Juan Alejandro Tapia
Columnista / 2 de marzo de 2024

Corleone Daza

La mejor historia de mafia jamás contada, El padrino, de Mario Puzo, llevada al cine por Francis Ford Coppola en tres entregas, popularizó entre los criminales soñadores del mundo una idea incompatible con la realidad: la del patriarca Vito Corleone muriendo de viejo en su jardín mientras intenta sacarle una sonrisa a su nieto. Idea que retomó el director ítalo-americano para la escena final de Michael Corleone, heredero del poder y las miserias de su padre, quien, agobiado por el dolor que ha causado a las mujeres que lo amaron, muere sentado en una silla mientras proyecta en su mente el pasado, víctima de los años y no de las balas.

Hay diferencias entre la muerte de Michael y la de su padre. El menor de los tres varones Corleone cae fulminado por un infarto tras repasar su vida frente a un agreste paisaje siciliano, metáfora de su corazón, sin más compañía que un perro andariego que, al verlo tirado, se acerca a olfatearlo. ¿Ha denigrado Michael de sus acciones justo antes de expirar? No queda claro. Es un anciano arrepentido de las consecuencias, pero es probable que no de sí mismo. Porque es un anciano, y eso, en su mundo, importa. Sus enemigos hace mucho están bajo tierra, sepultados por él; la justicia no ha logrado desenmascararlo, atraparlo ni arrebatarle el poder. ¿Ha ganado?

Morir de viejo, tras jubilarse a tiempo para disfrutar del ocaso laboral rodeado de hijos y nietos, es el anhelo secreto de todo delincuente. Salvo el personaje ficticio de Vito Corleone, muy pocos lo han conseguido. El último en perder la oportunidad fue Roberto Carlos Vega Daza, asesinado el martes 27 de febrero en Valencia, España, tras ser el único sobreviviente de la masacre del 29 de junio de 2023 en Villa Campestre, Barranquilla, en la que murieron su padre y sus dos hermanos.

Como los Andolini, que terminaron por apellidarse Corleone debido a un tecnicismo migratorio, los Daza provenían de una tierra de nadie, La Guajira. El padre, Rafael ‘Kike’ Vega, abrió la puerta a sus descendientes para que entraran al negocio familiar y estuvo cerca de cumplir el sueño de morir de viejo y criando nietos, pero fue acribillado en la puerta de su residencia con dos de sus hijos, Ray Jesús y Ronald Iván.

Los tres hermanos Vega Daza, como los Corleone -Sonny, Fredo, Michael-, idolatraban a su padre. Era una familia unida, que parrandeaba junta y brindaba su apoyo incondicional a algunos cantantes vallenatos de moda. Basta con recodar las pomposas celebraciones de los Corleone, retratadas por Coppola al comienzo de cada una de las tres películas de la saga, para entender el significado de las fiestas para la mafia.

Fue la magia del cine la que produjo el hechizo que los atrapó a todos, desde Pablo Escobar y Griselda Blanco -que se hacía llamar ‘La madrina’ y bautizó a uno de sus hijos Michael Corleone- hasta los Vega Daza. Queda poco ya de esta familia guajira que supo hacerse un lugar en la mesa del poder en Barranquilla. Lo mismo pasará con sus asesinos y con los asesinos de sus asesinos.

Que el crimen no paga, todos los delincuentes lo saben; que terminarán con un hoyo de bala en la cabeza o pudriéndose en una celda, también; que verán morir a familiares y amigos inocentes, lo presienten. Pero El Padrino I, II y III hizo que creyeran que podían salirse con la suya y, tal vez, llegar a viejos.

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