Tras la pandemia ¿utopía o distopía? Para entender mejor la distopía del futuro, les quiero decir un ejemplo sobre los transhumanistas, que según Max Moore «buscan la continuación y aceleración de la evolución de la vida inteligente más allá de su forma humana actual y sus limitaciones por medio de la ciencia y la tecnología, guiados por principios y valores de la promoción de la vida”.
Tal es el caso de Lepht Anonymous que hasta el momento lleva más de 50 chips en su cuerpo. Lepht es una biohacker y transhumanista británica que, a lo largo de su vida se ha realizado distintas cirugías. Desde colocarse un chip de tarjeta de crédito en el brazo, hasta intentar incorporar un dispositivo con almacenamiento USB, capaz de conectarse a internet para recibir y enviar información desde su interior. Hay escenas que nos hacen pensar que nos encontramos en una distopía futurista. La gente compra en el mercado con máscaras, los saludos se volvieron japoneses, se perdió la socialización, nada de saludos afectuosos, ni abrazos, las parejas casándose con máscaras antigás, algo le paso al tiempo; esta pandemia nos desenfocó. Los largos encierros nos volvieron anacoretas cibernéticos despistados; vivir en pijama es ahora perfectamente normal, días enteros frente a un televisor, eficientes empleados condenados al teletrabajo, el descanso es cambiar de pantalla, el jabón se volvió nuestro mejor aliado, alcohol en el bolsillo permanente.
Los suicidios se incrementaron, la depresión se volvió el pan de cada día, si antes la depresión y el estrés eran una pandemia sin el virus, ahora se potencializó aún más, nos volvimos todos unos HIKIMORI. Sospecho que ya a todos les da miedo salir, el mundo afuera se convirtió en una amenaza. A veces pienso que la humanidad caminaba con desprecio pero directo al desastre, y creía que se podía burlar de la naturaleza, que todo era parte de la evolución, del progreso, del desarrollo, hasta que surgió la pandemia que puso el planeta de rodillas, todo se puso lento, el tiempo se estancó, y un día, nos encontramos con la peor pesadilla, ponernos frente a la muerte sin compasión.
Pero lo más irrisorio es que la humanidad le ha ido perdiendo el miedo a la muerte y la frase es “la vida tiene que continuar”, y parece que nos hacemos la vista gorda al peligro y todo vuelve a la aparente normalidad, una ficticia normalidad diría yo, ante este virus invisible a la vista.
Lo distópico nos habla de elementos que podemos identificar vividos desde diferentes maneras, que nos habla de elementos que vemos hoy en día como segregación, totalitarismo, control, inseguridad, pobreza, falta de seguridad, falta de higiene, falta de salud, soledad, tristeza, falta de organización; nos habla de una deshumanización de la sociedad futura, el control intrusivo que ejerce la tecnología sobre la humanidad, en fin me atrevería a decir de una sociedad unitaria, egoísta, donde la plata es lo más valioso.
La distopía explora nuestra realidad actual con la intención de anticipar como ciertos métodos de conducción de la sociedad podrían derivar en sistemas injustos y crueles.
En otras palabras la distopía es lo opuesto a la utopía. Mientras la utopía imagina un mundo donde las doctrinas se acoplan a un mundo de manera armoniosa en el funcionamiento de las sociedades, la distopía, por su parte, toma la base del planteamiento utópico y lo lleva a sus consecuencias más extremas. Si seguimos encaminados a una sociedad distópica escucharemos como un eco lo que me dijo un joven alguna vez. Fue tal vez la frase más lamentable que he escuchado, me dejó muy triste y pensativo: «una de las cosas que tengo más claras, es que la sociedad tal como es ahora, no me gusta, vivo en ella porque no me queda otro remedio, y porque al mismo tiempo que la aborrezco, la necesito para subsistir: pero no me gusta.”
En nuestras manos está qué le queremos dejar a las siguientes generaciones, un mundo de utopía o un mundo de distopía.