Juan Alejandro Tapia
Columnista / 20 de mayo de 2023

Choque de egos

Es difícil imaginar que pueda caber en Colombia otro ego de las proporciones del de Néstor Morales, Luis Carlos Vélez o Vicky Dávila, tres de las cabezas visibles de lo que se conoce como la «gran prensa nacional» y que no es nada distinto a un grupo de medios de comunicación con músculo económico, punta de lanza de los conglomerados Santo Domingo, Ardilla Lülle y Gilinski, que dicta la pauta informativa del país desde Bogotá. Pero sí existe un ego con esas dimensiones, no, uno mayor, y es el del presidente Gustavo Petro, y ese choque de trenes, o de egos, es lo que mantiene tensas las relaciones del Gobierno con un sector del periodismo. 

No es la prensa rigurosa y combativa que trabaja con las uñas o la que se abre camino en el mundo digital la que recibe los ataques diarios del presidente, sino la prepotente y guardiana de intereses distintos al bien común que cree tener el derecho a cogobernar desde las cabinas o las salas de redacción en la capital. La de directores de medios y periodistas que han terminado por comerse el cuento de que están al mismo nivel de los ‘cacaos’ que pagan sus salarios, cuando no pasan de ser muñecos de ventrílocuo. 

Es tan dañina para una democracia una prensa sumisa, cabizbaja, como quizá la pretende Petro, que una arrogante y disociadora. Es igual de perjudicial una prensa manipulada que una manipuladora. Del conflicto social que derivó en la elección del primer presidente de izquierda de Colombia no tomaron distancia muchos periodistas reconocidos, por el contrario, entraron a formar parte activa de los bandos en disputa: asistimos al espectáculo de una prensa opositora y otra ‘progre’, y ambas pescan en río revuelto, pues la segunda aprovecha su cuarto de hora para llenar los vacíos informativos y publicitarios que deja la primera. 

Hay una revista que es el órgano oficial de difusión de la oposición, y otra que posa de ecuánime y diversa cuando claramente toma partido por el Gobierno. Y habrán notado que en el primer párrafo de esta columna no aparece por ningún lado el todopoderoso Julio Sánchez Cristo, así la magnitud de su ego supere al de sus colegas, y es porque mientras los otros muestran sus dientes, con justificación o sin ella, este acude a la cena con los reyes de España como invitado de Petro. Cada quien a lo suyo.

Un baile de máscaras en el que lo que menos importa es la maltrecha y siempre aludida libertad de prensa. Hasta los organismos y fundaciones que la defienden caen en la doctrina del señalamiento sin revisión de conciencia. ¿Es un peligro para el ejercicio periodístico el ánimo belicoso con el que escribe sus trinos el presidente Petro? Sí. En el peor de los escenarios puede llevar a la implementación del discurso oficial como narrativa pública y convertirse en una amenaza para quienes critican las reformas en un país polarizado en el que las voces de rechazo a líderes de opinión y reporteros rasos son crecientes en la calle y las redes sociales. ¿Y es un peligro la tergiversación de ese discurso por parte de los medios? También, y por las mismas razones: porque distorsiona la realidad, fomenta una narrativa antigobiernista y, al igual que lo hace Petro, siembra la semilla de la violencia contra los periodistas.

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