Juan Alejandro Tapia
Columnista / 11 de enero de 2025

La caja de chicles

Si no fuera un perfecto desconocido para las nuevas generaciones, Pepe Cortisona, el eterno antagonista de Condorito en la historieta del chileno René Ríos Boettiger, Pepo, que redefinió la latinoamericanidad en los años 50, podría ser el modelo ideal para las campañas de diseño de sonrisa y blanqueamiento dental de esta época. ‘Saco de plomo’, como fue rebautizado por el pajarraco, no podía cerrar la boca porque el tamaño de sus dientes se lo impedía, y por eso iba por la vida con una sonrisa perenne, de un blanco artificial que hacía juego con su personalidad. El velorio de un amigo, allí estaba Pepe con su enchape resplandeciente bajo el bigote; apagón en Pelotillehue, la ciudad ficticia donde habitaban casi todos los personajes -especie de Macondo urbana del sur del continente-, Pepe alumbraba el camino con su linterna de incisivos, caninos y molares. Un adelantado que, quizá, en estos tiempos habría tenido mejor suerte con la voluptuosa Yayita.

Hace ya un par de décadas que la geometría de la sonrisa y la tonalidad de los dientes -hueso, concha, champaña, marfil, tiza- empezó a marcar la pauta entre las celebridades latinas de la televisión y la música para luego saltar a las redes sociales y los campos de fútbol. Pero el ideal de tener una caja dental brillante y alineada mutó al ciudadano común transformado en obsesión: cada vez más blancos, más cuadrados, más grandes, más perfectos e irreales. Y la demanda excesiva ha terminado por repercutir en la calidad de la oferta. Hoy, los exquisitos diseñadores de nuevos rostros, arquitectos plásticos de la sonrisa, no alcanzan a cubrir el mercado, y ese vacío ha sido llenado por empañetadores o maestros de obra.

Es como si todas las caras tuvieran la capacidad de llevar el mismo molde bucal, que ha uniformado el gesto particular e individual de la sonrisa. ¿Acaso es inaceptable un diente torcido, pequeño, desnivelado o de tono amarillo? Solían ser un rasgo definitivo de aprobación o rechazo en materia de gustos, de la desigualdad de la belleza, desplazado ahora por la producción en serie de las llamadas «cajas de chicles Adams».

La obsesión por la chocolatina dental es marcadamente latina, con énfasis en México, Colombia y la comunidad hispanoparlante de Estados Unidos. Pierde fuerza hacia el norte y el sur del continente, por lo que no es extraño encontrar una estrella de cine estadounidense con su sonrisa natural ni a un periodista deportivo o un jugador de fútbol argentino con sus ‘paletas’ sin retocar.

Pobre Pepe Cortisona, vencido en la batalla por el corazón de Yayita por un rival al que no le hizo falta tener dientes.

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