Como si se tratase del más avezado de los frontmen, por unos cuantos segundos, las más de 40 mil almas apretujadas en el Villa Park de Birmingham posaron sus ojos y toda su atención en su barba larga y poblada que le caía más abajo del pecho, melena rubia hasta debajo de los codos y una guitarra electroacústica terciada sobre sus hombros. Un poco más abajo, su ‘hierro eléctrico’ aún en estado de quietud, como esperando el momento para soltar la descarga.
Recorriendo cada resquicio del estadio, en una sensación casi mística, como un rito, Zakk Wylde posa sus dedos sobre las cuerdas y deja escapar unos primeros acordes suaves que hacen que el recinto reaccione con una ovación un tanto contenida.
Todos los presentes reconocen la melodía y, como una especie de complicidad tácita, entienden que ha iniciado de verdad el Sabbath. Detrás de Wylde, sentado sobre un trono completamente oscuro, coronado con una cabeza de murciélago y las alas desplegadas -no, esta vez el príncipe no podía, aunque quisiera, darle una sola dentellada-, con el micrófono arropado entre sus manos, como quien sostiene un pájaro en invierno, con una delicadeza firme y determinada, de su voz escaparon las primeras líneas de un rezo que convocó despedidas.
Times have changed/ and times are strange/ Here I come but I ain’t the same/ Mama, I’m coming home…
Sí, por supuesto: los tiempos han cambiado, los tiempos son extraños, y la voz de Ozzy ya no es la misma. Él ya no recorre el escenario con pequeñas carreras explosivas; ahora debe cantar sentado desde el trono. Y aunque su voz acusa el desgaste de años, de todos los excesos, aún no pierde su potencia, su tono melódico introspectivo. Y sí, no solo los presentes entienden muy bien que es hora de volver a casa.
Time’s gone by, it seems to be. You could have been a better friend to me. Mama, I’m coming home…
Y, por supuesto que sí, los tiempos pasados parecen mejores. Lo cierto es que a todos nos resulta difícil decir adiós; lo cierto es que a todos nos gustaría volver a casa. Pero, ¿dónde está ese lugar al que queremos ir así sea por una última vez? Mama, algunas veces yo también he soñado con volver a casa, pero el tiempo, que no perdona, ya nos ha robado demasiado. Y ya se nos hace imposible volver al inicio.
Lo cierto es que, justo en ese momento, cuando Ozzy Osbourne, con voz temblorosa, le dice al mundo que es hora de volver a casa, todo el Villa Park en Birmingham se estremece. La otrora ciudad de brumas, de hierros y metales pesados donde inició todo, también se estremece mientras su hijo más díscolo, su ‘príncipe de las tinieblas’, se despide y les dice a todos, con voz quebrada, que, pese a que lo han expulsado y aceptado muchas veces, que se ha perdido y encontrado en otras tantas, no es fácil, porque él no soporta decir adiós.
Sin duda, se trató del momento más emotivo de la jornada. Sin duda, no es el Parkinson lo que hace que el mundo interno de Ozzy tiemble; es el trémulo fervor que produce el último baile de una leyenda sobre el escenario. Y sí, los metachos también lloran. Y no, el rock and roll ni el metal han muerto todavía, ni morirán por ahora.
Y, la verdad, viendo a los jovencitos que nos presentaba la cámara llorar mientras Ozzy nos iba soltando, a pedazos, el valor de su legado, debo decirles, señoras y señores, que 40 mil personas en el Villa Park, sumadas a las más de 6 millones de almas conectadas al streaming, han logrado un récord histórico. No, señores: el rock está muy, pero muy vivo todavía.
Mama, I’m coming home, uno de los mayores éxitos de la discografía en solitario de Ozzy Osbourne, del álbum No more tears, coescrita con Lemmy Kilmister, líder de la legendaria banda Motörhead, y con aportes musicales del guitarrista Zakk Wylde, será recordada como el himno que conmovió a los asistentes al gran encuentro de despedida de Black Sabbath, considerados los padres de un sonido que se convertiría en un estilo de vida, en una posición frente al mundo, frente a la vida misma.
El pasado 5 de julio, las redes sociales colapsaron con el alucinante contenido que nos iba dejando el concierto, compartido a retazos. James Hetfield, vocalista de Metallica, recordó en vivo la importancia del legado de la legendaria banda de Birmingham: “Sin Black Sabbath, no existiría Metallica. Gracias por darnos un propósito en la vida”.
Aquaman resultó metalero
Justo cuando la icónica banda Pantera inició con los primeros riffs que identifican a una de sus canciones más reconocidas, Cowboys from Hell, el reconocido actor Jason Momoa, presentador del evento, abandonó todos los protocolos para sumarse al público. Se le vio saltando y coreando a todo pulmón el estribillo, mientras participaba activamente en el masivo mosh pit.
Y sí, Aquaman dejó un rato las profundidades marinas para soltar codo y pata, para estrellar los hombros con desconocidos con los que lo único que comparte es el gusto por una música que sigue representando a una buena parte de la población mundial.
El trueno de los tarros
Chad Smith, baterista de los Red hot chili peppers, Travis Barker, el hombre de los tarros de Blink-182, y el baterista Danny Carey deleitaron al público con una poderosa muestra de virtuosismo mientras interpretaban una versión de Symptom of the Universe. Los doble bombos estallaron, mientras los riffs salvajes del guitarrista Tom Morello, de Rage against the machine, los acompañaba.
Bandas históricas como Slayer y Tool demostraron en tarima por qué han sido dignas herederas de un legado que aún sigue vivo y ‘coleando’. La potente banda de metal Slayer realizó una de las más poderosas puestas en escena, llevando al público del Villa Park a saltar y poguear al ritmo de algunos de los riffs más inolvidables de la escena del metal.
El aquelarre final
El broche de oro del inolvidable ‘aquelarre’ protagonizado por los más insignes ‘monstruos’ del rock y el metal se dio cuando el llamado ‘príncipe de las tinieblas’ se reunió con sus compañeros originales de la banda: Tony Iommi, considerado el arquitecto y responsable del sonido que hoy se conoce como heavy metal, gracias a los riffs oscuros de su guitarra, Geezer Butler en el bajo y Bill Ward en la batería. Interpretaron los cuatro himnos definitivos que marcaron el camino de algo que, con los años, se ha convertido en mucho más que un sonido característico o un género: War pigs, Iron man, N.I.B. y Paranoid.
I’ve seen your face a thousand times/ Every day we’ve been apart/ I don’t care about the sunshine, yeah/ ‘Cause, Mama, Mama I’m coming home/ I’m coming home/ I’m coming home…
Claro, príncipe: todos hemos visto esas caras mil veces, todos también hemos estado separados muchos días. Igual, el sol no importa, porque contigo, en ese preciso instante, todos volvimos a casa… Mama I’m coming home. I’m coming home. I’m coming home…