Carlos Polo
Columnista / 9 de marzo de 2024

Todos los fuegos el cuento: más vivo que siempre

Uno de los primeros evidentes signos de civilización que se dio en la edad primigenia de la humanidad fue aquel momento en el que la tribu completa se aposentó frente a una pira gigante tras la larga jornada de caza y recolección de alimentos para compartir los acontecimientos del día. Allí se empezaron a escribir en la misma piel de la tierra las primeras historias.

Desde entonces se empezó a gestar todo lo que hoy conocemos como tradición oral y escrita, todo lo que hoy nos entretiene, nos interpela, nos conmina a reflexionar: la literatura, las artes escénicas, la radio, el cine y todas esas posibilidades con las que hoy contamos para informar, recrear, instruir, educar, desde un breve tuit hasta un video-podcast. Todos comparten un ancestro en común: el antiquísimo arte de contar historias.

Los cantos de los juglares, el canto épico de los aedos, los cantares de las gestas, desde La Odisea, pasando por el Quijote, Cien años de soledad, el Ulises de Joyce, hasta La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, o La broma infinita de David Foster Wallace, El ciudadano Kane, La naranja mecánica o cualquier video-podcast, empezó con ese viejo rito de contar y escuchar historias bajo el manto reconfortante de un cielo atiborrado de ‘cocuyos’ resplandecientes que titilaban, mientras sobre las cabezas de los primeros hombres se derramaba la blanca leche lunar.

Julio Cortázar, uno de los cultivadores más sobresalientes y uno de sus teóricos, en relación al cuento contemporáneo reflexionaba lo siguiente: “el cuento es una máquina infalible destinada a cumplir su misión narrativa con la máxima economía de medios”. Para el argentino, creador de textos también logrados como: El Perseguidor, Casa tomada, La noche boca arriba; Bestiario; o La continuidad de los parques, “la diferencia entre el cuento y lo que los franceses llaman nouvelle y los anglosajones long short story se basa en esa implacable carrera contra el reloj que es un cuento plenamente logrado”.

Para Edgar Allan Poe, considerado el genio creador que sentó las bases para la teoría del cuento contemporáneo, las composiciones textuales, especialmente en el cuento o el poema, “el punto de mayor importancia es la unidad de efecto o impresión”. De acuerdo con Poe, en el cuento, son fundamentales la intensidad y la brevedad. En ese sentido, la unidad de efecto no se preserva en aquellas producciones textuales, “cuya lectura no alcanza a hacerse en una sola vez”.

Poe abrió nuevos caminos para las formas literarias universales; es considerado el padre de la narrativa de horror, de la novela policiaca y uno de los pioneros de la ciencia ficción. El autor de El gato negro, La caída de la casa Usher, entre otros textos fundamentales, con su texto Los asesinatos de la calle Morgue creó los fundamentos esenciales para la nueva tradición del texto policial contemporáneo.

Enamorado desde muy joven de la melancolía, Poe fue además poeta y ‘maldito’, sentando las peligrosas bases de esa extraña modalidad de asumir el arte como un compromiso absoluto y con ciertos visos de misticismo. Se ha repetido hasta la saciedad que con la entrada en escena de Baudelaire, Rimbaud y Mallarmé, nacería oficialmente para la literatura finisecular la figura del poeta maldito. Poe vendría a ser el abuelo de esta triste figura del autor atormentado, siendo un romántico empedernido, entendiendo el término desde sus fundamentos como movimiento.

Es mucho lo que se ha teorizado sobre el cuento. En el ya célebre Decálogo del perfecto cuentista, en su primer apartado, Horacio Quiroga reza: “cree en un maestro como en Dios mismo”, y menciona de primer plano a Poe, luego le siguen Maupassant, Kipling y Chejov, jerarquización que no es para nada gratuita. Para el uruguayo, el buen cuentista debe, por regla de tres, echar mano de tres cualidades básicas: sentir con intensidad, atraer la atención y comunicar con energía los sentimientos.

Poe contribuyó además al salto a la llamada modernidad, palabra formada con raíces latinas que significa “cualidad de la era actual”.

En 1954 se publica en Colombia la obra Todos estábamos a la espera, de Álvaro Cepeda Samudio, quien de acuerdo con los hallazgos del crítico literario e investigador francés Jacques Gilard, la obra se constituye en una renovación del cuento en Colombia, debido a que Cepeda se antepone a los principios canónicos establecidos entre los autores del país. Desde el mismo hablante narrativo, “Cepeda pulveriza las actitudes y manías del relator omnisciente manejado desde la tradición del cuento nacionalista o terrígena”. Cepeda antepuso el universalismo contra lo parroquial.

El crítico Ángel Rama destaca en los cuentos del Nene Cepeda innovaciones desde los tópicos tratados, el lenguaje, los personajes, las mismas atmósferas y una cronotopía al igual de novedosa que instala al lector nacional, por vez primera, en un universo alejado completamente de sus contextos locales: la soledad, los bares, los solitarios hombres que esperan en la noche cerrada en las estaciones del metro subterráneo y otros referentes que le eran ajenos a la tradición literaria nacional, el jazz, las inalcanzables divas, el cine, la urbe como telón de fondo, la vieja New York y sus soledades ‘atestadas’.

Los cofrades del Grupo de Barranquilla, la mayoría asiduos a La Cueva, el bar en el que en sus inicios se congregaban cazadores, influyeron cada uno desde su campo creativo al necesario salto al modernismo en Colombia. Cepeda desde sus cuentos, Gabriel García Márquez haría lo propio desde sus propias experimentaciones narrativas, y ni qué decir de José Félix Fuenmayor, al que todos adeudaban un poco de ese arrojo literario.

Hace 12 años ya que el difunto Heriberto Fiorillo, también cultor del cuento, y como gran continuador y custodio del fuego encendido desde La Cueva por el Grupo de Barranquilla, generó un valiosísimo aporte a la tradición cuentística del país con la creación del Premio Nacional de Cuento La Cueva, que ha logrado convocar a más de 15 mil historias escritas a lo largo y ancho del territorio nacional, además de consolidar un importante registro de voces, sensibilidades y rangos, con la publicación hasta el día de hoy de 11 antologías compuestas por unos 25 textos cada una.

Lo anterior arroja una verdad incuestionable: pese a los decires, el cuento continúa robusto y goza de una muy buena salud. Y la buena noticia es que desde el mes de noviembre de 2023, está abierta la convocatoria del concurso que entrega $ 20 millones al primer puesto, $ 3 millones al segundo y $ 2 al tercero, además de publicar las tres obras que obtengan mención de honor y las 20 consideradas finalistas por el jurado.

Los autores colombianos que vivan en el extranjero, los extranjeros que vivan en Colombia y los colombianos, sin distinción de edad o sexo, interesados en participar tienen hasta este viernes 15 de marzo a la medianoche para enviar sus historias. Dale click aquí e inscribe tu historia, solo faltas tú https://cuentosfundacionlacueva.org/aplicacion-premio-nacional-cuento

Sí, aquello que inició frente al fuego, bajo la luz de la luna y hace tantos siglos, hoy continúa robustecido y más vivo que siempre…

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