Patricia Escobar
Columnista / 20 de febrero de 2021

Yo no consumo basura

Decir que “eso es lo que consume la gente” me parece la excusa más vacía de parte de quienes justifican tantos contenidos vacíos, tanto chisme sobre la vida privada de famosos y no tan famosos, tanto despliegue a informaciones que con dos líneas o un corto audio ya están suficientemente cubiertas. Eso para los grandes medios, ya en franca decadencia en Colombia.

Y qué decir de las redes sociales, convertidas por la “magia de la inmediatez” y “el poder de la libertad de expresión”, en los “medios de comunicación del momento” manejados no por profesionales en comunicación, si no por “influencers”.

Alarma que, con las posibilidades que brinda la tecnología de contrastar informaciones, la falta de criterio, la falta de objetividad, la ausencia total de ponderación, el exceso de chabacanería sean lo que domine en este mundo. Y lo peor de todo, que la verdadera profesión del periodista con su esencia misional haya sido reemplazada por los mal llamados influencers.

Y digo mal llamados porque un influencer es una persona que cuenta con cierta credibilidad sobre un tema concreto, y por su presencia e influencia en redes sociales puede llegar a convertirse en un prescriptor interesante para una marca, producto, campaña. Hoy a cualquiera con un buen número de seguidores, mucho de ellos “comprados” y “fantasmas”, se le llama de esta manera y se le coloca por encima de cualquier persona seria, con conocimientos y preparación para comunicar.

Los datos sobre audiencias muestran que las generaciones más jóvenes cada vez consumen menos medios de comunicación tradicionales porque han crecido con las ventajas de los social media. Ya no se conciben canales de difusión de mensajes que no permitan una interacción entre el medio y el usuario, lo que ha hecho que se extienda lo que se conoce como narrativa transmedia: un tipo de relato que se desarrolla mediante diversos medios y plataformas de comunicación y en el que el usuario cumple un rol activo.

De alguna manera entonces, los medios convencionales han permitido que los mal llamados manejadores de la información y los contenidos los desplacen. Entre otras cosas porque avalan sus contenidos cuando los multiplican. Muchas de las “estupideces” de los famosos influencers se vuelven noticia en los medios. Y así como actúan los grandes medios, lo hacen muchas personas que no solo se contentan con seguirlos, sino que replican sus mensajes. Entre más publicidad se les dé a esos sujetos que casi siempre están realizando actos contra la ley y las normas de sana convivencia (violando la cuarentena, ruidos excesivos, irrespeto a las autoridades, insultos a quienes no están de acuerdo con ellos), más “poderosos” se sentirán.

Las primeras acciones para erradicar esa plaga terrible que está acabando con nuestra juventud están en las manos de los auténticos periodistas que desde los medios tradicionales o desde lo digital deben cautivar audiencias con contenidos interesantes, sin polarizaciones, ni odios o resentimientos. Y en mano de los consumidores de información que como yo estamos hastiados de tanta basura en la red. Nuestra acción está un click: bloqueamos, borramos, o denunciamos lo que no nos gusta o parece ofensivo. Debatiéndolos en sus mismas cuentas lo único que hacemos es inflarles el ego.

Podríamos también comenzar una campaña que diga algo así como: “Yo no sigo a influencers, yo sigo a líderes”, o “Yo no consumo basura, me alimento con información”

Y todo esto, mientras aparezca una legislación en la que, si no se hace con respeto y conocimiento de causa, podríamos caer justos por pecadores.

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