Patricia Escobar
Columnista / 11 de marzo de 2023

Nuestro verdadero cáncer

Cuando una niña de 14 años ofrece a sus compañeritos de colegio unas gomitas de dulces para que voten por ella para uno de los cargos del Gobierno Escolar sin recibir ninguna sanción social, estamos permitiendo que fenómenos como la corrupción se vayan «normalizando» en nuestra sociedad. Sobre todo, si a muchos padres y maestros les parece “una bobada”, “una pilatuna”.

Cuando alguien parquea mal un vehículo y ocasiona un trancón porque “estoy de afán, no me demoro y no encuentro dónde estacionar”, y lo que es peor: reacciona con agresividad ante cualquiera observación, es que lo irregular, lo inadecuado, lo incorrecto se ha “normalizado”.

Cuando alguien hace trampa a la hora de pagar un impuesto, “porque este Gobierno es muy corrupto y yo no voy a darles lo que he trabajado” y lo vemos como algo “justo”, estamos aceptando una conducta que en nada ayuda para erradicar la corrupción que, para mí, es el peor mal de todos los que podemos tener en el país.

Nos aterramos por los abusos de poder de muchos de nuestros gobernantes y funcionarios públicos, por el descaro como se roban y reparten el presupuesto del país, por la forma como se manejan los dineros ‘sucios’, por el mal uso de las relaciones de quienes están en niveles de mando alto, pero nos parecen “normales” una serie de acciones, muchas veces pequeñas, que nos rodean a diario, y lo que es peor, en las que incurrimos con frecuencia.

Si reaccionáramos con firmeza ante cualquier acción que esté por fuera de las leyes y normas sociales seguramente estaríamos acabando de raíz con ese flagelo que nos atormenta cuando somos adultos.

Todas las sociedades tienen normas de conducta que apuntan a que se viva en comunidad, en paz y con respeto; que se viva en igualdad y con justicia; que avancemos como seres humanos que viven en comunidad, pero con frecuencia las violamos, permitimos que se violen y las dejamos pasar, olvidándonos de que al “normalizar” lo incorrecto estamos permitiendo que se formen ciudadanos que no les importa nada ni nadie y que actúan solo en su propio beneficio.

Si en los hogares hay reglas claras y no se permiten las excusas a la hora de infringirlas, si en los hogares y escuelas se sancionan los comportamientos y acciones que se salen de las normas existentes, si somos capaces de valorar en su justa medida las denuncias de niños o jóvenes; si permitimos que los jóvenes se destaquen por sus habilidades, por sus buenos comportamientos y no por lo que tienen sus padres; si se promociona y promueven las buenas prácticas en las universidades y empresas, y si en las empresas y negocios se premiara no a los que “actúan bien”, porque todos deberían actuar de esa forma, sino que se premia a aquellos que hagan señalamientos adecuados y oportunos de prácticas de corrupción, algo que reconocemos no es fácil porque muchas veces esta está en los niveles superiores, muy seguramente, este cáncer puede comenzar a erradicarse.

Los colombianos deberíamos dejar de quejarnos tanto, de criticar tanto, de abusar de las redes para destrozar a los demás, y comenzar a actuar para acabar con la corrupción que, por lo que uno alcanza a ver, está en todos los niveles. El fenómeno no es exclusivo de la izquierda o la derecha, no es exclusivo de los funcionarios públicos, aunque su significado está relacionado más que todo con los funcionarios de ese nivel, y no es de pobres o ricos, de jóvenes o viejos, de cachacos o costeños. La corrupción está en todas partes, en todos los niveles y la “normalizamos” cuando somos parte o protagonista de ella.

Si queremos un país sano y próspero deberíamos comenzar a atacar la corrupción desde nuestros hogares, desde nuestro propio ser, desde nuestro entorno y desde la escuela. No podemos permitir que se “normalice” más lo que no es ético.

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