Juan Alejandro Tapia
Columnista / 1 de febrero de 2025

La escoba Trump

Ha empezado Donald Trump por amarrarse un delantal al cuello y la cintura, agarrar la escoba con las dos manos y barrer la casa. Dijo, desde antes de mudarse, que los antiguos inquilinos convirtieron en una pocilga lo que era una mansión de estilo republicano, admirada por el mundo entero. Y que nada más entrar, corroboró sus peores temores: está infestada de cucarachas, roedores, termitas y más plagas. Porque eso es lo que son para el presidente de Estados Unidos los inmigrantes latinos: insectos, ratas, animales inferiores.

Para fumigar la casa, Trump cuenta con un equipo de control de plagas encabezado por el secretario de Estado, Marco Rubio, descendiente de inmigrantes cubanos y casado con una colombiana, porque no hay cuña que más apriete que la del mismo palo. Pero, entonces, ¿para qué necesita la escoba y el delantal? Para levantar polvo mientras barre y con eso transmitir la imagen de hombre pulcro, ordenado y trabajador que cumple su promesa de limpiar, desinfectar y refaccionar sin necesidad de ensuciarse la ropa.

Es lo que hará los cuatro años de su mandato, vociferar que para la seguridad nacional es indispensable darles a los inmigrantes de los países tercermundistas tratamiento de aborígenes salvajes, capaces hasta de rostizar un perro o un gato para almorzárselo, de lo que acusó durante su campaña, sin que se le moviera un pelo de vergüenza, a los haitianos de Springfield, Ohio. De ahí las esposas, los grilletes y las cadenas para regresarlos a sus países de origen, no vayan a comerse a dentelladas a uno de los pobres oficiales de la ‘Migra’ que los transportan en aviones militares.

La mugre latinoamericana le sirve a Trump para desviar por un tiempo la atención de lo que sucede fuera de la casa. Ha prometido dejarla resplandeciente y olorosa, pero no ha mostrado el mismo interés por lo que pasa más allá del jardín. Como el bravucón de escuela que es, al señor presidente le divierte humillar al más débil. Lo hizo con su homólogo colombiano, Gustavo Petro, al que aplastó con un par de trinos como se destripa un bicho bajo el zapato: fuera visas y 25% más de aranceles para los productos de «Columbia» por la osadía de ese pequeño gobernante de República Bananera de pedir dignidad para los ciudadanos de su pais. Pero no fue así de implacable con la decisión de la Corte Suprema de prohibir la operación de la plataforma china Tik Tok en Estados Unidos para evitarse un malentendido con Xi Jinping nada más llegar a la oficina oval.

Pese al riesgo inminente del uso de los datos de 170 millones de usuarios contra la seguridad de la nación, confirmado por el más alto tribunal judicial, Trump ve un peligro mayor en los inmigrantes indocumentados, Tren de Aragua incluido, que en el espionaje chino. O que en el probable avance de las tropas rusas del lobo siberiano Vladimir Putin hacia el centro de Europa cuando Ucrania finalmente caiga por la falta de asistencia militar estadounidense.

Basta con haber sido adolescente para entender una de las leyes tempraneras de la vida: el matoneador de la clase no resiste a otro de su tamaño que lo enfrente. Trump detiene el suministro de fármacos esenciales contra el virus del sida y la malaria a países pobres, anuncia que estudiantes y profesores que promovieron la resistencia propalestina en los campus universitarios serán deportados, pisotea el orgullo colombiano al punto de poner a expresidentes, congresistas y alcaldes a lamerle las suelas, pero es incapaz de mostrar un poco de ese temperamento con Putin. Más huevos tiene Petro a las 3:41 de la madrugada.

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