Ahí está otra vez. Cómo la ponen de seguido, pienso mientras conduzco. La atención puesta en no invadir el carril contrario. Me distraigo, comienzo a cantar. Más alto, más. Grito dentro del auto: «Abrázame fuerte, Lady Laura, y cuéntame un cuento, Lady Laura, un beso otra vez, Lady Laura». Bajo la voz, más, más, casi un susurro, un secreto. ¿A quién le hablo? «Cuántas veces me siento perdido durante la noche, con problemas y angustias que son de la gente mayor». Ya no eres un niño, me digo, pero lo soy. El tuyo. Lloro entonces, y sonrío. Sonrío y lloro. Estoy triste y alegre, alegre y triste. Alegriste. Te hablo, te canto, vas sentada a mi lado, mamá.
¿Me escuchas? Yo a ti no. Quisiera tener de nuevo tu voz en mi cabeza, tu risa. Que me digas aquello que yo necesito saber. Esa frase se la acabo de robar a Roberto Carlos y ni siquiera le puse comillas. Para eso están las canciones, pienso, para robárselas. Ya no te escucho como en esos primeros días, decía. Tan cerquita. No te veía, pero me dolías, me partías. Y cuánto amaba ese dolor que te amarraba a mí, que no te dejaba ir. Es increíble lo que puede extrañarse un dolor.
Lo que pasa es que ahora vives en mi mente, y la mente poco entiende de dolores. Por eso voy a la caza de todo lo que te recuerde con la ilusión de que me parta el corazón. Esa es de Alejandro Sanz, ya sé. La de las tiritas, que es como los españoles llaman a las curitas adhesivas. Pero a mí lo que me gusta es que la herida sangre, porque así te trae de regreso un momentico, los cuatro minutos con diez que dura la canción lanzada por el brasilero en 1978. «A pesar de la distancia y el tiempo no puedo olvidar, tantas cosas que a veces de ti necesito escuchar».
Y eso que no te gustaban las zalamerías como a mí. Besarte, babearte, peinarte, decirte te amo antes de dormir. No están los padres para repetirles a los hijos que los aman, están para demostrárselo. Los hijos, en cambio, deberían mencionarlo por lo menos cuarenta y ocho veces al día. O más. «Tengo a veces deseos de ser nuevamente un chiquillo, el pequeño que tú todavía aún crees tener. Cuando a veces te abrazo y te beso en silencio encendido, y me dices aquello que yo necesito saber». Ahí están las comillas bien merecidas del gran Roberto Carlos.
Vuelvo a alzar la voz, se acerca el final. Cuando voltee a mirar ya no estarás a mi lado. «Abrázame fuerte, Lady Laura, y cuéntame un cuento, Lady Laura, un beso otra vez, Lady Laura». No era ese tu nombre, por supuesto, aunque te habría quedado como un guante. Tenías cara de Laura, no de Victoria ni de Sofía ni de Amparo ni de Helena. Desde hace un tiempo vivo en vigilia: te espero en mis sueños, en una canción, en una fotografía desempolvada, en el olor de la ropa en tu cajón. En el único sitio donde no te aguardo es en la tumba a la que le llevaré flores hoy para celebrar tu cumpleaños.