Los coloridos artículos en la Galería Artesanal la 72 contrastan con la soledad que se percibe en estos días en ese punto de Barranquilla.
En años anteriores este punto de Barranquilla es un hervidero de canavaleros en busca de la pinta para la fiesta, pero hoy luce solitario y apagado. Muchos están vendiendo lo que les quedó del año pasado.
El solitario y gris panorama de la calle 72 entre carreras 45 y 46, en la Barranquilla de estos días de febrero, es muy diferente al de años anteriores cuando al sector más concurrido de la ciudad en pre y Carnaval se llenaba de disfraces y música propios de la temporada.
Si no fuera por las camisetas, tocados, faldas, sombreros y máscaras que ofrecen los comerciantes Galería Artesanal y Comercial la 72, cualquiera compararía el ambiente tranquilo con los días de Semana Santa.
“Los artesanos estamos de brazos cruzados, las ventas están muy suaves por la pandemia”, confiesa Julio Enrique Márquez Gómez, el más veterano de las ventas en este tradicional punto de Barranquilla.
Él, que ha permanecido 46 años sobre la calle 72, primero vendiendo frutas, luego aliándose los comerciantes paisas que a finales de los setenta invadieron la ciudad de sombreros y carrieles el Carnaval, y luego ofreciendo flores, dice que por culpa del Covid-19 los ingresos son casi nulos.
Márquez, de barrio El Santuario, fue uno de los líderes de la asociación de artesanos que hoy agrupa a un centenar de afiliados liderados por Alexi Herrera Pérez.
En este punto de la ciudad recuperado durante la administración del alcalde Alejandro Char Chaljub, este veterano comerciante lleva 46 años.
“Con este oficio levanté a mi familia e hice profesionales a mis cinco hijos. Ellos son mi orgullo”, dice a través de un tapabocas carnavalero que él ofrece entre 5.000 y 7.000 pesos en su puesto.
Rodeado de pintas coloridas, sombreros vueltiaos y la infaltable camiseta de moda, “Perro con perro” (la que más ha vendido, asegura), reconoce que el coronavirus aisló a la humanidad, pero que todo pasará pronto apenas llegue la vacuna.
“Tenemos que cuidarnos, usar tapabocas, lavándonos las manos, guardar la distancia, seré uno de los primeros en poner mi brazo para la vacuna”, asegura el esposo de Leonor Sandoval con quien se casó hace 35 años.
Julio dice que ha sido afortunado porque durante el aislamiento sus hijos le ayudaron, pero no ocurrió lo mismo con sus colegas. Por eso dice a la Alcaldía que los tenga en cuenta para beneficios económicos con la reactivación.
Frente al puesto de Julio permanece Miriam Mejía Castro, barranquillera de 63 años residente en el barrio La Manga.
Con la venta de artesanías lleva más de 20 años, pero antes estuvo vendiendo frutas en la puerta de la Universidad Autónoma del Caribe, negocio que heredó su hijo Manuel Solano. Pero por la pandemia quedó sin ingresos.
“Llevamos casi un año con ventas muy suaves, casi nulas, pero estamos bien por la gracia de Dios”, asegura.
Miriam coincide con Julio en que esta pandemia nos aisló, al punto de suspender el Carnaval, la mejor época en cuanto a ventas para los artesanos.
“Acá ha llegado uno que otro cliente a comprar un disfracito, pero nada más. Es que no hay fiesta, pero tampoco hay plata”, dice resignada.
Sin embargo, se ha sostenido con la venta de sombreros, llaveros, mochilas y otras artesanías que la gente lleva.
En la Galería Artesanal y Comercial la 72 también está Leidys Pérez Herrera, residente en el barrio la Manga, quien lleva cinco años vendiendo artesanías en el puesto de su primo Alexi Alfonso Herrera Pérez, gerente de Artesanías African People.
“Lastimosamente el virus nos tiene bastante angustiados, las ventas no están muy buenas, entonces decidimos no invertir en artículos de Carnaval. Estamos trabajando con lo que nos quedó del año pasado”, añade.
Leidys exhibe camisas que ofrece a 20.000 pesos, tocados, entre $15.000 y $20.000, turbantes, de $12.000 a $15.000, entre otros artículos.
“No estamos ni en un 5 por ciento de lo que vendimos el año pasado cuando llegó mucho turista, pero este año no hay a quién venderlo. Invertir en artículos de Carnaval es trabajar a pérdidas, las ventas están demasiado quietas, pero también hay que entender que todos nos tenemos que cuidar para que los contagios no suban”, dice.