Juan Alejandro Tapia
Columnista / 16 de marzo de 2024

Lobo que aúlla sí muerde

Aplastada por las toneladas de noticias basura que olvidamos al instante tras repasar los hechos del día en las redes sociales, quizá en algún lugar bajo el escándalo de la infidelidad de la actriz Nataly Umaña en el reality de unos famosos que nadie sabe por qué son famosos, quedó la segunda advertencia en menos de dos semanas del presidente ruso Vladimir Putin de usar el armamento nuclear de su país en caso de una interferencia directa de Occidente en su guerra con Ucrania, lo que, en sus palabras, plantea nada menos que «la destrucción de la civilización».

Lo dijo el 13 marzo en entrevista con el periodista Dmitri Kisiliov, cercano al Kremlin, y antes lo había mencionado en su discurso anual ante el Parlamento ruso, el 29 de febrero. De rostro inescrutable y ojos azules de lobo siberiano, Putin, que este fin de semana será reelegido en unos comicios que prorrogarán su mandato hasta 2030, desearía adornar su triunfo con una corona en la cabeza. ¿El último zar de Rusia? No. Lo peligroso del exagente de la KGB es que su objetivo es ser el primero de esta nueva era. Restituir el imperio y ganarse un lugar al lado de su ídolo, Pedro el Grande.

La advertencia a las naciones aliadas que decidan ir un paso más allá en su ayuda militar a Ucrania tiene nombre propio y no es precisamente Joe Biden, de quien ha dicho que es un «político veterano que comprende plenamente los posibles peligros de una escalada». El adversario que ocupa la otra silla frente al tablero de ajedrez es el presidente de Francia, Emmanuel Macron, quien ha anunciado la posibilidad de enviar tropas a Ucrania, decisión que modificaría de manera sustancial la política de la OTAN, consistente, hasta ahora, en brindar asistencia bélica y humanitaria, pero no tanto como para sacar de casillas a Putin.

Esta semana, Macron, de 46 años, con un aire que evoca a Kennedy, se vistió de Churchill en una entrevista televisada posterior a la del presidente ruso. «Si decidimos ser débiles frente a alguien como Putin, que no tiene límites; si le decimos de forma ingenua que no superaremos este o ese límite, no sería buscar la paz, seria asumir la derrota», declaró.

Francia e Inglaterra son los dos únicos países de la llamada Europa occidental con armas nucleares. Suman 515 ojivas entre ambos, frente a las 5.977 de Rusia, la cifra más alta del mundo. El equilibrio de las cargas en el orden político europeo lo ha aportado desde 1945, tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos. Pero el escenario podría cambiar si Donald Trump regresa a la Casa Blanca después de las elecciones del 5 de noviembre.

La intervención del candidato republicano ha hecho que los miembros de su partido en el Congreso paralicen la ayuda militar a Ucrania, lo que, de continuar, dejaría a Europa sin su guardaespaldas. Trump, incluso, ha animado a Rusia a invadir a los países de la OTAN que gasten menos del 2% del PIB en defensa. ¿Una muestra más de la diarrea verbal del expresidente? Quizá sí, pero no por ello menos atemorizante.

En este escenario aparece Macron como el líder carismático dispuesto a plantarle cara al sueño expansionista de Putin, y su demostración de carácter -¿o de temeridad?- plantea un dilema para las grandes potencias y el resto de la humanidad: ¿permitir que el presidente ruso anexione Ucrania a su territorio con tal de no correr el riesgo de un conflicto nuclear o hacerle frente y desatar, de una vez, un nuevo orden mundial que de todos modos va a llegar?

Oppenheimer, la epopeya del director británico Christopher Nolan sobre el creador de la bomba atómica, que con mérito y clarividencia acaba de ganar el Óscar, recordó que la capacidad destructiva del hombre no tiene límite. Un pequeño papel le correspondió al actor Gary Oldman, el del presidente estadounidense Harry Truman, quien se hizo un lugar en la historia por haber dado la orden de destruir Hiroshima y luego Nagasaki. Putin busca el suyo a toda costa.

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