Debe quedar claro, que no haya sonido alguno no siempre quiere decir que no haya comunicación. Procede del latín silentium ,y hace referencia a la abstención de hablar o a la ausencia de ruido.

Se ha dicho que el silencio es también un recurso paraverbal que puede utilizarse en medio de una comunicación; recordemos el silencio subjetivo, que es básicamente una pausa reflexiva o llevada a cabo para acentuar lo dicho anteriormente o posterior.

Sócrates, el sabio filósofo griego, decía que la elocuencia es muchas veces una manera de exaltar falsamente lo que es pequeño y disminuir lo que , de hecho es grande.

Me encanta esta frase que una vez leí: «solo debemos hablar cuando nuestras palabras sean más valiosas que nuestro silencio”. Y hay una razón muy importante tal vez simple: nuestras palabras tienen poder para construir o para destruir. Estas pueden generar paz, discordia, concordia, comodidad, consuelo, pero también pueden generar, odio, furia, angustia, tristeza, estrés y ansiedad.

“Hasta al necio, si calla, se le tiene por sabio, por inteligente, si cierra los labios”. El silencio es valioso y en momentos difíciles necesitamos escuchar más que hablar, pensar más que actuar, meditar, reflexionar nuestras palabras. No olvidemos que tanto las palabras como nuestro silencio revelan nuestro ser, nuestra alma. La palabra es nuestro reflejo a la sociedad. Jesús dijo: “de lo que rebosa el corazón habla sin boca”, qué hermosa es una palabra de consuelo al que lo necesita, una palabra de apoyo. Cuántas discordias nos evitaríamos en las familias, en el trabajo, entre amigos a causas de chismes, injurias, calumnias, murmuraciones.

Ojalá nunca olvidemos hablar después de pensar; para evitar equivocaciones, nunca hablar con la sangre caliente, o cuando el alma está agitada. En ese momento la grandeza del alma consiste en callar, en contener la furia, en dominar el ego herido y buscar fortaleza en el silencio.