Sin la venia del presidente del Concurso Nacional de Belleza, Raimundo Angulo, quien se recupera del Covid como el gran luchador que es, tras más de 80 días hospitalizado, escribo estas líneas con el corazón desgarrado como muchos otros cartageneros por lo que significa para la ciudad no solo suspender el reinado por la pandemia, sino perder lo que fue su bandera por 85 años, llevar la representación del país a Miss Universo.
Perder ese privilegio de manos de una excandidata a Srta. Colombia duele aún más y es un golpe certero y profundo al otrora evento que paralizaba al país y congregaba a las familias junto al televisor cada noviembre. La pandemia y la pérdida de la franquicia son dos episodios que en simultánea lograron lo que no consiguieron detener ni la toma del Palacio de Justicia por el M-19 hace 35 años, ni el incendio del Mercado Público de Cartagena hace 55 años, como fue postergar por unos días el inicio de las festividades del 11 de Noviembre.
Como cartagenera he vivido el reinado desde muchas aristas. De niña jugando a ser reina; de adolescente correteando a las candidatas a las salidas de los hoteles; y hasta con vecina finalista en Miss Universo. Más adelante, con asiento en la Junta del Concurso en representación del alcalde, luego trabajando por varias décadas en su coordinación y logística en el hotel sede y como periodista en ejercicio a principios de este siglo.
Al final siento que pasó lo que era un rumor sostenido por años, con varias crisis incluidas, hasta una donde el Congreso de la República ordenaba por decreto que la representante de Colombia en Miss Universo debía ser la elegida en Cartagena, en el Concurso Nacional de Belleza, decreto que hoy debe ser letra muerta, archivado en cualquier cajón.
Por décadas nunca entendí por qué el Concurso Nacional de Belleza no se hacía a la franquicia y en cambio la dejaba en manos de terceros. Intentaba comprender el romanticismo de Doña Tera Pizarro de Angulo, en su afán de hacer del Concurso un evento de integración de las regiones alrededor de la belleza, en el que por tres días, el país volcaba sus ojos hacia Cartagena y todos los medios de comunicación le daban amplio despliegue y la Srta. Colombia era noticia en cada salida durante su año de reinado.
Primero fueron los dueños de los trajes de baño Catalina los que poseían el dominio de la franquicia en tiempos en que la palabra empeñada tenía valor y el Concurso tenía un fin netamente social. Luego de un traspié en 1980 con el empresario de Miss Mundo Colombia, Edgar Botero, y la intermediación de Harold Glasser, entonces presidente de Miss Universo, la franquicia fue adquirida por Cosméticos Vogue. Su presidenta, María de Cháves y Doña Tera, hicieron click e iniciaron una relación donde el componente comercial empezó a jugar un factor determinante con la altura y la clase de estas dos grandes señoras, sin pisarse las mangueras y respetándose sus territorios con algunas concesiones, como la implementación del concurso del Rostro más lindo.
La presión de las marcas como Silueta y Ritchie no se hicieron esperar y el Concurso empezó no solo a extender de tres a cinco días la estancia de las candidatas, sino a ceder terreno y a recrear varios concursos dentro del mismo, como la del cabello más hermoso, la de las piernas perfectas, la más puntual, la mejor compañera, etc.
En la medida en que se acercaba el cambio de siglo, el relevo generacional también se dio al asumir Raimundo Angulo, el hijo de Doña Tera, las riendas del concurso como un derecho heredado. Tratando de emular a Miss Universo, pasó a ser un evento de 15 días con un desgaste bárbaro que acabó con las comitivas, las fiestas en los clubes y los enviados especiales. Ahí empezó a primar lo comercial con eventos cerrados de los patrocinadores que convirtieron a las candidatas en una valla publicitaria y vieron en la comunidad LGTB su mercado primario y los mejores impulsadores de sus marcas.
Con la crisis de Cosméticos Vogue, la franquicia pasó a manos de RCN TV, por años aliado del Concurso, alianza que le cobraron los otros medios, los que en represalia no cubrían el evento con el mismo despliegue y tampoco mencionaban a las marcas patrocinadoras porque sentían que los habían sacado de la torta publicitaria. Todo eso hizo que se fuera perdiendo la motivación de las audiencias nacionales, de las comitivas para apoyar a sus reinas y de los cartageneros, que empezaron a ver el reinado como un evento ajeno.
En todo esto, la junta directiva fue un espectador más. Una figura decorativa, complaciente, que no evolucionó, ni realizó aportes que permitieran modernizar e inyectar un nuevo aire en la agenda, dando espacio a los millenials, que tienen una visión diferente de aproximación a estos eventos.
La estocada final llegó sin avisar. La Corporación Concurso Nacional de Belleza debió haber negociado sin dilaciones la franquicia con RCN TV. Se dejó coger ventaja y hoy no solo perdió la franquicia, sino que perdió Cartagena y ganó Barranquilla, sin que las autoridades y los gremios de la ciudad hayan salido en su defensa. Triste es ver que no se levantó ni una sola voz, reflejo de la apatía de nuestros gobernantes, mientras La Arenosa coronará a la nueva Miss Universe Colombia y presenta orgullosa el supramoderno escenario Arena del Río.