En medio de atentados en Cali y Bogotá, el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol comentó que el empate ante Argentina fue un respiro emocional para el país.
En Colombia, a veces un gol, un empate o una camiseta sudada puede significar mucho más que un resultado deportivo. Puede ser alivio. Puede ser tregua.
Puede ser esperanza. Porque en este país de contrastes extremos, donde la tristeza y la alegría están en la misma esquina, el fútbol sigue funcionando como ese lenguaje común que todo lo traduce, que todo lo permite.
El pasado martes, en Buenos Aires, la Selección Colombia empató 1-1 frente a la actual campeona del mundo. Fue un partido luchado, físico, de emociones contenidas. Pero también fue algo más; un bálsamo en medio de una semana marcada por el miedo, la zozobra y el desconcierto. Un respiro, como bien lo dijo Ramón Jesurun, presidente de la Federación Colombiana de Fútbol
Ese empate, que en otra circunstancia habría sido leído solamente en clave clasificatoria, fue entendido por millones como una especie de tregua emocional. Un paréntesis en medio del caos. Mientras en Cali estallaban artefactos explosivos y en Bogotá un congresista sobrevivía a un atentado, la Selección le empataba a la Argentina de Messi, en el mismísimo Monumental. Y no fue poca cosa.
NO FUE SOLO FÚTBOL: FUE SÍMBOLO
Jesurun, más que hablar de táctica o rendimiento, decidió poner en palabras lo que sentía el país. Se salió del libreto habitual del dirigente técnico y se metió en un terreno incómodo, pero urgente: el de lo humano.
“Nos vamos contentos. Esperamos que este empate le sirva a nuestro país anímicamente, con todos los problemas que tenemos. Que le sirva al entorno de Miguel (Uribe Turbay) y a él mismo para salir adelante en esta tragedia injusta”, expresó.
Y esas palabras no pasaron desapercibidas. Porque en un país en el que muchos líderes prefieren callar o hablar en clave de marketing, lo de Jesurun fue una declaración valiente, necesaria, incluso reparadora. El fútbol volvió a ocupar su lugar simbólico: ese que lo convierte en espacio de encuentro, en excusa para la esperanza, en punto de apoyo cuando todo se tambalea.
UNA COLOMBIA SITIADA POR EL MIEDO
La coyuntura no era cualquier coyuntura. Días antes del partido, varias ciudades del país estaban en estado de alerta. En Cali, explosivos y amenazas paralizaron zonas enteras.
En Bogotá, el país contuvo la respiración cuando se supo del atentado contra Miguel Uribe, senador, exsecretario de Gobierno y precandidato presidencial. El ambiente era de tensión, de inseguridad, de angustia colectiva.
Y sin embargo, el fútbol apareció. No para tapar la realidad, sino para atravesarla. Para recordarnos que, pese a todo, todavía hay momentos que pueden compartirse con alegría. Que el grito de gol puede seguir siendo una de las pocas cosas que nos iguala. Que la Selección sigue siendo de todos, incluso de quienes ya no creen en nada.
Jesurun no se quedó en palabras vagas. “Lo que está pasando en Cali es inaudito, absurdo. La Selección le brinda al país un refrescante abrazo de solidaridad. Por favor, no más sangre y mucha paz”, dijo con tono enfático, casi paternal. Como si supiera que esa frase se iba a convertir en eco de miles de colombianos que, entre la desesperanza, aún buscan señales de que se puede seguir adelante.
UN EMPATE QUE SANÓ POR DENTRO
¿Y el partido? El partido fue digno. Fue bueno. Colombia supo aguantar, jugó con orden, empató con coraje. Pero, como ya se ha dicho, no fue el marcador lo que quedó grabado. Fue el momento. Fue la emoción compartida. Fue el símbolo.
No es normal empatarle al campeón del mundo en su casa. Mucho menos cuando tu país parece derrumbarse a pedazos. Ese empate se volvió más que un punto. Se volvió espejo. Se volvió metáfora. Se gritó no solo por el fútbol, sino por lo que representaba: una buena noticia en medio del alud. Una chispa de alegría entre tanto duelo.
Ese gol de Daniel Muñoz se gritó con rabia, con alegría, con desahogo. Fue un abrazo colectivo lanzado al aire, como diciendo: “Aquí seguimos, seguimos de pie”.
EL PODER EMOCIONAL DEL FÚTBOL
Y ahí radica el verdadero poder del deporte en Colombia. No tanto en lo que logra en la cancha, sino en lo que genera fuera de ella. En la forma como es capaz de unir lo que el discurso político divide. En su potencial para recordarnos aunque sea por noventa minutos que no todo está perdido.
Cuando Jesurun dice que fue “refrescante”, no se refiere a que el equipo jugó bonito. Se refiere a ese momento único en el que millones de personas, sin importar su ciudad, su ideología, su credo o su rabia, se conectan con una misma emoción. Porque cuando todo lo demás falla, un gol puede ser una declaración de resistencia. Una promesa. Una tregua emocional.
Y en ese gesto hay algo profundamente poderoso. Porque si bien el fútbol no resuelve los problemas estructurales del país, sí tiene la capacidad de tocar el alma colectiva. De darnos razones simbólicas para no rendirnos del todo.