Mi colega y amiga de hace muchos años Mabel Morales hizo suya una expresión, que yo podría decir es su marca personal: “Claro, clarito, claro” y que es lo que en estos momentos están reclamando los carnavaleros y el sector artístico-cultural de la ciudad ante las incoherencias relacionadas con la realización o no del Carnaval 2022.
Nadie ignora que el mundo tiene hoy una situación de salud que nos obliga a vivir de una manera diferente, donde el autocuidado es tan necesario como el aire para vivir, sin olvidarnos que hay quienes luchan por respirar aire puro y a otros no les importa estar en zonas contaminadas. De hecho, según mediciones de expertos, grandes ciudades del mundo no serían aptas para vivir, pero están super pobladas, como Delhi en la India; Kabul en Afganistan; Pekin en China; Abudhabi en Emiratos Árabes, México DF, en México, y Santiago, en Chile, por solo nombrar algunas.
Esos estudios también señalan que, en el mundo, por cuenta de la contaminación en el aire, mueren anualmente alrededor de 7 millones de personas de forma prematura.
Por otro lado, pocos se atreverán a decir que la vida no está por encima de cualquier cosa y por eso, la frase “prefiero vivir” no puede estar en el mismo nivel de discusión cuando lo que se plantea es la disyuntiva entre autorizar, por ejemplo, la realización de una fiesta tradicional con gran dosis cultural, como el Carnaval, o cancelarla porque “preservamos la vida”.
No se vive del aire, ni se vive del miedo. La vida debe continuar después de la tremenda sacudida que nos produjo la aparición del Covid y que, en el caso de Barranquilla y el Atlántico, dicho por las autoridades, el sector salud se preparó profesional y logísticamente; sus habitantes reaccionaron positivamente a la vacunación, que aparece como la panacea para evitar o minimizar las muertes, y muchos han cumplido con los aislamientos y las medidas “oficiales” de autocuidado.
Sin embargo, nada de esto parece importante para tomar la decisión de cancelar eventos de precarnaval y tener en vilo la realización de la fiesta en febrero, que nunca podrá organizarse de la noche a la mañana, ni podrá tener recursos económicos ante la incertidumbre de los patrocinadores.
Se olvidan que además del componente cultural, el Carnaval mueve la economía de la ciudad y el departamento de manera significativa, contribuye a un mejor bienestar psicológico de la gran mayoría de los habitantes, y es el componente principal de desarrollo creativo, artístico, social y económico.
Nadie obliga a nadie a asistir a una fiesta, pero con todo respeto, nadie debería prohibirles a costureras, diseñadores, maquilladores, estilistas, artesanos, bailarines, músicos, productores técnicos, comerciantes, hoteleros, transportadores y una interminable cadena productiva, artística y cultural, que busquen realizarse como seres humanos y productivos en lo que saben hacer, en lo que les gusta hacer y en lo que siempre han trabajado.
Más grave aún es ilusionar a los carnavaleros nombrando una reina o muchas, lanzando una programación, poniendo a marchar las ilusiones de miles y salir con el cuento de que “debemos preservar la vida”, mientras hay aforo libre y total para movernos en un transporte masivo que parece una caja de sardinas, asistir a encuentro deportivos, trabajar en lugares cerrados, volver al colegio en aulas pequeñas y cerradas, y asistir a reuniones políticas en esta época pre-electoral.
Me perdonan lo mal pensada, pero a este cuento le falta un pedazo y no se está hablando con la verdad. Y yo, apropiándome de la frase célebre de Mabel, y recogiendo el sentir de los carnavaleros, me atrevo a pedir que “hablemos claro, clarito, claro”. La cuestión, para mí, pasa por la improvisación y la falta de recursos. Y que conste que yo amo la vida.