Carlos Polo
Columnista / 20 de agosto de 2022

Un mago de las palabras que saca del sombrero un pedazo de África

Aquella noche en la que colgaba del cielo una luna redonda, enorme, como pintada de un amarillo mateado, conocí a un particular mago de las palabras que contaba un cuento con sus manos, con sus dedos, con un mortero, con el carbón, con el fuego, con la justa medida del ajo, el perejil, el limón,  los aliños y el sabor de los pescados que eran el centro de esa historia con sabor.

Aquel contador de historias llevaba más de dos días preparando con detalle, con rigurosa métrica, la jugosa comilona que contaba su propia historia de África. Allí, bajo un árbol frutal, que no era precisamente un baobab, o un árbol de la palabra, el narrador nos contaba a través del sentido del gusto, una historia ancestral de su aldea natal.

En el centro del patio de la casa Luneta 50, ataviado con un boubu, una especie de colorida túnica y un gorro tipo turbante, -el boubu es un traje reservado para ocasiones especiales como rituales y ceremonias, y su nombre hace alusión al sonido onomatopéyico que causa cuando entra en contacto con el viento-, aquel mago de las palabras lucía aquella noche, como un príncipe africano escapado de las calles de Nueva York, aunque doblara en estatura a Eddie Murphy; debo confesar que durante toda esa edición del Festival Internacional de Cuenteros ‘El Caribe cuenta‘ no faltó quien asegurara que era un auténtico príncipe camerunés, además un griot, una especie de guardián sagrado encargado de transmitir la palabra entre su tribu.

Aquel conteur venido de muy lejos me ofreció un trago de ron y un pedazo del lebranche asado, soltó una carcajada franca y dejó ver unos dientes tan blancos como la leche de la luna, que destellaron un fulgor con el que se iluminó toda la estancia. Por su gran estatura y contextura física, cualquiera podría imaginarlo domando leones, o domesticando hienas, pero este gigante de las palabras nacido en África Central, para ser más exactos, en Bogondo, una aldea muy pequeña, casi que perdida en el centro de Camerún, no es más que un hombre de palabras, un ‘ratón de biblioteca’ si se quiere.

Boniface Ofogo Nkama es el cuarto de once hermanos, su padre fue cultivador de cacao y ese era el destino preparado para él, antes de empezar a destacarse en la escuela, de ocupar siempre los primeros lugares, y de ganarse aquella beca que lo alejaría de su familia y de su tribu.  Fue educado entre ceremonias y rituales típicos de la cosmovisión de su pueblo, pero fue en aquella escuela, la que le tomaba una hora exacta para llegar a pie, sorteando los viejos caminos de herradura, en donde  tuvo contacto por primera vez con la cultura blanca y europea.

Su iniciación en el arte de la palabra empezó cuando acompañaba a su padre a las reuniones del consejo de ancianos de su aldea. Es una costumbre ancestral entre las tribus africanas que sus comunidades se organicen en torno a la figura de los sabios ancianos. Los adultos mayores se convierten en guardianes de las tradiciones, del conocimiento, de la historia y los origines de cada tribu. En total contravía con los actuales antivalores de la cultura occidental, en donde existe un marcado desdén, casi que una fobia al paso de los años, un culto desmedido a la eterna juventud, en donde todo pareciera gritar: ¡Este no es país para viejos! En África, de acuerdo con Ofogo, se considera que “cuando un anciano muere, toda una biblioteca arde”.

Cuando Ofogo le tocó asistir a la secundaria, una vez más enfrentó un largo camino de una 1 hora y 20 minutos para poder recibir educación, el esfuerzo no fue en vano; gracias a sus excelentes calificaciones logró una beca que le cambiaría la vida. En 1988 llegó a España  para terminar su formación académica, hoy habla tres idiomas, es doctor en Filología Hispánica, especialista en Literatura Hispanoamericana, máster en Migraciones y Relaciones Intercomunitarias, escritor y narrador oral escénico.

Su condición de inmigrante y la orfandad que produce el desarraigo lo llevaron a contar historias como una forma de reconexión con sus raíces, así empezó a contar cuentos, como una necesidad que lo devolvió a  las sabanas africanas, a los vivos colores de su territorio, a los sabores y olores de su tierra, al sol y su vigorosa luminosidad, a la fruta madura, a la tierra cosechada, al cacao, a su padre, a su madre y a sus ancestros.

En cuanto Boniface Ofogo empieza con el sagrado ritual de contar historias, automáticamente regresa en espíritu a su aldea y vuelve a ser el muchachito aquel que fue investido con los secretos de la palabra, y vuelve a ser aquel niño iniciado en el extraño ritual de comer serpientes, el mismo que recibió un blindaje ancestral y espiritual, que lo mantiene libre de todo mal, desde aquel lejano día en cuando abandonó su aldea para irse a recorrer el mundo contando cuentos.  

En este 2022 Ofogo es uno de los invitados especiales a la celebración de las bodas de plata del festival, que cumple 25 años y tendrá funciones en Bogotá, San Andrés, Barranquilla y municipios del Atlántico. Del 28 agosto al 4 de septiembre, La Casa Luneta 50, La Perla, La Plaza de la Paz, instituciones educativas y el Teatro Consuegra Higgins, serán algunos de los escenarios. 

Hace unos días le pregunté a Bononiface: ¿En esta nueva era digital, en la que vivimos embriagados por la inmediatez y casi que esclavizados por las nuevas tecnologías, qué va a pasar con el milenario arte de contar historias a viva voz?             

“Los cuentos van a existir siempre porque son insustituibles, todo el mundo necesita alguna vez en su vida que le cuenten así sea un cuento, una historia”.   

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