena como el acto de destapar una botella, y vuelan ceniceros, muñecas de porcelana, platos, floreros; la Tercera Guerra Mundial no necesita a Putin, puede comenzar en cualquier casa y con solo pronunciar una palabra: perra. De «mamífero doméstico de la familia de los cánidos, de tamaño, forma y pelaje muy diversos, según las razas, que tiene olfato muy fino y es inteligente y muy leal a su dueño», de acuerdo con la Real Academia, a «si yo pudiera ser perra, por favor dejadme serlo, solo pido ir sin correa a pasear», la canción de la española Rigoberta Bandini convertida en himno del feminismo en su país tras el traumático encierro de la pandemia, con ladridos de reflexión como «no quiero nunca llevar el bozal» o «si yo ahora fuera perra, juguetona y muy amable, no tendría estos problemas de ansiedad», la carga semántica y simbólica del término, sumada a su explosión oral, no tiene parangón en el vocabulario.

En apariencia, la Perra de la intérprete catalana de ritmos urbanos, banda sonora de la exitosa serie Valeria, de Netflix, no guarda relación con la Perra del antioqueño JBalvin, censurada de las plataformas por misógina y promover una estética de cosificación al mostrar mujeres arrastradas con cadenas, aunque quizá tengan todo que ver, como un perro (a) que persigue su cola. La palabra, que es de lo que trata este escrito, ha dado el brinco de acusación humillante a bandera reivindicatoria de derechos y libertades, y el reguetón ha sido una de las claves de tamaña metamorfosis.

El reguetón, que con letras y videos perpetúa el estereotipo de la esclava sexual, ha roto también la cadena del sometimiento con su mensaje de liberación del deseo sin distingo de género. La mujer sigue siendo vista y asumida como un objeto, pero introduce la novedad de que el hombre también lo es para ella, con lo que el concepto de perra equilibra las cargas: de sumisa y sin agencia pasa a empoderada y «más dura», dicen los reportes, porque «las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan». Dominio de la sexualidad y éxito profesional son los componentes de la nueva acepción, la que no aparece en el diccionario, pero es de uso diario a lado y lado del océano Atlántico, en una demostración de que el idioma no es tanto el que descansa en los libros, sino el que respira y palpita en la calle.

‘Perras’, lleva por nombre el chat de un grupo de amigas en las que hay periodistas, abogadas, diseñadoras, publicistas y ejecutivas de compañías reconocidas, denominación «cariñosa» que tiende a volverse cotidiana y que casi nadie, por muy fuera de onda, asociaría hoy con el significado de «prostituta» que figura en el segundo renglón de la RAE detrás de «hembra del perro». Por el contrario, expresa unión, sentido de pertenencia y desafío a lo establecido. En el tira y afloja por apoderarse de la palabra, reclamada como parte del manifiesto feminista por un lado, y como calificativo deshonroso al servicio de la jauría machista, por el otro, han surgido también los usos de fría, calculadora y malvada, por lo que la entonación y el contexto marcan la pauta.

Ajenas a los vientos que corren permanecen las que el diccionario de la lengua española define como hembras de la «familia de los cánidos, de pelaje diverso, inteligente y muy leal a su dueño», es decir, las primeras con el nombre, las perras auténticas, a las que sus amos, para salvarse del embrollo lingüístico y movidos por la tendencia a humanizar a las mascotas, ahora se refieren como «niña», «bonita», «amor», «princesa», o recurren al diminutivo perrita, para suavizar la que en opinión de muchos es una mala palabra.

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