Dolce vita / 11 de septiembre de 2021

Tulio recomienda… el sancocho, el amor hecho sopa

Tulio Zuloaga

¿Cómo explicarle a mis hijos que el sancocho, más que comida, es sentimiento y recuerdo para el colombiano?

Porque a uno le servían “pal engorde”, como a un pisco y luego le repetían y caía uno al pasto con modorra, exhausto de tanto amor hecho sopa y de tanta comelona…, así lo recuerdo yo: Mi mamá revolviendo con el cucharón de palo, advirtiendo con su mística sapiencia que “nadie más lo puede revolver porque, si tiene mala mano daña o se agua la sopa”. ¡Vea pues!

Mi papá, repartiendo las carnes con justicia: “Yo quiero esa, yo quiero esa”, se escuchaban las peticiones de los pequeños e inquietos comensales: un hueso carnudo, un cubo de morrillo y una pata e’ pollo; al lado una yuca, un plátano, una papa, un ñame y un tris de arracacha para cada uno: -¿Quiere más caldo, mijo?-, preguntaba mamá mojando el arroz, mientras mi papá soplaba la leña con la misma tapa de la olla y le echaba a escondidas una copita de guaro al caldo: “Que así sabe mejor”… y así, de a poquitos, me adoctrinaba en la religión del sagrado caldo.

Luego mis hermanitas cortando aguacates, cilantro y bananos sobre los platos del Carmen de Viboral y sus irregulares flores azules, repartiendo arepas, hogao, limones y ají; sirviendo colombiana, agua e panela, aguardiente y hasta refajo en vasos plásticos!

Todos oliendo a humo; porque el sancocho también se lo lleva uno pegao encima, desde el pelo hasta la punta de los pies… sosteniendo los platos entre las piernas y dando resoplidos para alivianar el calor del más sabroso menjurje del colombiano: nuestro plato nacional, el que se come con hambre de verdad, con el alma y con el cuerpo.

Y yo, el encargado de los palos y palitos, todo gordito y sucio, corriendo entre los pinos y sus alfombras de acículas, buscando ramitas secas y chamizos para atizar el fuego. Me sentía el héroe de la espesura del divino caldo. Ese era yo: el rey del sancocho en leña.

Ni se imaginan la delicia, la “grandura” y la llenura. Porque a uno le servían “pal engorde”, como a un pisco, y luego le repetían; y caía uno al pasto con modorra, exhausto de tanto amor hecho sopa y de tanta comelona… TULIO Recomienda!

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