Gabriel Sánchez Alzate tiene 4 años. Es alumno destacado de la Fundación Mar Sonoro de Sincelejo.
Casada con sincelejano y residente en la capital de Sucre, esta clarinetista caldense creó la Fundación Mar Sonoro para enseñar a cantar y a tocar un instrumento.
Gabriel Sánchez Alzate tiene 4 años y ya canta y toca el piano y el violín.
En los videos que circulan en redes se le ve disfrutar de la música que desde antes del primer año de nacido le transmitieron sus papás Boris y Adriana.
Gabriel recibió estimulación temprana, al igual que Mía Roldán, caleña de tres años que desde el vientre escuchaba cantar a su mamá que recibió técnica vocal como parte de las clases en la escuela de música Fundación Mar Sonoro de Sincelejo.
Para Adriana Alzate, fundadora y directora de la escuela ( @mar.sonoro) que arrancó en el 2019, en este proyecto venía trabajando junto a su esposo desde que se conocieron en Francia en donde ambos estudiaban.
“Tenía claro que quería enseñar música en el Caribe, y mi esposo fue pieza clave”, asegura.
Adriana Milena recuerda que su pasión por la música empezó en la banda del colegio La Sagrada Familia de su natal Palestina, Caldas, en donde interpretaba el bombardino y el clarinete.
Luego estudió licenciatura de música en la Universidad de Caldas y de allí viajó a Venezuela a la Academia Latinoamericana de Clarinete, en donde recibió formación de destacados maestros de varios países, entre ellos el francés Pascal Pariaud de la orquesta de ópera de París. Por eso quiso seguir estudiando, en la Escuela Nacional de Música de Villeurbane (Francia).
Los esposos Sánchez-Alzate trabajaron varios años en ese país europeo, pero siempre con la mente puesta en Colombia.
Al tiempo ella accedió entonces como docente a la Universidad Tecnológica de Pereira, mientras que Boris seguía en Europa.
Ya cuando tenían claro la fundación, acordaron que sería en Sincelejo por la cercanía del mar que siempre los unió.
Adriana armó maletas para la capital de Sucre en donde estuvo vinculada a varias entidades, mientras que Boris se vino a liderar una EPS de la familia en Sincelejo.
Con los ahorros de varios años empezaron a proyectar la escuela, buscaron una publicista que les ayudó a cranear el nombre, compraron los instrumentos, arrendaron una casa en el barrio Venecia y junto a un grupo de profesores empezaron clases en el 2019.
La acogida fue tanta que al mes ya tenían 120 estudiantes en piano, violín, violonchelo, clarinete, saxofón, batería, guitarra eléctrica, percusión latina y canto, entre otros, así como la estimulación temprana para bebés.
En diciembre de ese año sus alumnos, entre los que hay varios adultos, ofrecieron un concierto de Navidad.
“Nos gusta que los estudiantes tengan contacto con los instrumentos musicales desde la primera clase. Ahí está el éxito de nuestras clases, muchas de las cuales se dictan en francés e inglés”, añade.
Adriana dice que mucho antes de la pandemia empezaron a diseñar una plataforma para dictar clases virtuales de música, y así lo hicieron, pero cuando vino el aislamiento por la covid-19, el panorama en la escuela empezaba a desmejorar por la suspensión de clases y el retiro de los estudiantes
“La gente no creía en la virtualidad porque en las clases de música, además del contacto físico, es importante verificar la postura y la respiración de los estudiantes”, explica.
En plena emergencia sanitaria, Adriana y Boris reforzaron entonces herramientas tecnológicas como zoom para arrancar con la virtualidad.
“Empezamos con clases gratis al hijo de un amigo, y le fue tan bien, que a las pocas semanas los amigos del colegio en Bogotá ya estaban inscritos en la fundación”, recuerda.
Invirtieron en varias cámaras porque el objetivo era que las clases no parecieran virtuales porque había que captar primeros planos de la mirada de los estudiantes, sus manos y los instrumentos musicales y de los maestros.
La estrategia de las redes sociales también fue fundamental porque más estudiantes se iban sumando desde ciudades de la Costa y el interior del país, así como de Francia, Estados Unidos y Reino Unido.
“Volvimos a recuperarnos porque pese a que la sede sigue cerrada, mantenemos la esperanza de reabrir en cualquier momento”, dice, y agrega que a mediano plazo proyectan sedes de la escuela en Barranquilla y Bogotá.
Hoy cuentan con diez profesores de música formados en las mejores universidades del país y del exterior porque asegura que otro de sus propósitos es que esta familia musical siga creciendo.
“A muchos de los estudiantes no los conozco personalmente, pero me gusta hablar con ellos y con sus papás, hacerle seguimiento a los procesos y preguntar cómo se sienten. Somos como una familia porque algunos han viajado desde Medellín y de otras ciudades para conocerme en persona”, cuenta.
Adriana dice que su escuela está abierta para enseñar cualquier instrumento y ritmo musical a personas entre los tres y los 80 años.