Juan Alejandro Tapia
Columnista / 21 de octubre de 2023

Tambores de guerra en la Iglesia

En consonancia con un mundo en crisis, sacudido por vientos de guerra que amenazan a toda la humanidad, la Iglesia católica vive su propio conflicto, con facciones que luchan por imponer su visión doctrinal y que apuntan al papa Francisco desde todas las direcciones, como francotiradores con sotana: de un lado, los partidarios de reformas que buscan acercar la fe cristiana a los tiempos que corren, humanizarla podría ser el término, lo que en opinión de los conservadores pone en entredicho dogmas que nacieron con la institución fundada por Jesús hace poco más de dos mil años; y, del otro, los que se oponen a los cambios, e incluso los califican de herejía, por atentar contra el mensaje de las Sagradas Escrituras, atribuido al propio Cristo y que, por lo tanto, no puede ser modificado ni siquiera por el sumo pontífice.

La revolución de Francisco no solo es simbólica y de cara al exterior, como ha quedado claro en sus diez años de papado. La Iglesia que busca y siente Bergoglio requiere profundas transformaciones internas, y a pesar de sus achaques el argentino parece no estar dispuesto a doblegar sus convicciones. Ha ido a su tiempo, paso a paso, hasta llegar al Sínodo de la Sinodalidad, que se cumple en el Vaticano hasta el 29 de octubre, en el que obispos de todo el mundo discuten temas como el papel de la mujer y su acceso al diaconado -paso definitivo para el sacerdocio-, la bendición de parejas homosexuales, el celibato de los curas y la comunión para los divorciados que vuelven a unirse con una pareja.

El Sínodo es una asamblea de carácter consultiva, convocada por el Papa, en la que los obispos aportan propuestas y disciernen  sobre asuntos que afectan a la Iglesia universal. Abarca todo el «pueblo de Dios», es decir, religiosos y laicos, y, como novedad aportada por el pontificado de Francisco, por primera vez los laicos podrán votar, lo mismo que las mujeres. Este Sínodo, que tiene en Roma su fase más visible, comenzó en 2021 con el desarrollo de las propuestas y volverá a reunirse en octubre de 2024 para la redaccción de un documento final que, en caso de contar con la aprobación de Francisco, será ley para los cristianos.

El espíritu reformador del Papa venido del sur del continente americano es innegable, pero la duda que divide a la Iglesia recae en los límites que se encuentra dispuesto a cruzar. Los discípulos de Juan Pablo II y Benedicto XVI ya no esconden su malestar y se atreven a llamar al orden en público al jerarca. Y los reformistas esperan que la ventana abierta por el antiguo arzobispo de Buenos Aires sea lo suficientemente amplia para garantizar la transformación absoluta de la Iglesia.

Fuera de las luchas intestinas propias de toda empresa -y la Iglesia no deja de ser una- por las políticas internas y el estilo de liderazgo que la conducirá al futuro, el Sínodo pone sobre la mesa, así no aparezca en el orden del día, el tema de la divinidad de Jesús y la fidelidad a los evangelios, pilares del cristianismo. ¿Puede un grupo de personas, sin importar su condición de líderes eclesiásticos, acomodar al vaivén de los tiempos el mensaje del autodenominado hijo de Dios transmitido a través de sus apóstoles? Es la pregunta de los tradicionalistas que no están dispuestos a aceptar la comunión de parejas en adulterio ni el sacerdocio femenino. O, como documentos redactados por hombres en un contexto histórico específico, ¿son susceptibles las Escrituras de adaptarse al mundo de hoy sin derrumbar la autoridad divina del crucificado?

En el centro de la polémica está Bergoglio, con 87 años y sin mayor interés por renunciar como su antecesor, Ratzinger. En su artículo ‘El Dios en quien no cree el papa Francisco’, publicado el 6 de octubre en el diario El País con motivo de la instalación del Sínodo, el periodista, escritor y exsacerdote español Juan Arias Martínez, quien conoció y siguió por el mundo a siete papas, entrega una aproximación: «Ha demostrado (Bergoglio) disgusto hacia el ala más dura y conservadora de la Iglesia, esa para la que existe aún un Dios en el que él no cree, que es el viejo Dios de los truenos, infiernos, excomuniones y miedo a las mujeres y a los diferentes».

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