Carlos Polo
Columnista / 5 de noviembre de 2022

La narco-estética o un ‘Call of Duty’ criollo

El sol acababa de asomarse en el horizonte, a pocos metros, un mar gris, silencioso y triste, se bañaba con los primeros efluvios solares y una que otra nota musical llegaba a morir en su orilla. Entre el descampado, varios sujetos vestidos con camisetas negras, portando en sus manos pistolas 9 milímetros, se movilizan al descubierto, entre diferentes vehículos de alta gama apostados allí desde la noche anterior.  Algunos de los desconocidos se movían entre los vehículos con algo de sigilo, hasta que el restallar de varios disparos desató un infierno de balas y no, no se trataba de una partida del videojuego Call of Duty, tampoco de un fragmento de Rambo III, o de un capítulo de la serie Narcos México, o de Escobar el Patrón del mal.

Desgraciadamente se trata de una escena real, y no de un fragmento más de una narconovela de bajo presupuesto, y no, déjenme decirles que no nos estamos convirtiendo en Sinaloa, y esta no es la primera vez que cerca al casco urbano de la imparable Barranquilla, o dentro de la misma ciudad, acontecen este tipo de hechos de sangre, porque aunque muchos vivan convencidos de que esto es solo playa, brisa y mar, en el ‘mejor vividero del mundo’ la violencia también ha hecho su agosto y no justamente se trata de hechos novedosos o aislados.

De acuerdo con un estudio realizado por el Observatorio del programa presidencial de Derechos Humanos y DIH (2005), la presencia del crimen organizado en la ciudad no es un hecho reciente. Y para contextualizar los hechos de violencia como los acontecidos en la cabaña Mediterrané, en el sector Punta Roca, jurisdicción del corregimiento de Sabanilla, en Puerto Colombia, en donde perdieron la vida dos personas y otras tantas resultaron heridas, hay que remontarse a la década de los setenta, época en que la violencia empezó a enseñar los dientes en la ciudad, y grupos que se dedicaban a la mal llamada limpieza social iniciaron sus operaciones con asesinatos selectivos.

Un sujeto de camisa blanca que intenta subir a su camioneta de lujo es baleado y su cuerpo cae sobre la hierba, una ráfaga de fusil truena en la distancia, uno de los sujetos vestidos de negro es estremecido por la mordida letal del plomo. Los gritos se desatan y lo que hasta hace un momento era francachela, comilona y parranda vallenata, se terminó convirtiendo en una batalla campal.

Un sujeto de camiseta amarilla estampada discute acaloradamente; en sus manos porta un fusil de asalto y su camiseta está manchada de sangre, y no, desafortunadamente ladies and gentlemen, esto no es una versión de un videojuego criollo o una partida de paintball: Jonathan Ospino, quien cumplía 23 años, perdió la vida justo el día de la celebración de su fiesta de cumpleaños por un acto de intolerancia.

Alcohol y otros ‘juguetes’’ escoltas y escoltados armados hasta los dientes, una fiesta que ya conocía la salida del sol… La pregunta no es ¿qué podía salir mal?; más bien sería ¿qué podía salir bien?

Muchos se preguntan qué es lo que está pasando en Barranquilla, como si este tipo de hechos de violencia nunca hubieran tenido lugar en la bella Curramba, ‘capital mundial del vacilón y el perrateo’’ donde todo es chiste, mamadera de gallo y burla. Y entre chanza y vacilón, entre la entrada de Junior tu papá al octagonal final, la promesa de una válida de la Fórmula Uno, o la última empelotada de la Valdiri, la ‘blanca’, de exportación y de importación, se nos va metiendo en las fiestas, en las discotecas, en las finanzas, en los emprendimientos, en los negocios, en las familias, en la música, en el deporte, en el espectáculo, y la violencia -que siempre viene tomada de la mano de la ‘blanca mujer’- asoma su fea cara de vez en cuando y de ´cuando en vez´,  y entonces llegan los:

Ay ay ay/Uy uy uy ¿Qué me dicen del dedito que le meten en Jujuy?

Porque el narcotráfico señores, el trapicheo, el jale, el cruce, el business, ha sido precisamente el protagonista, el ‘chacho’ de esta película, el elemento central que ha servido de combustible para esas recientes manifestaciones de la violencia en la ciudad.

Todos narcos, son todos narcos/ Son todos narcotraficantes, te transmiten por cadena/ Son de caos, paranoiquean…

En los setenta, en pleno auge de la bonanza marimbera, muchos marimberos se trasladaron a Barranquilla desatando en la ciudad nuevas dinámicas relacionadas con vendettas de sangre, cobros de cuentas y sicariato, generando así la génesis de una narco- estética que se fue impregnando como una tradición socio-cultural y entre finales de las década de los setenta y todos los ochentas, una especie de ‘narcostyle’ se fue normalizando y las grandes comilonas y las fiestas de tres días, los atentados a bala, las balaceras y las muertes esporádicas se convirtieron en parte del paisaje. 

Barranquilla vivió en esa época algunas guerras entre clanes como la ya tristemente célebre vendetta de sangre entre los clanes de los Cárdenas y los Valdeblánquez, que al igual que la susodicha parranda a orillas del mar, y que la misma epopeya troyana, tuvo su origen en los misterios de la belleza, y esta vez no se trató de una manzana, pero quizás sí de otro tipo de fruto prohibido.

Y entonces por qué indignarse, si esto viene de hace mucho tiempo y poco a poco el jale, el ‘corone’ se ha ido metiendo en todas las dinámicas sociales de la ciudad y no importa, si aquí lo que vale es que la plata fluya, si se ve el cash money, y las camionetas adornan las puertas de las casas y hay más centros comerciales, y hay más discotecas, más bares, y todos se hacen los de la vista gorda con la cantidad de armas que circulan en la calle como si nada …

Y si la niña bonita del barrio y de la casa sueña con un narco-sugar-boy, ataviado con el pantalón pitillo de marca, las zapatillas importadas, las camisetas traídas de los ‘mayamis’’ el reloj de lujo, el smartphone de última generación, la camioneta de alta gama, la pistola en la guantera y en estos últimos tiempos, el fusil de asalto, porque eso sí, ¡hay que superarse!, pues el amor también es normal en los tiempos del jale, qué más da, so no más de papa…

Sé del beso que se compra/ sé del beso que se da/ Del amigo que es amigo/siempre y cuando le convenga/ Y sé que con mucha plata uno vale mucho más…

Y qué decir de la mamita de aquella niña bonita y fitness, de tarrito de agua en mano, ayuno intermitente y corazón de silicón, que nunca se pregunta de dónde sale el money para las fiestas con conjunto vallenato, el alquiler del yate, los fines de semana en las islas, y los ostentosos gastos exagerados, o tampoco se pregunta, ¿para qué ese buen muchacho y todos esos amigos, esa gente de bien, necesitan andar armados?

Lo que pasa es que todos son prósperos hombres de negocios, unos genios de las finanzas que sin ser profesionales o gurús de los emprendimientos han sabido multiplicar los peces y los whiskies como por obra y gracia del señor de los milagros. Pero y eso qué importa, si ya le puede decir a las comadres que la niña ya le subió el estrato…

Money, it’s a crime/ Share it fairly but don’t take a slice of my pie/ Money, so they say Is the root of all evil today…

De acuerdo con el Instituto de Estudios Urbanos, la privilegiada condición geográfica de esta ciudad bañada por el río y el mar, la ha convertido en un punto estratégico para la exportación de droga y el ingreso de armas e insumos químicos. Digamos que esto es ya cosa sabida, no obstante, el IEU pone el dedo en la llaga, y da justo en el clavo, cuando señala el meollo de este asunto, la proliferación de combos, de grupos, de bandas criminales, que le ha dado vida a esta narco-estética, es gracias a una sociedad que tolera el contrabando y el lavado de activos provenientes del tráfico de drogas. Y yo me atrevo ir más lejos, no solo lo tolera, lo celebra y lo magnifica. 

Y qué decir de la celebración de los narcocorridos que se disfrutan con plomo al aire y vivas y vítores al patrón,  mientras la ciudad se convierte en un enorme lavadero exprés, paraíso de testaferros, testaferritos y sugars-narco-boys, que enervados bajo los efectos del alcohol y potenciados por torrentes de testosterona, hoy o cualquier otro día, volverán a convertir este remanso de paz, en una partida de Call of duty criolla, o en un capítulo de una narconovela de clase B, mientras el problema nos crece en las narices, los ‘Deivis Parrillas’ son celebrados como nuevos cowboys postmodernos influenciadores de nuevas estéticas y dinámicas en una ciudad que se ha vuelto una meretriz proclive al lavado de pecados y de pies. 

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