Patricia Escobar
Columnista / 23 de octubre de 2021

¿Se juzga al músico o a la persona?

Cuando son las personas las encargadas de calificar o evaluar, aunque haya patrones técnicos, siempre se corre el riesgo de que sus calificaciones o evaluaciones no gusten o convenzan a todo el mundo porque, queramos o no, en los evaluadores, los evaluados y quienes esperan los fallos hay algo que no se puede negar y es la subjetividad.

La percepción y valorización sobre algo, es inherente a un ser humano, y al ser todos diferentes, es muy difícil que todos se sientan contentos. Puede haber consensos, pero muy difícilmente todos están de acuerdo con un fallo emitido por humanos. No es lo mismo una fórmula química o matemática, que es exacta, que las evaluaciones humanas que miden ítems con cargas afectivas o personales.

Festivales de música, como el Festival de Orquestas y el Festival Vallenato, tienen parámetros de evaluación y porcentajes. Cada jurado, normalmente son 5, llena unos formatos que al final se suman y dan unos resultados. Pero al momento de calificar, una persona puede, por ejemplo, colocar 100 en afinación y otra 90 porque el oído es distinto, porque su percepción es distinta, porque no se utilizan dispositivos electrónicos. Y eso que, la afinación es lo más medible técnicamente. Adicionalmente hay parámetro mucho menos técnicos que permiten que la subjetividad se luzca y los resultados no sean “científicamente puros”.

Debido a todo esto, lo normal después de un concurso, es que se forme una polémica. El Festival de la Leyenda Vallenata no escapa de eso. Y el reciente fallo en la categoría de profesionales ha sido el blanco de las mayores críticas. Críticas que comenzaron en el campo profesional o de la ejecución de los cuatro aires que se califican y se desviaron prontamente a lo personal.

Musicalmente hablando, la mayoría de los vallenatos, (todos se sienten evaluadores), no estuvieron de acuerdo con el fallo emitido por cuatro prestigiosos y reconocidos músicos, y un “invitado estrella”. Sin dar muchos argumentos técnicos- profesionales, descalificaron a Ricardo Villafañe y dividieron las simpatías entre dos jóvenes luchadores como Javier Matta y Nemer Tetay.

Hasta aquí, “todo normal”. Es corriente que eso pase y aplica el dicho que “entre gustos y colores, no discuten los doctores”. Lo grave, o lo que no está bien, según mi opinión, es que se hayan dejado de lado los argumentos técnicos y se haya encaminado el descontento y la descalificación, hacia un asunto personal. Villafañe no es una buena persona, no es un hombre correcto, es un maltratador de mujeres. Y con todo respeto, y sin que yo esté validando sus acciones, eso no era lo que se estaba calificando.

Nos falta en las discusiones y análisis algo que se llama discernimiento, que es el juicio por medio del cual percibimos o declaramos la diferencia que existe entre una o varias cosas de un mismo asunto o situación específica.

Una cosa es “descalificar” a Villafañe porque no interpretó bien los cuatro aires que se evalúan en el Festival, o porque, con subjetividad o no, cualquiera o uno de los otros cuatro finalistas, los interpretaron mejor, y otra, “descalificarlo” porque en el pasado, reciente o lejano, golpeó salvajemente a su pareja o expareja.

Descalificarlo por lo segundo tiene que ver más con lo moral, y eso no está cobijado en los reglamentos del Festival ni en los parámetros de calificación que manejan los jurados. Y aunque yo soy de las que piensan que poco vale un buen músico si es una mala persona, la discusión del momento debe centrarse en el músico ejecutante del acordeón, y no en el hombre agresor.

Creo que se enriquece más el folclor si quienes no están de acuerdo con el fallo salen a dar argumentos musicales, técnicos, despojándose al máximo de la subjetividad propia de estas circunstancias, y de lo personal.

Podría darse también un debate moral. Es válido, máximo cuando se entiende que las personas con alguna exposición mediática se convierten en referentes para la juventud. Pero esto es otra cosa.

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