Patricia Escobar
Columnista / 24 de septiembre de 2022

Turismo en el Atlántico

Hace 10 años los habitantes del Atlántico estábamos convencidos que nuestro departamento era sólo un lugar de paso para turistas, un lugar donde a duras penas se podía disfrutar de una o dos playas como mucho, un lugar que solo promocionaba, porque era lo único que tenía, el Carnaval de Barranquilla como el mayor atractivo para ofrecerle a visitantes nacionales o extranjeros.

Nadie daba un peso, ni le apostaba al turismo, porque entre otras cosas no conocíamos el territorio que habitábamos, porque crecimos con la creencia de que existía un solo tipo de turismo: el de playa, y porque nuestra vocación económica era básicamente comercial.

Pero de pronto nos dimos cuenta de que en este territorio era posible sembrar girasoles, convirtiendo la zona de cultivos en un atractivo y brindándole a muchas personas la posibilidad de mover la economía local. De pronto “descubrimos” que en el departamento hay más de 10 playas que pueden ser utilizadas o para el relax o para disfrutar de deportes exóticos como el kitesurf. “Descubrimos” también que hay pueblos maravillosos como Usiacurí o que a menos de 50 kilómetros de Barranquilla tenemos una laguna o ciénaga con más de 160 kilómetros de superficie que une a los municipios de Repelón, Manatí y Sabanalarga.

Y entonces comenzaron a florecer otros sitios que ni imaginábamos, donde es posible practicar el senderismo, donde el avistamiento de aves es un gran atractivo, donde es posible acampar y donde la visita a bosques secos tropicales es posible para estar a tono con la naturaleza.

Se potencializaron lugares donde los ecohoteles y los restaurantes temáticos aparecen como una alternativa para desconectarnos de la ciudad.

El Atlántico es un territorio millonario en cultura, con una gran y variada gastronomía que pocos conocían y que se hizo famosas ante el mundo con los festivales que, en época de pandemia, fueron “importados” a la capital, Barranquilla para tener más difusión. Y se crearon rutas festivas, gastronómicas, culturales.

Varios factores han permitido este nuevo panorama. Por una parte, es innegable que el Atlántico tiene muy buenas carreteras principales y secundarias aunque falta que los alcaldes de los distintos municipios se preocupen por arreglar las carreteras terciarias. Por esto, los destinos son cercanos.

Después vinieron las crisis económicas y los encierros, y esto despertó la creatividad. La gente necesita salir y si solo hay para hacerlo a lugares cercanos, nos dimos cuenta de que teníamos algo que ofrecer, y entonces se trabajó para mostrarlo a otros. Y, por último, es innegable que los gobiernos departamentales le han puesto el ojo a un Atlántico más competitivo en materia de turismo.

Para los habitantes del Atlántico queda la tarea-reto de mejorar en atención al público, de creerse el cuento, de apreciar el turismo como una de las grandes riquezas a futuro, de colocarse en los zapatos de quienes nos vienen o van a visitar: hay que ofrecer cosas con calidad sin desechar nuestra esencia, hay que atender con amabilidad y respeto, hay que potencializar lo que nos hace diferentes en el sector turístico, hay que trabajar en ofertas de transporte público que comuniquen a Barranquilla con el resto de las poblaciones del departamento. Es un gran reto, pero es posible.

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