Sonia Gedeón
Columnista / 6 de febrero de 2021

Mundo sediento

“La sed es pura como el amor, la sed es pura como el dolor, la sed es todo, la sed es vida, la sed convida, ama la vida…”: La sed.

Suele pasar con cierta frecuencia. A veces tienes libros apilados por leer y por múltiples motivos se van quedando abandonados a su suerte en un prolongado letargo, hasta que sin pensarlo, por algún motivo, se despierta la motivación y te encarretas con su lectura, así ya no recuerdes cómo llegó a ti. Eso fue lo que me sucedió con La sed, de Enrique Patiño.

Pasaron seis años antes de tomar el libro en mis manos, para no soltarlo hasta literalmente quedar sedienta de más. La sed movió todas las fibras de mi ser. Vivo rodeada de agua, me encanta el mar y su cercanía, en todos mis sueños o pesadillas, el elemento agua siempre está presente y esta obra de Patiño, periodista y escritor samario, narra de una manera cruda y apocalíptica las experiencias más aterradoras que un ser humano pueda experimentar por la falta de agua.

Patiño dice que es una obra de ficción, mas considero que no está lejos de la realidad. En diciembre pasado, en medio de esta pandemia que nos enclaustra a ratos hasta el pensamiento, para muchos pudo pasar desapercibida la movida que se está dando en las bolsas de valores y en especial en la de Nueva York, con la compra de recursos hídricos por grandes conglomerados.

Si bien China y Estados Unidos son los principales consumidores de agua en el mundo y, según Naciones Unidas, 2.000 millones de personas viven en países con graves problemas de acceso al agua, mientras dos tercios del planeta podrían experimentar escasez y millones de personas verse desplazadas en los próximos años, la trama de La Sed como narra de manera cruda Patiño en su libro, dejará de ser ficción mas temprano que tarde.

Hoy me pregunto, después del Covid-19, donde hay despilfarro de agua como consecuencia del constante lavado de manos, duchas extras, lavado de ropa, alimentos y demás, si se está acelerando esta nueva crisis global que se avecina.

La noticia de la bolsa de Nueva York fue un flashback inmediato a las desgarradoras 225 páginas de La sed que leí hace casi dos años, en julio de 2019. Tengo que reconocer que en mí no es nueva la conciencia ambiental. Desde hace casi 40 años, cuando lideramos desde el Cartagena Hilton la campaña “Una opción de vida”, hasta ser reconocidos como el primer hotel verde del país, reciclo, reúso y uso racionalmente el agua y la energía.

Sin embargo, eso es como arar en el desierto. Mucho se habla y poco se hace. Para destacar la semana pasada, los líderes mundiales participantes en el Foro Económico Mundial pidieron una vez mas un cambio de mentalidad para generar confianza y fomentar acciones colectivas para combatir el cambio climático, con alianzas e iniciativas para abordar los desafíos económicos, sociales y ambientales cruciales para salir fortalecidos de la pandemia Covid-19.

Únicamente cuando los demás no quieren escuchar la verdad sino la respuesta que esperan, mentir es una forma de vivir y aprobar. Eso es lo que nos pasa con todos estos temas medioambientales. Mucho se platica y poco se practica.

Ahora con la pandemia, el ecoturismo, la naturaleza y la biodiversidad están de moda en la redes sociales, y hay páginas enteras en periódicos y revistas promoviendo lo ecoamigable como última tendencia de bodas, para vacacionar, vivir, vestir, estudiar y teletrabajar.

Todos nos rasgamos las vestiduras, los gobernantes, los educadores y nosotros como habitantes del planeta somos una partida de egoístas, poco consientes de lo que podemos aportar si actuamos con solidaridad y ayudamos con el ejemplo, dejando a un lado la mezquindad.

Llegó la hora de actuar y de pensar en dejar nuestro propio legado para cuando el dinero ya no circule y solo las reservas de agua libres de contaminación tengan realmente valor para la humanidad, una humanidad cada vez más dependiente de este líquido que ha jugado un papel protágonico en hacer menos catastrófica la tragedia del Covid-19.

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