Patricia Escobar
Columnista / 18 de septiembre de 2021

Celebro el cariño

Llegar a un pueblo lejano, metido entre ríos y montañas donde difícilmente llega la señal de internet y encontrarte con gente que nunca habías visto y te toman del brazo, te llevan a tu casa y te invitan a almorzar en su mesa simplemente porque has viajado hasta allá y quieren expresarte tu cariño. Y sales de ahí otro está pendiente de qué vas a comer y por qué tan poquito.

Salir a la calle y escuchar que te dicen con dulzura, “bienvenida” sin haberlos visto nunca antes en tu vida; encontrarte con un grupo de personas que te brindan un café porque te ven fumando y saben que a los fumadores esa combinación de tinto y cigarrillo les parece deliciosa, o escuchar que te ofrecen su cama para que descanses, son, por decir lo menos, expresiones de cariño sinceras.

Auténticas expresiones de cariño que van más allá de lo que celebramos por estos días: el amor y la amistad, es lo que yo he experimentado a lo largo de mi vida.

Y yo prefiero celebrar el cariño por encima de todo. Porque el cariño es algo muy espontáneo, que no se espera, que no se busca, que nace de personas prácticamente desconocidas.

El cariño, esa expresión de afecto que se expresa de mil formas y maneras es tan fundamental para el crecimiento de los seres humanos y tan enriquecedor que no tiene comparación, ni precio. Que para mí es más valioso que el amor y la amistad, sentimientos que requieren de un mayor conocimiento de las personas para que afloren.

A lo largo de mi vida he sentido un cariño y afecto sincero de personas que nunca había imaginado, de personas que ni siquiera había imaginado conocer, con las que no me han unido lazos de familiaridad, ni relaciones de trabajo, ni cercanía física, ni interés común.

En mi último viaje a una población lejana como Montecristo, en el sur de Bolívar, a la que se llega después de 5 horas por carretera desde Barranquilla y cuatro en chalupa desde Magangué, volví a experimentar lo enriquecedor que es sentir las expresiones de cariño de personas que te conocen por lo que has hecho o por lo que llegaste a hacer; que te conocen porque llegaste hasta su municipio con una misión que a ellos les produce alegría; que te conocen porque compartes la mesa y los alimentos con ellos siendo la primera vez que los ves. Y ese sentimiento no te permite que aflore el cansancio y te produce tanta satisfacción que al final de la jornada, no queda más que decir, que: valió la pena.

A lo largo de mi vida, he construido muchas “amistades”, la gran mayoría de ellas basadas en lo que yo como persona o por mi oficio he podido brindarles, o porque hemos compartido muchas vivencias. De esas amistades solo quedan después de los años y las distancias, las verdaderas, unas pocas, construidas por años, la mayoría de las veces, por interese comunes, que se basan en la confianza y la honestidad, el respeto, la admiración y la consideración.

Por esas amistades doy gracias todos los días. Y celebro haberlas construido. Sé que están ahí. Y yo estoy ahí para ellas, aunque no nos veamos con frecuencia, ni nos llamemos, ni nos escribamos. Ellas me conocen, y yo las conozco.

Y en cuanto al amor, un nivel supuestamente más elevado que el cariño y la amistad, no me ha sido muy abundante pero no me ha faltado para vivirlo. He amado y me han amado en sus distintas expresiones y niveles, pero como para estas épocas el sentimiento solo se relaciona con pareja, la verdad que me ha sido abundante. Sin embargo, no me ha hecho falta porque, me amo a mí misma, amo la vida, amo a mis hijos, amo a mis nietos, amo a mi trabajo y eso me hace feliz.

Por todo lo anterior yo prefiero celebrar el cariño, ese que nunca me ha faltado, a pesar de que nunca lo he buscado.

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