En el mes que el mundo celebra a la mujer, como cartagenera y colombiana imposible no recordar a la más admirada de las mujeres del siglo XX en nuestro país, Teresa Pizarro de Angulo.
Doña Tera, como se le conocía de manera afectuosa, hizo del Concurso Nacional de Belleza, durante 35 años, el centro de atención del país y de Cartagena, su sede, la ciudad más querida por todos los colombianos.
Cuidadosa de su presentación personal, era la antítesis de una vedette. El protagonismo no estaba en su agenda, sino en generar relaciones de confianza basadas en la verdad, la transparencia y el servicio social que había elegido como camino para ayudar a fundaciones y entidades sin ánimo de lucro a lo largo y ancho del país, a través de la figura de la Señorita Colombia.
El reinado se convirtió en el eje de su vida, tras la muerte de Javier, uno de sus hijos. El duelo la acompañó hasta el fin de sus días. Se recogió el pelo en un moño bajo sobre la nuca, no volvió a bailar, ni a vestirse de color, se olvidó de la vida social, de las tardes de juego de bido y canasta, y se entregó de lleno a organizar la fiesta de integración regional más grande de Colombia alrededor del Concurso Nacional de Belleza.
No había presidente, gobernador, alcalde, empresario, artista o periodista que no le pasara al teléfono. Su voz cálida y fuerte era como la voz de Dios, irresistible, hacía milagros. Ante el pánico que le producía viajar en avión, su herramienta de trabajo era el teléfono, mientras sentada en su mecedora de mimbre con un gran poder de convicción lograba lo que se proponía.
Fui muy cercana a Tera, 17 de los 18 años que ungió como presidenta del Concurso Nacional de Belleza. Fiel a sus convicciones, Tera era de esas mujeres que enseñaba con el ejemplo. De carácter recio y suaves maneras, delegaba solo lo indispensable. Le gustaba sentir que tenía las riendas y el control de las situaciones. Era muy buena escucha, pero a la hora de tomar decisiones su criterio se imponía. Así lo viví, cuando recién egresada de la universidad llegué a formar parte de su junta directiva como representante del alcalde.
Ahí fui aprendiendo de los tejemanejes del Concurso, de las franquicias, de los diseños, costos y patrocinios de las carrozas, de las alianzas comerciales, la importancia de las comitivas, el por qué de la internacionalización de los jurados y el alcance mediático con el free press para la promoción de la ciudad, los escenarios y las marcas.
La empatía con Tera fue inmediata y con la cartilla de la diplomacia en cada paso que daba fui descubriendo que detrás de ese temple que mostraba escondía una bien administrada timidez, que no le gustaba revelar su edad, –secreto que aprendí a guardar– y era supremamente celosa con la información que consideraba confidencial. Ese entendimiento fue mucho más allá de una relación de trabajo, y cuando por algún motivo le fallaba un prospecto de jurado, no vacilaba en pedir que le ayudara a conseguir una figura que se ajustara al perfil del Reinado.
Con Tera como cómplice, viví muchas experiencias gratificantes en mi vida profesional. Entre ellas: traer la sede del Concurso del Hotel Caribe al Hilton e incluir un desfile exclusivo de las candidatas para sus empleados y familias. También iniciamos de la mano de otra gran aliada y amiga, doña Nidia Quintero de Turbay, el desfile en traje de baño “Belleza con un propósito”, que anteriormente se hacia a puerta cerrada para los jurados e invitados especiales.
El concurso que paralizaba el país y atraía cientos de miradas, era administrado sin fines lucrativos con la sabiduría que le enseñó su abuela que le dio lecciones básicas de economía y del manejo racional de dinero, que Tera puso primero en práctica como comercializadora de electrodomésticos, y luego como propietaria de una firma de finca raíz, negocio hasta ese entonces reservado a los hombres.
De signo Libra, disfrutaba leyendo poesía y escuchando boleros, se definía como una mujer romántica; celaba con profunda devoción a su marido, el popular Leopoldo ‘Popo’ Angulo, quien la apoyaba en los menesteres del hogar. Negada para la cocina, le encantaban los postres y las golosinas, gusto que cultivó hasta el fin de sus días.
Falleció con la meta inconclusa de lograr una segunda Señorita Colombia coronada como Miss Universo. Varios años después, bajo la dirección de su hijo Raimundo, Paulina Vega, Señorita Colombia 2013, trajo para Colombia el galardón. Ahora que el Concurso perdió la franquicia de Miss Universo y se reinventa, rindo con estas líneas un tributo de admiración a esa mujer excepcional que fue doña Tera para la inmensa mayoría de los colombianos.