Con los ojos cuadrados y los glúteos secos vamos a quedar todos, si no logramos contener al famoso virus que, desde hace 6 meses, nos tiene a punta de virtualidad, sentados frente a un computador, tablet o móvil, si somos afortunados de tener uno de esos aparatos.
Cuando la calle se convirtió en un peligro, la casa fue el mejor refugio, y el internet el mejor amigo. Pero ese amigo ahora es nuestro nuevo verdugo.
Ahora por internet se ofrecen toda clase de cursos, desde los más útiles y prácticos, profesionales, difíciles y de gran interés, hasta los más banales y mediocres, o de resultados muy dudosos.
Con esfuerzo y dedicación, con profesionales que sepan utilizar las redes correctamente y con herramientas útiles se pueden aprender muchas cosas, no lo niego, pero creo yo que no hay una sola profesión que no exija el contacto real con la vida, aunque sea con simuladores. No hay profesión u oficio que no requiera del contacto humano, de la interacción sin barreras.
Uno puede estudiar para astronauta de forma virtual con expertos de la Nasa y solo sabe si es bueno y capaz cuando se monta en una nave espacial o cuando antes ha pasado por un simulador.
Uno puede aprender todas las teorías sobre un baile, siguiendo los cursos virtuales, pero de que hace falta el profesor que te esté enderezando la postura, que te esté moviendo los brazos, hace falta. Y eso sólo es posible en lo presencial.
Yo ya, a estas aturas de la cuarentena, me aburrí de la oferta de cursos virtuales, del teatro, la música, la danza, la comedia, en casa, del concierto online donde no sudo, ni veo cómo bailan y disfrutan los que están a mi alrededor, o cómo sufren y corren los que están en tarima y los técnicos. Estoy aburrida de los “en vivo” sobre lo humano o lo divino, de los vendedores online que me quieren enseñar a vender, de los expertos en redes que me quieren convencer que solo saldré de pobre si domino sus técnicas, de los aburridos y aburridas enseñándome platos de cocina que le gustan a ellos y no a mí.
Me aburrí y me preocupa el sedentarismo producto de las redes. No es lo mismo un niño sentado frente a un computador de 7 de la mañana a 1 de la tarde, que un niño en un salón de clases en el mismo horario, pero con la posibilidad de hacer “maldades”, moverse, reírse y respirar otros aires distintos al de la casa.
Yo he sido una abanderada del respeto a las normas, que muchas veces no entiendo, de la OMS o del Ministerio de la Salud, he sido una de las que ha guardado una juiciosa cuarentena, (estuve 5 meses sin asomarme a la puerta de la casa). Soy de las que uso tapabocas si voy a asomarme a la puerta, me lavo las manos frecuentemente, y sólo he hecho dos visitas a familiares muy cercanos.
Pero, aunque la calle me hace falta, lo mismo que los espectáculos masivos, las visitas de fin de semana de mis nietos y las cocinadas con mi cuñado, voy a seguir manteniendo un distanciamiento físico, un aislamiento preventivo, un encierro controlado. Pero… no creo que aguante muchos meses más esclavizada a la virtualidad que está acabando con mis ojos y las pocas “sentaderas” que tenía.
Tendré que volverme ermitaña de verdad o tendré que readaptar mi vida para bailar más cuando estoy en la cocina; hacer ejercicios con la ayuda de la escoba y el trapero, para escuchar más que noticias en la radio. Dejaré de aprender y de estar “comunicada” a ver si los otros sentidos diferentes a la vista se siguen ejercitando.