Un sacerdote, un pastor evangélico, una integrante de la comunidad hebrea y un exsacerdote periodista hablan de esta manifestación desde la espiritualidad que hoy se toma las redes sociales.
Jornadas y cadenas de oración por doquier; artistas que rezan el rosario por sus redes sociales; creyentes que van a predicar en las puertas de hospitales y personas que en otros tiempos mantenían distancia con temas religiosos invitando a sus amigos a orar en grupo.
La pandemia ha desnudado nuestras verdades y, ante el temor de la muerte, ha despertado una espiritualidad y una búsqueda de respuestas en el terreno de la religiosidad, como pocas veces se había visto.
Orar es hablar con Dios, o con el ser sagrado en el que creamos. Es tal vez la definición más generalizada sobre un concepto que data de la antigüedad. Para comprender su significado y alcance, MiREDVista consultó cuatro conocedores del tema, el pastor cristiano Édgar Salina, la representante de la comunidad judía en Barranquila Toba Rozenthal, el sacerdote Jaime Marenco y el exsacerdote Alberto Linero, para que respondieran estos interrogantes:
Director de Comunicaciones de la Conferencia Episcopal de ColombiaSacerdote de la Arquidiócesis de Barranquilla
“La oración tiene un poder que está en el mismo Dios y que él comparte con nosotros, sus creaturas, sus hijos amados, toda la humanidad; pero nosotros no alcanzamos a aprovechar, valorar, ni disfrutar ese poder tan grande de la oración, porque tal como lo expresa el apóstol Pablo en su carta a los romanos: “Nosotros no sabemos pedir como conviene”. De ahí que el catecismo de la Iglesia católica nos recomiende ser humildes: “La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración”. (capítulo 8, versículo 26)
El poder de la oración radica en la sed. Sí, en la sed tanto humana como divina. Así lo expresa san Agustín: “La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él”. Como humanos tenemos que reconocernos pequeños, limitados, pecadores y, a la vez, reconocidos y amados por Dios, quien con su amor nutre, fortalece y proyecta nuestros talentos, virtudes, inteligencia y todas nuestras capacidades.
Se debe orar siempre. Si tenemos conciencia de Dios, debemos alimentar la comunicación y la relación fraterna con Él, siempre; así como lo deben hacer los novios, los esposos, los padres con los hijos, los maestros con sus alumnos, los obispos con sus sacerdotes y religiosos, los jefes con sus equipos de trabajo… De esta manera se genera confianza, cercanía, credibilidad, solidaridad, fraternidad… y se cultiva la fe. Anota el catecismo: “La oración es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo”. Y esta “relación viva” debe mantenerse en todo momento: en las experiencias de alegría y de dolor, de ganancia y de pérdida, de certeza y de dudas, de vida y de muerte.
¿Cómo orar? Esta es una pregunta de todos los tiempos. Hasta los discípulos de Jesús le pidieron en cierta ocasión que les enseñara a orar, como lo hacían los discípulos de Juan, y el Señor los animó a dirigirse al Padre Celestial (Lucas 11, 1 – 4). De ahí nace la oración del “Padre Nuestro” que los cristianos valoramos tanto. Pero, en realidad no quiero dar “tips”. Más bien, para orar, hay que, primeramente, disponerse a un encuentro de voluntades –la humana y la divina-. A partir de este primer paso avanzaremos y enriqueceremos nuestra oración con la Eucaristía, la Sagrada Escritura, el santo rosario, la devoción a los santos y las obras de misericordia”.
Miembro de la comunidad judía en Barranquilla
”La oración sí tiene poder. Nosotros los judíos rezamos todos los días, rezamos por los enfermos, por las dificultades mundiales; ahora se reza mucho por la pandemia, por la paz. Por todo se reza.
Se ora pidiéndole a Dios. Se lee la Torá; hay muchos rezos para todo. Hay un espacio en el que se pide por los enfermos y ahora en pandemia por los que están enfermos de Covid; cuando hay guerra se pide, se reza la Torá y los salmos.
Cuando uno se siente triste y angustiado recomiendo rezar salmos, que esos dan mucha tranquilidad en el alma, son fabulosos y dan buenos resultados, porque con fe todo sale bien”.
Pastor principal Comunidad Cristiana Su Majestad
“La Palabra de Dios nos dice en segundo de Crónicas 7:14: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado y oraren y buscaren mi rostro, y se convirtieran de sus malos caminos, entonces yo iré desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra”. La oración es el poder que activa la respuesta de Dios en los cielos para la Tierra. La oración es más que comunicarse con Dios, más que hablar con Dios, es traer el Reino de Dios y su voluntad aquí a la Tierra.
En este versículo 7:14 de Crónicas vemos que cuando el pueblo ora, Dios escucha, porque eso es lo que tenemos que tener en cuenta, que nuestra oración provoca una respuesta de Dios. Dice que “Si se convirtieran de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos”. Tenemos que tener la seguridad de que cuando estamos orando Dios escucha y viene la respuesta de él. Lo otro que provoca es que la oración abre los cielos. Dice: “Yo iré desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra”. Una respuesta favorable a la oración, entonces la oración abre el cielo.
Cuando estamos en intimidad con Dios estamos provocando algo: que Dios empiece a abrir los cielos. Cuando una ciudad, Nación o país tiene los cielos cerrados es un país pobre, lleno de enfermedades, con problemas familiares, económicos y financieros, porque el cielo cerrado es sinónimo de maldición. Pero cuando el cielo está abierto es sinónimo de bendición; nos manda la lluvia temprana y manda la lluvia tardía. La lluvia temprana afloja la tierra y la lluvia tardía madura el fruto”.
Periodista, escritor, docente y conferencista internacional Fue sacerdote eudista durante 25 años
Si entendemos la oración como ese diálogo trascendente en el que reconocemos que no estamos solos, que no estamos lanzados a las consecuencias de nuestra suerte, sino que Dios nos acompaña y que es un interlocutor constante nuestro; que constantemente nos está amando, nos está acompañando y desde dentro nos impulsa a lograr las experiencias, la oración tiene poder. Tiene el poder de darnos paz, de llenarnos de esperanza, de darnos el optimismo en los momentos más difíciles de nuestra vida, de transformar nuestro corazón, de transformar nuestras ideas y de transformar nuestras débiles fuerzas en potentes experiencias de transformación.
La oración debe ser una experiencia constante. Debemos orar cuando estamos felices, y entonces damos gracias porque todos nuestros sueños se cumplen; debemos orar cuando nos sentimos fuertes y descubrimos que somos capaces de transformar la vida; debemos orar cuando estamos solos y entonces nos reconocemos como seres necesitados, pero a la vez bendecidos; debemos orar cuando faltan las fuerzas, cuando el dolor llega, cuando nos hace sentir nuestra vulnerabilidad: ahí debemos orar. La oración tiene que ser una experiencia cotidiana, orar en todo momento para tener fuerzas y ánimo para seguir adelante.
Debemos orar desde el silencio del corazón, desde la palabra que brota de un ser que se sabe amado, que se sabe bendecido. Debemos orar por todo lo que tenemos: porque aún en los momentos difíciles tenemos muchas cosas buenas por las cuales agradecer. Luego, tenemos que reconocer nuestras habilidades y capacidades para seguir adelante, porque somos responsable de nuestra vida; luego, suplicamos a El que le agregue a nuestras fuerzas su poder, y luego damos gracias porque vamos a conseguir eso que estamos pidiendo.