Carlos Polo
Columnista / 18 de mayo de 2024

 En Colombia no hay prestigio que dure 24 horas

Colombia, el país de las mariposas amarillas, el segundo territorio con más biodiversidad del mundo, tierra aguardientera y cervecera, terruño de la ruana y el machete, de carnavales y procesiones, de camándulas, chamanes y lumbalú, tierrita linda del Divino Niño y la Pachamama, se encuentra hoy profundamente dividida entre dos barras bravas que se sacan los dientes hasta por una canción.

No hay volquetas que alcancen para recoger el espumarajo de babaza regada, que se desborda por doquier gracias a que dos cantantes decidieron hacer eso de lo que subsisten: cantar. ¿Cuál es la función de un cantante? Cantar. ¿De qué vive un cantante? De interpretar canciones. Esta es una verdad sucinta, axiomática. Si empezamos a prohibir a Carlos Vives y Silvestre Dangond que canten, y me permito ampliar el rango, que canten lo que a bien se les pegue la gana, ¿qué estaríamos haciendo?

¡Prohibido prohibir! Debe ser la máxima de todo pensador. Si empezamos a hacer concesiones específicas, entonces abrimos la posibilidad de que los ‘prohibidores’ de corazón, de oficio y de fe, empiecen también a prohibir.

Ahora, en medio de esta triste polémica ocasionada por la canción Aracataca te espera, del compositor guajiro Armando Zabaleta, compuesta en 1972 y grabada en 1974 por Jorge Oñate y los Hermanos López, me surgen varias inquietudes. ¿Alguien le ha solicitado o increpado alguna vez a Carlos Vives o Silvestre Dangond por lo que han dejado de hacer por sus respectivos terruños de nacimiento?

¿Será que Urumita es hoy una ‘Suiza’ tropical gracias a los aportes económicos y a las diligencias del cantante para con su pueblo? ¿O es Santa Marta hoy la Atenas del Caribe gracias a los esfuerzos de Carlos Vives? De Vives y Dangond no se ha esperado, ni se les ha pedido, otra cosa que cantar.

Vives es el artífice de la internacionalización musical del país de la Cola y Pola y el Chocorramo. Quien quiera más, que le piquen caña. Entonces, por qué esperarlo del colombiano más prestigioso de nuestra historia, ojo que no es Bolívar porque es venezolano, tampoco es el chico que en 2014 hizo hasta para vender en el mundial de Brasil, tampoco es Vives o Diomedes, Patarroyo o Llinás, o la chica barranquillera de las caderas doradas, o el Fausto de Ébano que se comió las porterías de Italia y otras tantas cosas más, como me han contestado algunos de mis alumnos cuando he lanzado esa pregunta

El colombiano más prestigioso de todos los tiempos es un mago que se sacó del sombrero un mundo, un universo, y de paso puso en el mapa mundial a un país conocido por la coca, los carteles, la violencia genocida, la guerra, el café, sus flores, sus aves y su biodiversidad.

Gracias a Gabriel García Márquez, en Kazajistán, en Tailandia, en China, en Japón, en Rusia, en Rumania, en Eslovaquia, Vietnam y en más de 43 países, hay un pedazo de esta tierrita querida. Gracias a Gabo, hoy podemos encontrarnos con europeos, chinos, gringos y latinoamericanos que recorren el país y nuestro Caribe, tras las huellas de Macondo.

¿Qué fue lo que hizo Gabito para merecer que en este país del odio facilito, de la ligereza de argumentos, hoy le llamen mezquino, apátrida, mala persona, egoísta, demonio y otros tantos terribles e inmerecidos epítetos?

¿Será que personajes como María Fernanda Cabal, la dirigente política que se atrevió a mandarlo al mismísimo infierno el día de su muerte, ha hecho mucho más por este país que el colombiano más importante de todos los tiempos?

¿Será que alguno de los pistoleros, de esos tiros locos de Facebook, de Instagram o X, que hoy condenan al autor de la segunda novela más importante de nuestra lengua, después del Quijote, han aportado algo al reconocimiento de este país?

¿Será que alguno de esos que sueltan odio gratuito y con espumarajos en la boca, se han tomado la molestia de leer uno solo de sus libros, o siquiera un solo capítulo de sus obras? Estoy seguro que no. La poética que atraviesa las obras de García Márquez no podría existir sin Colombia, sin nuestra música, sin nuestra geografía, sin nuestras diferencias, sin la riqueza de las distintas cosmovisiones que cohabitan en nuestro territorio. Señores, Gabo es Colombia.

Sus libros nos retratan. Hablar de la obra de García Márquez es hablar de identidad. Leer a un barra brava con un discurso politizado y adoctrinado señalando que Gabo fue un ingrato, nos hace pensar en la imperante necesidad que tiene la sociedad colombiana de realizar un revolcón en su educación.

A un escritor no le podemos pedir que suplante al Gobierno; normalizar los servicios públicos, energía eléctrica, acueducto, alcantarillado, no es deber de un escritor ni de ningún artista. El deber de un artista es crear, el deber de Gabo era escribir, contar su tiempo ¡y vaya que lo hizo mejor que nadie! ¿Por qué pedirle a un escritor lo que se le debe reclamar a un político?

Colombia fue realmente vista ante el mundo con otros ojos después del 10 de diciembre de 1982, cuando aquí no se nos reconocía por nada, cuando no le ganábamos a nadie, -excepto el campeonato de Pambelé en 1972-. Ese día, Gabo no solo ganó el premio Nobel de Literatura, se lo ganó un país, y ahí sí todos estuvieron prestos a sacar pecho y enseñar el patrioterismo oportunista.

Ninguno de los que celebran con vivas y vítores la interpretación de Vives, que hoy revive una vieja pelea ideológica, recuerda que en marzo de 1981, Gabo y su esposa tuvieron que exiliarse en México ya que el Ejército colombiano planeaba detenerlos bajo sospechas de vínculos con la guerrilla del M-19.

Esa impensable situación que vivió el mago cataqueño se dio dentro del marco legal del Estatuto de Seguridad promulgado por Julio César Turbay, mandatario de los colombianos por esa época.

Muchos de los que hoy, después del video de la parranda, lo señalan de haber abandonado el país no tienen idea de este contexto y tampoco de la cantidad de labores humanitarias y sociales que realizó el Nobel dentro y fuera del país. Bien dicen los adagios de la sabiduría popular: haz el bien y no mires a quién, y lo que reza el capítulo 6, versículo 3 del Evangelio de San Mateo: “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha”.

Solo en un país tan polarizado como Colombia se sataniza a los cantantes por hacer lo que saben hacer y se espera que un escritor reemplace al Estado. En Colombia se espera más de los deportistas, de los cantantes y de los actores que de los que ejercen el poder otorgado por los sufragistas. Bien entendió hace tiempo el mismo Gabito, antes de su muerte, que en Colombia no hay prestigio que dure veinticuatro horas.

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