Patricia Escobar
Columnista / 13 de febrero de 2021

Con la fe intacta

Hace un año, los días pasaban a mil, los “conflictos” eran el pan de cada día, las reuniones en pleno corre-corre se me hacían más que insoportables; equilibrar los egos de los que rodean los artistas era una tarea de titanes que requería de mi parte un gran esfuerzo; la gente en la calle caminaba a prisa, el color del Carnaval iluminaba todos los rincones y la música de flauta y tambores sonaba por todos lados.

Hoy las cosas son diferentes, implican para muchos un reto más que un disfrute; una posibilidad más que una realidad; una explosión de creatividad para hacer “algo diferente” de lo que siempre ha estado, respetando la tradición. Las cosas se hacen en recinto cerrado o con público, con muchas cámaras y personal técnico que a veces miro y me parecen robots trabajando, con compromiso, pero sin adrenalina.

En mi caso añoro la calle, la libertad, las “peleas presenciales”, las carreras sobre el cemento, los dichos callejeros, las mamaderas de gallo barranquilleras, a todo lo que, increíblemente he aprendido en 15 días por culpa o fortuna, como queramos verla la cosa, de la virtualidad y de lo digital.

Nunca me imaginé estar un viernes de Carnaval editando un programa de televisión, con todo el compromiso y la técnica que eso requiere, tampoco imaginé que un sábado de Carnaval estaría en mi cama viendo, escogiendo contenidos digitales que muestran las maravillas de una fiesta que la he vivido desde los tres años de edad, cuando mis padres nos llevaban a la 43 o a la 72 a ver los desfiles de Carnaval. Y mucho menos imaginé un Festival de Orquestas con una sola orquesta y con video en silencio por causa de las disposiciones legales.

Sin embargo, tengo la fe intacta que el próximo año. Si llego a él viva, voy a volver a la adrenalina de la presencial, sin olvidar que lo digital llegó para quedarse. Tengo la fe intacta de que los barranquilleros comenzaremos ahora sí, a valorar y respetar nuestro Carnaval porque solo ahora hemos tenido la posibilidad de apreciarlo en su real dimensión, sin los excesos propios y naturales de la parte festiva de la temporada. Solo en este tiempo hemos aprendido su valor cultural y de nuestro vocablo van a desaparecer los términos despectivos hacia sus hacedores. Ya no los veremos como material de promoción comercial o borrachones o aprovechados, si no como verdaderos tesoros vivientes.

Yo tengo la fe intacta en que todos y cada uno de los actores carnavaleros trabajarán para ser más grandes, se querrán más como personas y como miembros de una sociedad que no puede vivir sin expresarse culturalmente. Y de nuestra parte, recibirán el respeto y la admiración.

Cuidémonos al máximo con el uso continuo y correcto del tapabocas, con el lavado de manos frecuente y con el distanciamiento social impuesto.

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