Carlos Polo
Columnista / 20 de mayo de 2023

Los versos rabiosos de Fito Páez y la generación de la resistencia

Y no fue precisamente en Buenos Aires donde nació el flaco que me pondría a cantar sus canciones y a pensar en sus letras como si fueran esos poemas rabiosos que se me quedaron atascados en la mitad del pecho. En esas saetas furiosas que no alcancé a escribir a tiempo porque antes que yo, en una población ubicada a 300 kilómetros al norte, por el río Paraná, ya había nacido un juglar de esquina y de urbe, que haría mucho más llevaderas mis tenidas con vino barato, en aquellas borrachas madrugadas en las que me enfrentaba a mi propio desencanto y desazón.

Justo al sudeste de la provincia de Santa Fe, en la ciudad de Rosario, el 13 de marzo de 1963, nació Rodolfo Páez, hijo de Margarita Zulema Ávalos, una concertista de piano, y de un empleado administrativo de la municipalidad, un melómano de nombre homónimo con el que aprendió desde niño a apreciar la música en todas sus dimensiones.

En el viejo tocadiscos de su casa en Rosario, padre e hijo pasaban tardes enteras entre una singular y ecléctica lista de canciones que pasaba por la música clásica, el tango, el rock y otros sonidos, entonces desfilaban Piazzolla, Ellington, Francis Albert Sinatra, Lennon y McCartney o Antonio Carlos Jobim, fundador del bossa nova y los inmortales Beethoven, Chopin o Brahms.

La primera trompada que le propinó el mundo, le llegó apenas a los 8 meses de nacido, cuando su madre muere tras lidiar con los embates de un cáncer. En ese momento sus tres tías y su padre se hacen con la crianza del cantautor rosarino, quien se convertiría en un pibe triste y encantando, en ese chico que jugaba la pelota, mientras descubriría los pianos, el cine, las traiciones, la cerveza, las pastillas, el whisky malo, el amor, los escenarios…

El Flaco de enormes anteojos, melena larga y enmarañada, con aire soñador y desvalido, a los 19 ya tocaba con el trovador Juan Carlos Baglietto, a los 20 con el ‘papá’ de todos, Charly García, a los 21 ya había prensado su primer LP como solista, a los 22 ya llenaba teatros y antes de los 30, el primero de julio de 1992, para ser exactos, publicó el álbum más vendido en toda la historiadel rockargentino, El amor después del amor.

La serie biográfica que por estos días es una de las más vistas y discutidas de la plataforma de streaming Netflix, no ha hecho otra cosa más que confirmar la importancia de un género, de una época, de una generación dorada que resistió y que ayudó a crear la banda sonora de todo un continente.  

Charly García, Fito Páez, Fabiana Cantilo, Luis Alberto Spinetta, Andrés Calamaro, José Alberto Iglesias- Tanguito, Raúl Porchetto, Pedro Aznar y Nito Mestre, son algunos de los nombres inscritos en molde de oro, en la memoria colectiva de aquella convulsa Argentina, que enfrentó una dictadura militar, una guerra contra un imperio y centenares de violaciones a los derechos humanos.

Esa Argentina de la dictadura cívico-militar de 1976  a  1983, la de La noche de los lápices, esa que rasguñaba las piedras  mientras la bota se encargaba de aplastar los sueños, la de los cientos de jóvenes desaparecidos, la que vio nacer a las Madres y a las Abuelas de la Plaza de Mayo, la que se aferró a esa música clandestina que le dio un poco de sentido y de esperanza al sinsabor general, fue la misma que recibió como propia a aquella música de resistencia, parida por un puñado de flacos desgarbados, con la suficiente valentía para hacerle frente a un régimen despiadado, a golpe de guitarra, letras y locura ordinaria.

El 7 de noviembre de 1986, Fito recibiría una de las noticias más traumáticas y tristes de su vida. Hacía apenas un año que su padre había fallecido y la noche oscura volvió a caer con todo su peso sobre sus hombros.  En la casa paterna ocurrió una masacre en la que perdieron la vida de manera violenta, su abuela, su tía, y una empleada del servicio. Aquel acontecimiento le daría paso a una etapa oscura y furiosa del cantautor rosarino.

¿Quién puso la yerba en el viejo cajón flaco? Aún no lo seguimos preguntando.

Los brutales asesinatos no se esclarecerían sino hasta un año después cuando la Policía arrestó a Walter di Giusti, músico fracasado devenido en plomero, a quien se le encontraron algunas pertenecías de Páez y de las víctimas. En el momento de la captura, di Giusti fungía como agente policial. Sobre la cantidad de marihuana hallada en un viejo cajón en el momento de los crímenes nunca se logró saber su procedencia, aunque en la serie se deje sugerido una posible conspiración incriminatoria en contra del cantante.

Sobre sus colaboraciones con Charly, sobre que en 1983 se convierte en el remplazo del Salmón Calamaro en la banda de ese mito vivo de oído absoluto y bigote doble tono, sobre su disco con Spinetta, el otro Flaco de oro, sobre Fabiana, su eterno amor de primavera, sobre sus películas y sus referentes literarios, ya abundan demasiados registros.

Sobre la serie que está bien producida, bien trabajada desde la propia audición para escoger a los actores, hasta sus líneas dramáticas y conceptuales. Mal haría en ponerme a pontificar sobre eso, lo que sí resulta importante para mí, son esas discusiones que ha puesto sobre la mesa acerca del valor social del arte y de la música como herramienta de resistencia, el arte como un registro disidente y transformador y no una mera industria comercial fabricada para una masa hedonista, alienada y zombi.

¡Qué te pasa Barranquilla, esto no es tango en un rock! ¿Flaco dónde estás? Mientras estoy imaginándome otro lugar y voy silbando un tango oxidado. Loco el mundo no ha parado de dar giros bajo este mismo cielo y este estado de coma…Todavía al dar media vuelta y pasar afuera, nos damos cuenta de que no todos tienen primavera.

Porque como tú, flaco, yo también he venido a ofrecer mi corazón, lo he entregado entero en papel de celofán, y también como el Chico de la Tapa, he vivido en la boca del diablo naciendo, muriendo y resucitando, mientras encajaba una que otra cuchillada del amor

Y como tu Chico de la Tapa, loco, yo también tengo algunos asuntos pendientes. Mi madre hace un tiempo que se iba de viaje mientras mis hermanos bebían en el bar. Después perdí a uno de ellos en la sala de algún hospital y me quedó más claro que nunca, que el mundo está lleno de hijos de puta y que hoy especialmente está llena la ruta, y ojalá flaco, yo también pueda cantar con toda certeza y con los pulmones llenos de aire, que no me verán arrodillado… Que no voy a morir de amor…  

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