Sonia Gedeón
Columnista / 27 de junio de 2020

Mi Heroica Cartagena

Cartagena la Heroica, no se rinde. Desde años inmemoriales ha sido sometida a violentos y sangrientos ataques piratas, al tráfico negrero, al Santo Oficio de la Inquisición, al sitio de Pablo Morillo durante la guerra de independencia en el que su población de 18.000 habitantes quedó diezmada, producto de la hambruna propiciada por el cruel cerco de las fuerzas españolas por tierra y mar.

En este 2020, la ciudad enfrenta un nuevo sitio, el sitio de la desolación de su hermoso patrimonio arquitéctonico. Recorrer la ciudad vieja por estos días es un deleite con un asomo de egoismo. Sus calles y aceras despejadas, sus balcones florecidos, el colorido de sus muros y la imponencia de sus fachadas invitan a la contemplación y al extasís.

Mas la verdad es otra. Las ciudades necesitan sentirse vivas y es la gente la que pone el ritmo. Hacen falta el clo-clo de los caballos que tiran los coches, el pregón de las palenqueras, los excursionistas de cruceros, las parejas de enamorados, y el acompasado andar, sin prisa del cartagenero habitante del Centro, que ahora entreabre timídamente sus ventanas para dejar correr la brisa que viene del mar con su bocanada salitrosa.

La fántastica está dormida en un profundo letargo y espera como en los cuentos de hadas, el arribo del príncipe para despertar. Mientras esto sucede cientos de negocios que giran alrededor de la actividad turística y que llegaron no solo a enriquecer la oferta y atender la demanda, sino  también a darle un aire boho-chic en sus vitrinas, han cerrado sus puertas ante la amenaza de un futuro incierto.

Son muchos los sueños detenidos de jóvenes emprendedores que le apostaron a la economía naranja, al turismo como fuente de ingresos, a esa globalización que acercó a los habitantes del mundo como nunca antes. Hoy, sin embargo, me duele pensar que volvamos a las épocas del todo se vende o se alquila, como en los años en que los narcotraficantes le declararon la guerra al país.

El Corralito de Piedra, mi amada ciudad amurallada, llora hoy, la soledad del Covid. Esas mismas calles que llevan más de 100 días desiertas han sido motivo de inspiración de plumas tan prodigiosas como la de Gabriel García Márquez para recrear los amores de Fermina Daza y Florentino Ariza en Del amor en los tiempos del cólera, y qué decir del inigualable bolero Noches de Cartagena, musa del gran compositor Jaime R. Echavarría, y de los maestros Grau y Obregón quienes con la fuerza de sus trazos plasmaron la influencia del entorno en su obra pictórica.

El Centro de Cartagena es una joya por la arista que se le mire. Su patrimonio histórico, arquitéctonico y cultural es invaluable. Otrora residencia de marqueses y descendientes de españoles de alcurnia, encierra entre los muros de cal y canto de sus claustros, iglesias y mansiones una sucesión de historias que enriquecen su acerbo, como la aparición de la Virgen de la Candelaria en la calle de las Damas, para pedir a fray Alonso de la Cruz, construir una iglesia en la cima de la colina mas alta de la ciudad, La Popa.

Bien nos vendría por estos días una aparición divina, no para espantar a Buziraco, deidad demoníaca que adoraban indígenas y esclavos en La Popa en tiempos de la Colonia, sino para erradicar la peste del Covid, que está acabando con la esperanza de una nueva generación de luchadores, cuya única arma es su apuesta por la industria de la hospitalidad.

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