Sonia Gedeón
Columnista / 25 de julio de 2020

Del pasillo a la ventana

Mucho es lo que hemos escuchado en estas últimas semanas sobre lo que será de ahora en adelante la experiencia de viajar en avión.

Las regulaciones implican protocolos de bioseguridad personales, de los responsables de la operación de los aeropuertos y de las mismas aerolíneas transportadoras. Entre las exigencias están llegar dos horas antes para vuelos nacionales, chequeo digital, equipaje solo en bodega, uso obligatorio de tapabocas y distanciamiento social en tierra.

A bordo la cosa cambia. Los directivos de las aerolíneas en todas sus declaraciones han sido sistemáticos al enunciar que la capacidad de aforo del 35% exigida en el transporte público, entiéndase metro, buses, colectivos, etc., no aplica para los aviones porque el negocio no sería viable y ellos dicen garantizar una calidad de aire libre de virus y bacterias que se purifica cada tres minutos.

Así las cosas, los que seguimos soñando con viajar, no tenemos mas opción que aprender a viajar manos libres, sin entretenimiento a bordo, con el uso del baño restringido, con las pantallas y artículos de entretenimiento anulados y sin acceso a refrigerios. Mas eso no es todo. El abordaje se dará de atrás hacía adelante y las cotizadas sillas de los pasillos hasta ahora las más codiciadas por los viajeros, pasan según los entendidos a ser las más expuestas al posible contagio del Covid-19.

Ahora cobra protagonismo la ventanilla y tengo que confesarles que siempre fue y sigue siendo mi favorita. En ese sentido, tengo anticipada una ganancia. Es en la ventana donde siento que tiene sentido el placer de flotar en el universo y que éste es un espacio donde puedo poner mi imaginación a volar, mientras el avión se remonta y las nubes describen paisajes y escenas que despiertan la creatividad y esa sensación de libertad que trae el tocar literalmente el cielo con las manos.

A través de la ventana, también se disfrutan en los vuelos largos, la puesta del sol y el despuntar del alba, se pueden admirar en su esplendor los arrecifes coralinos en la inmensidad del mar, las cimas nevadas de las montañas, los valles sembrados y las luces que nos hablan de las ciudades que duermen, mientras el avión cruza raudo en la inmensidad de la noche con cielos despejados o de tormenta.

En la ventana viajo feliz. Me fascina ver como se cruzan en el aire, aeronaves en diferentes direcciones, como en una gran autopista sideral, mientras, dependiendo de la ruta, aparecen estampas que vivirán por siempre en la retina como el cruce del Aconcagua, la soledad que despierta la inmensidad del desierto sahariano o la belleza indescriptible del mar mediterráneo en la aproximación al aeropuerto de Beirut.

En esta retrospectiva teniendo la ventana como marco, me doy cuenta que en adelante, los amantes de volar en la silla del pasillo extrañarán lo que para ellos es sinónimo de confort. El pasillo les daba la independencia para moverse libremente sin perturbar al vecino, mas al mismo tiempo estaban expuestos al constante tráfico de pasajeros y tripulación y a una bañadita de café o cualquier otra bebida al mínimo error de pulso. Cuestión de gustos. No discusión. Por algo se dice que entre gustos y colores no discuten los doctores.

En la diversidad esta definitivamente el placer y en esta nueva era de viajes que se aproxima tendremos que ir haciendo los ajustes para disfrutar sin nostalgias del goce que significaba pasar por esos inmensos centros comerciales en que se convirtieron los aeropuertos en los que se conseguía de todo y sin remordimientos para las compras de último minuto de los infaltables chocolates belgas, los turrones españoles, los moritos del Astor, el manjar blanco del Valle y todas esas golosinas para la familia y los amigos que siempre nos esperan para celebrar el reencuentro y la alegría de volver a casa.

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