A propósito de la gira de Shakira “Las mujeres ya no lloran”, derivada de su éxito “Las mujeres no lloran, las mujeres facturan” se ha encendido una conversación poderosa sobre la resiliencia femenina. Sin embargo, hoy quiero hablar de algo que va más allá de la facturación y el éxito profesional. Quiero hablar de las lágrimas, esas que muchas veces escondemos por miedo a ser vistas como débiles, cuando en realidad son el primer paso para nuestra verdadera fortaleza, esas que hemos “satanizado” y que escondemos por temor a ser señaladas como débiles.
Honestamente no creo que Shakira no llore… así que este discurso, convertido en un himno de victoria para muchas mujeres, terminará haciéndonos más daño, que trayendo beneficios. Seguro que Shakira ha llorado y sigue llorando por el amor de su vida, por el padre de sus hijos, por su propio padre y por todas las adversidades que la vida le ha traído y sabes qué… se vale llorar.
Porque sí, las mujeres lloramos. Y qué bueno que lo hacemos.
Llorar no es debilidad, es sanación
Nos han enseñado que llorar es sinónimo de fragilidad. Que en el mundo empresarial, en la alta dirección, en el liderazgo, una mujer fuerte no puede permitirse lágrimas. Que si llora, pierde credibilidad.
Pero la verdad es que no llorar no nos hace más fuertes. Simplemente nos hace más rígidas, más contenidas, más desconectadas de nosotras mismas, menos empáticas y compasivas. Llorar es liberar, es procesar, es sanar.
La ciencia lo respalda: cuando lloramos, liberamos hormonas como la oxitocina y las endorfinas, que nos ayudan a calmar el estrés y reducir la ansiedad. Llorar es la forma en que nuestro cuerpo se deshace de la sobrecarga emocional, y al hacerlo, nos sentimos más ligeras, más centradas, más capaces de tomar decisiones con claridad. E incluso, se ha demostrado que llorar es lo más eficaz para sanar el dolor, por eso lloramos cuando nos “duele algo” físico o emocional, porque es un analgésico natural.
Así que no, no se trata de tragarse las lágrimas en una reunión importante. Se trata de permitirnos un espacio para soltar, para respirar, para recargar energía y seguir adelante con más fuerza.
Si el llanto no nos detiene, ¿por qué nos da tanto miedo?
Nos aterra que nos vean llorar porque hemos confundido vulnerabilidad con debilidad. Pero en realidad, la vulnerabilidad es el acto más valiente de todos.
Llorar no significa rendirse. Significa sentir.
Significa que nos importa.
Significa que somos humanas.
Sin embargo, la gran lección que debemos aprender es que si bien es cierto llorar es válido, no nos podemos quedar allí: después del llanto, viene la acción. Porque sí, nos permitimos llorar, pero también nos reinventamos.
Lloramos, pero nos levantamos
Hay un punto en el que el llanto cumple su función: aliviar, sanar, limpiar el camino. Pero después, nos toca levantarnos y decidir qué hacer con lo que sentimos.
Porque no nos quedamos en el suelo. No nos victimizamos. No nos hundimos en la tristeza.
Lloramos… y luego buscamos soluciones.
Lloramos… y luego aprendemos la lección.
Lloramos… y luego encontramos nuevas oportunidades.
La vida no es una historia donde todo sale perfecto. Es una serie de caídas y levantadas, de lágrimas y sonrisas, de quiebres y reinvenciones.
Llorar es humano, pero reinventarse es elección.
Así que la próxima vez que sientas un nudo en la garganta, no lo reprimas. No le tengas miedo al llanto. Permítete sentir, porque es parte del proceso.
Y cuando estés lista, sécate las lágrimas, ajústate la corona y sigue adelante. Porque las mujeres sí lloramos… pero también nos reinventamos.
Llorar es un acto de valentía. Reinventarse es un acto de amor propio. Y ambos, juntos, nos hacen mujeres reales que siente, lloran, se sanan y se levantan.