Personaje / 8 de agosto de 2020

“Volver a vivir en Barranquilla es la mejor decisión que he tomado en mi vida”

El senador Armando Benedetti y su esposa Adelina Guerrero con sus pequeños Francesca y Camilo.

Zoraida Noriega

En agosto del año pasado, el senador Armando Benedetti decidió mudarse de Bogotá para establecerse del todo en su natal Barranquilla. Según él, porque quería más tranquilidad, desintoxicarse del ambiente capitalino, de los trancones, las distancias, etc. “Radicarme otra vez aquí me cambió cien por ciento la vida. Es la mejor decisión que he tomado”.

El tenis, uno de los deportes que practica.
Un descanso, después de pedalear un rato.
Posando cual modelo de pasarela.

Haber vivido durante 20 años en la capital, no hizo que cambiara su acento caribeño y menos su chispa, buen sentido del humor y espontaneidad, pues dice: “jamás me sentí cachaco, sigo siendo el mismo. Como el pato, si el pato camina y dice cuá cuá seguirá siendo pato. Eso de que me volví cachaco se lo adjudico a mis contradictores políticos en Barranquilla”.

Próximo a cumplir 53 años, que parecen pasar en vano por su apariencia física, Benedetti es padre de cinco hijos, pero “con la misma…”, como dice él refiriéndose al popular chiste costeño.

Dos de sus nuevos retoños (Camilo, de 6 y Francesca de 2) son fruto de su  matrimonio con la cartagenera Adelina Guerrero Covo, su actual esposa con quien conforma una familia estable en la ciudad.  Los otros tres nacieron de relaciones distintas, pero llevan el apellido Benedetti: Daniela de 33 años (de quien el senador espera dentro de poco la llegada de su segundo nieto), Armando (19) y Antonio (12).

Si hay algo que lo llena de vanidad es que dice que a todos sus hijos los quiere igual, los respeta, apoya, y trata de reunirse con ellos lo más posible,  por eso se considera un buen papá. “Creo que lo hago bien como padre”.

Antes de iniciar su trayectoria política, se desempeñó como comunicador en el otrora noticiero televisivo QAP, en una sección política en Telecaribe y perteneció a las redacciones de El Tiempo y revista Aló. Aunque ha recibido ofertas de algunos medios, no descarta volver ejercer el periodismo, carrera que estudió en la Universidad Javeriana.

Armando en familia con su esposa y parte de la prole Benedetti.

¿Cuál ha sido su arma para conquistar?

-Lo que pasa es que estaba buscando el amor de mi vida, hasta que por fin lo encontré.

¿Qué tan vanidoso es usted?

Bastante. Trato de mantener el peso ideal, cuido mi apariencia y me gusta la moda, estar siempre bien vestido.

¿No ha pensado teñirse las canas?

-No me las tiño. Porque cuando estaba chiquito, mi mamá criticaba a dos clases de hombres: uno casado con una mujer menor y corroncha que le quería quitar plata, y otro que se teñía el pelo. Ahora en la cuarentena  me tocó cortarme el pelo, porque me veía más viejo por lo canoso. Con el pelo largo y barba… ¡parecía un viejo de 70 años! (risas)

Pero usted se ha hecho retoquitos en la cara

-Me ponía Botox por lo de “las patas de gallina”, como hacen hoy muchas mujeres y hombres, pero por esta cuarentena no he podido.

¿Cómo cuida su figura?

–Con una alimentación sana. No soy dado a la perdición. Me cuido gracias a mi esposa Adelina. De un tiempo para acá estoy comiendo más natural, aunque a veces me doy una licencia. Peco, por ejemplo, con una sopa de guandul, un mote de queso o sancocho,  pero después paro.

¿Qué deportes practica?

– Juego tenis aprovechando la cuarentena. En una época trotaba, pero dejé de hacerlo porque  me tocó operarme de las rodillas. Últimamente alzo pesas y monto bicicleta.

Usted siempre ha sido el congresista más mediático ¿será porque es el que más suelta la lengua?

-Como yo trabajé en los medios de comunicación eso me sirvió mucho para ser mediático. Esto también va con el tema de que soy directo y no tengo jefe. Yo me he hecho solo.

¿Cuándo se tomó el último trago?

El próximo 11 de agosto cumplo 150 días de no tomarme uno. ¿Por qué lo dejé? Porque andaba en desorden, de fiesta en fiesta. Me di cuenta que el licor en exceso sube la presión, el azúcar, etc. Y un día me dijo mi mujer: o se acaba el trago o me voy yo. Entonces preferí lo primero. Yo había dejado de tomar en 1995 porque yo era provocador con el alcohol, pero poco a poco fui tomando conciencia.

¿Sigue siendo rumbero?

-Yo no soy de discotecas. Asisto a pocas reuniones sociales, más bien familiares; me gusta más que todo salir a cenar a un restaurante con mi esposa, de vez en cuando.

¿Cuál ha sido su mayor locura?

–No la puedo decir. ¡He hecho muchas! (risas)

¿Qué superpoderes le gustaría tener?

-Ser el hijo del Dios Poseidón. Pero si los tuviera, me gustaría tener el poder de crear la anarquía en cualquier momento.

¿Y su mayor reto?

-Tener la templanza, el aguante, cuando estaba en la pelea contra los más ricos y poderosos del país. En esos momentos sentí hasta miedo.

¿Qué lo saca de quicio?

-La estupidez. Con una persona con la que no se puede hablar porque no es inteligente, porque cree que lo sabe todo y porque no entiende un carajo. Eso me saca la piedra. Y se lo hago saber.

¿Qué es lo más difícil de hacer política?

-Encontrar un nicho, tener credibilidad, que se sepa realmente quién eres tú, porque los medios escogen qué es lo bueno o llamativo de publicar en lo que está sujeto. Ser independiente en la política es difícil.

Si fuera Presidente de la República, ¿qué le cambiaría a Colombia?

-El modelo económico. Cambiaría la concentración de riqueza que hay en la banca. Nunca dejaría  que un hombre como Luis Carlos Sarmiento llegase a ser el dueño de todo en Colombia. También haría que a esta sociedad no fuera tan desigual. Algo que haría sería que todas las decisiones mías fueran con base en la misericordia y no en la banca internacional.

¿A quién le cantaría la tabla?

-¿Decirle verdades? a todos, al presidente Duque, a Luis Carlos Sarmiento.

¿No le gustaría estar en los zapatos de quién?

-De Jesús. Porque sufrió mucho, se sacrificó demasiado. En la política, del ex presidente Álvaro Uribe.

El último libro que leyó

-Ya no leo tanto como antes. No leo completo un libro. Lo hago por partes. Voy a releer el de Don Quijote de la Mancha que me regaló mi esposo la semana pasada, pero seguro que lo haré por capítulos.  Me encanta leer temas sobre astronomía. Me apasiona desde que era niño.

¿Cree en la rencarnación?

—No. De pronto reencarnaría en Isaac Newton o en Albert Einsten, si me tocara.

¿Cuál ha sido su mayor frustración?

-No haber podido aprender inglés. He hecho cursos, pero el idioma sigue siendo chapucero. Me quedé corroncho (risas)

¿Pero se siente corroncho por eso?

-No por ser de la Costa, como dicen los cachacos en Bogotá, sino porque no gozo de las altas cortes de la aldea de Barranquilla. Porque si algo he descubierto es que la clase alta de aquí le dicen aldea: primero porque no creyeron en el COVID-19, no se prepararon, y cuando llegó se quedaron asustados, después importaron el virus haciendo fiestas como unos tontos, por eso es aldea.

En Sicilia, Italia, saliendo de la iglesia luego de contraer matrimonio hace cuatro años.

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