Carlos Polo
Columnista / 26 de febrero de 2022

La mujer de los sueños de Alejandro Obregón todavía vive en La Cueva

Alejandro Obregón fue un una explosión delirante de luces, de colores, de sombras, una especie de Dédalo de ojos azules fulgurantes, con los que registró, no solo lo más exótico y colorido del territorio nacional, también fue testigo de la génesis de ese pasaje oscuro del que no hemos logrado todavía escapar como nación.

Amigo fiel de poetas, periodista y escritores, con su pincel también logró narrar el país desde la perspectiva de un cronista de los colores y las sombras. El autor expresionista colombo-español, se nutrió de los paisajes del Caribe y la cordillera de los Andes, su expresión pictórica era emotiva, emocional, poética,  por momentos tormentosa,

Pionero junto sus amigos del Grupo de Barranquilla del arte moderno en Colombia, Alejandro Obregón es considerado uno de los más grandes artistas de la escena plástica del país y hoy ocupa un lugar de privilegio en la historia del arte colombiano y latinoamericano en el siglo XX.

El hombre que inmortalizó con su pincel a cóndores, barracudas, y que nos señaló la violencia  a través de un hilo de sangre de una mujer embarazada y asesinada, también fue dejando sus obras en  otros espacios escapando de la ‘dictadura’ del lienzo.

El más vitalista de los célebres discutidores del Grupo de Barranquilla, combo que tomó a una tienda de cazadores como su cuartel general, convirtiéndola en bar y tertuleadero de intelectuales, de 1954 a 1969, dejó un bello y enigmático fresco pintado en el bar de sus amigos, un particular lugar en Barranquilla en donde nadie tenía, ni tiene aún la razón.  

A propósito del maestro Alejandro Obregón, me permito filtrar aquí a los lectores de MiREDVista, que la imagen central de la XVI edición del Carnaval Internacional de las Artes, (del 22 al 25 de marzo) es el fresco: La mulata o La mujer de mis sueños, obra que 67 años después aún perdura en uno de los muros del hoy museo, restaurante-bar y galería de sabores, La Cueva.

En 1957 Obregón era un muchacho de ojos azules encendidos, tupidas patillas y bigote abundante, apenas una descollante promesa de la pintura,  que en las madrugadas bulliciosas disfrutaba disparando botellas sobre las cabezas del grupo más cercano de sus cofrades, al mejor estilo de Guillermo Tell.

Ese ‘bárbaro tierno’, como lo designó su amigo Gabo, llegó a La Cueva una de esas noches de tertulia, jolgorio y cofradía intelectual y  Eduardo Vilá, propietario del lugar, y uno de sus más cercanos cómplices de parrandas y correrías,  le disparó a quemarropa,  “qué por qué no pintaba un mural en La Cueva”.

Al día siguiente,  enviado por el mismo Alejandro, un albañil llegó al bar y preparó la pared para que el pintor entrara en la arena con el pincel apretado en la boca, se encaramarasobre un improvisado andamio de mesas superpuestas y en pocas horas le diera vida a la mujer de sus sueños.

Así nació la mujer de los sueños de Obregón, la primera dama que entró a La Cueva y se quedó allí a vivir por siempre, en el bar que en ese momento era el cuartel general de hemingueyanos cazadores que bebían solos.  

Heriberto Fiorillo consigna en su libro La Cueva: Crónica del grupo de Barranquilla, que, la parte izquierda del fresco, representa un busto de mujer que participaba del hieratismo de los maniquíes y, en sus jugosos labios, una especie de sonrisa espectral que centellea como una fugacidad de relámpago. En el lado derecho, el verde, la referencia a la naturaleza, la vegetación, la botánica, la alusión a las flores cultivadas en el jardín de la febril imaginación de un ‘bárbaro tierno’ que revolucionó la plástica en Colombia.

Pasado un tiempo después de que La mulata, La mujer de los sueños de Obregón, se convirtiera en objeto de todas las miradas  de los cazadores, los obreros, los intelectuales asiduos a La Cueva, el Toto Movilla, amigo del pintor, en venganza por una chanza pesada que le jugó Obregón, tomó su carabina y le propinó dos tiros al mural. El joven pintor se negó a restaurar el cuadro y los tiros siguen allí a la vista de todos, como si hubiesen sido concebidos como parte de la misma obra.

El loco, Bolívar o Blas el Teso, el hombre que andaba pintando la vida en murales y lienzos, ese Guillermo Tell  de los pinceles y las flechas de botellas de cerveza, el hombre que no le temblaba el pulso para despojarse de sus zapatos y regalárselos a un mendigo, el vitalista que le atraía el peligro, la noche y la bebida, ese perseguidor del exceso, la sombras, las luces y los colores, él, Alejandro Obregón, dejó un legado invaluable entre nosotros y es un privilegio no solo que la mujer de sus sueños habite entre los muros de La Cueva, es un honor aún más elevado, que esa bella y enigmática ‘Monna Lisa’ del trópico, sea la imagen central del Carnaval Internacional de las Artes 2022.

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