Lizzette Diaz
Columnista / 3 de diciembre de 2022

Preparado para el «¿Por qué tan caro?»

Antes de escribir esta columna quise investigar un poco sobre lo que dice el diccionario acerca del significado de la palabra ‘caro’, un concepto que lo estudias a menudo cuando te dedicas a las ventas y el marketing –como en mi caso-.

Según el diccionario, ‘caro’ es todo aquello que tiene “un precio elevado en relación con otros bienes semejantes”. Ese es exactamente el principio que se aplica en marketing, cuando te invitan a diferenciar entre ‘caro’ y ‘costoso’, dos cosas totalmente distintas pero que a menudo la gente las aplica por igual, pues caro es efectivamente aquello que tiene un precio elevado en relación a lo que ofrece en cuanto a su calidad o servicio, y costoso es aquello que tiene un precio elevado pero que su promesa satisface las expectativas de un cliente final.

En Latinoamérica crecimos con el ‘caro’ en la boca. Todo nos parece caro, y es muy chistoso, porque estamos tan acostumbrados a pensar que todo es caro que hay quienes al preguntar el precio y antes de que te digan cuánto es, jocosamente se anticipan diciendo: “cuánto cuesta y por qué tan caro”.

No sé si pasa en todos los países Latinoamericanos, pero en Colombia, por ejemplo, regatear es todo un deporte y los comerciantes lo saben, así que todo el mundo se prepara para el juego: el comerciante pone un precio en su vitrina, sabiendo que tiene que aumentar el margen en un 20% o 30%, para que el consumidor final se sienta feliz con la rebaja que consiguió, aunque en realidad termina pagando lo que evidentemente cuesta el producto, pero en el juego todo el mundo termina feliz, el cliente satisfecho por el regateo y el comerciante feliz porque vendió al precio justo.

El problema es cuando usted se mete en el juego. Aquí es cuando no le cae muy bien cuando sus amigos le dicen “y a mí, ¿en cuánto me lo dejas?”, “y si es para mí, ¿cuánto es?” o lo que es peor, cuando le hacen el “favor” de referirle a alguien, le advierten a sus amigos “dile a fulano que vas de mi parte y él te va a dar el mismo precio que a mí; no le vayas a pagar más de…”, o cuando te llaman por teléfono delante del referido y te dicen “te va a llamar fulanito, es muy amigo mío, para que le hagas el mismo descuento que me hiciste a mí, ya le dije que tu cobras tanto”.  Por eso no hay peores clientes que los amigos o la familia, primero porque generalmente confunden la amistad con el negocio, y segundo, porque son los que más piden rebajas y al final los que menos aprecian tu esfuerzo y tu trabajo.

En tantos años metida en el mundo de las ventas, he descubierto que para la gente es muy fácil juzgar el precio del trabajo de los demás, pero eso sí, se ofenden cuando alguien cuestiona el precio por el trabajo que ellos realizan. Cada vez que salgo a ofrecer la revista o cualquiera de nuestros eventos, la situación se vuelve recurrente con muchos de los clientes, especialmente los suramericanos, acostumbrados al juego del regateo: con ellos siempre hay que empezar con el precio mayor, para terminar vendiendo por el precio justo. Eso en el mejor de los casos, porque hay clientes a los que sinceramente es mejor ni venderles, so pena de que tú les quedes debiendo a ellos.

¿Por qué escribir sobre esto? Bueno, primero porque yo pienso que debemos respetar el trabajo de los demás. Tú no puedes ponerle el precio al trabajo ajeno, si tú no le ves el valor a los esfuerzos que los demás hacen por ofrecer un buen producto o servicio. Entonces mejor retírate en silencio y busca otras opciones, o por qué no mejor admites que tú eres el que tiene un presupuesto limitado para pagar lo que el otro cobra. Hay clientes para todos los gustos y presupuestos, y que tú no tengas las condiciones para pagar lo que se te pide, no significa que el otro está vendiendo caro; es como si a ti alguien te viniera a cuestionar el precio de tus servicios o productos, porque entonces ahí sí te parece injusto y poco profesional que lo demás lo hagan, pero no te das cuenta cuando tú lo haces.

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