Nuestra Gente / 20 de febrero de 2021

El ‘cura chef’ que evangeliza y levanta templos vendiendo las comidas que él prepara

El padre Jorge Luis Rodríguez con el grupo de fieles que lo acompañan, cada semana, en la preparación de los alimentos.

Miredvista.co

Al sacerdote Jorge Luis Rodríguez le tocó sacar adelante la reconstrucción de la Iglesia San Rafael, que colapsó por un vendaval en 2013. Con la ayuda de su comunidad, consiguió los fondos a través de un restaurante popular.

Al padre Jorge Luis Rodríguez, párroco de San Rafael, su mamá, Mercedes Osorio de Rodríguez, lo tuvo estando de pie. Ella, que parió a sus cuatro hijos sin dolor, estaba atendiendo una visita, cuando sintió que el niño se le estaba saliendo y, efectivamente, de no ser porque una familiar corrió y se lo aguantó, el bebé hubiera caído al suelo. Dos horas después nació su hermano mello, Jorge Alfredo.

Este hecho insólito, anecdótico, marcó la estrecha relación entre este cura y su madre, quien en la primera década de sacerdocio de su hijo lo apoyó abnegadamente al punto de que se puso al frente de ventas de pasteles para recoger fondos para que el pudiera construir su primer templo.

Hoy, diez años después de fallecida, ella sigue inspirándole en su misión de levantar, espiritual y materialmente, a su comunidad, sobre todo a la hora de conseguir los recursos. Por eso, a punta de sancochos, fritos, paellas, hayacas, arroces trifásicos, cenas navideñas, pasteles y mucho más, elaborados por él mismo con la ayuda de sus fieles, ha podido reconstruir un templo en Usiacurí y un colegio en Galán, levantar otros dos los barrios Montes y Galán, y dejar comprado el lote para edificar una iglesia más en Rebolo y las obras en marcha para otra en ese mismo sector.

Por su habilidad en la cocina, el padre Jorge Luis es conocido como el ‘cura chef’ y así precisamente promociona esa especie de restaurante popular que ha forjado con su comunidad en el barrio Montes, donde está ubicada la parroquia de San Rafael, en la calle 30 con carrera  25, en el suroriente de Barranquilla. “Mi mamá hacía pasteles y fritos, y con la venta, reuníamos fondos para levantar el templo del barrio Galán, de donde era párroco. Yo no sabía ni hacer un arroz blanco, pero aprendí viéndola a ella y seguí su ejemplo tras su muerte”, dice.

Este sacerdote de la Arquidiócesis de Barranquilla nacido en Sabanalarga, Atlántico, y que se ordenó el 20 de diciembre de 1998, ofició sus dos primeros años como vicario en diferentes sectores de Malambo, donde fundó el Colegio Jesús Buen Pastor y fue exaltado por el Concejo y la Alcaldía. En 2000 recibió su primera asignación: párroco de Usiacurí, donde en tres años logró remodelar, exterior e interiormente, el templo Santo Domingo de Guzmán, así como su altar y sus jardines.

En 2003 fue trasladado a Barranquilla, donde fue nombrado párroco de la iglesia San Pedro y San Pablo, en el barrio José Antonio Galán, y allí permaneció 10 años y 7 meses. “Encontré una célula que funcionaba en una bodega y por ello me di a la tarea de comprar un predio y construir la iglesia. Logré formar una comunidad muy espiritual, trabajadora y construir un bello templo que algunos llaman la Catedral del sur”, explica.

Entregando un pedido en el fin de año.

Meneando un sancocho un domingo.

“En José Antonio Galán encontré una célula que funcionaba en una bodega y por ello me di a la tarea de comprar un predio y construir la iglesia”.

Fue para esta obra que que doña Mercedes, su mamá, se propuso ayudarle a reunir fondos mediante la venta de pasteles los fines de semana, además de las rifas y otras actividades que hacían. Y el resultado fue tan bueno que, terminado el templo, el sacerdote pudo forjar también la célula pastoral Jesús Buen Pastor, en el barrio San Nicolás.

En 2011, el padre Rodríguez fue trasladado a la parroquia de San Rafael Arcángel y, simultáneamente, el Arzobispo le puso al frente de dos células pastorales en Rebolo, San Miguel y San Gabriel. A esta misión llegó solo, sin su mamá, pues ella había fallecido 6 meses antes.

San Rafael está ubicada en una zona limítrofe entre los barrios Montes, Rebolo y muy cerca de San Roque; es un sector con serios problemas de pobreza, inseguridad, drogadicción, donde además el sacerdote se encontró con iglesia en mal estado. De hecho, un vendaval en septiembre de 2013 hizo colapsar la maltrecha edificación, por lo que posteriormente hubo que demolerla toda.

“Fue una etapa durísima”, dice. Registros de prensa de la época dan cuenta de una donación inicial de $100 millones que hizo la Arquidiócesis para empezar las obras. Al padre Jorge Luis Rodríguez le tocó sacar a relucir, una vez más, su espíritu guerrero y emprendedor, para no bajar la guardia ante la falta de apoyo en ese momento de las autoridades locales, de los vecinos del templo –el corredor comercial de la calle 30, especializado en materiales de construcción, madera y hierro, entre otros– y de un sector de la feligresía que, incluso, se dispersó y migró a otras iglesias.

El padre Rodríguez en plena tarea de servir los pedidos.

“La riqueza no está en tener, sino en dar de lo que se tiene con amor”.

“No hay nada imposible, sino hombres incapaces: en cuatro años, y tras $1.400 millones reunidos con mucho esfuerzo e invertidos pulcramente, levantamos un templo que es un orgullo. Para ahorrar gastos, yo mismo hice el diseño de lo que quería; obviamente, un ingeniero hizo luego su tarea para que esto quedara bien hecho. Y sumé a la comunidad en los trabajos y en el cuidado de la obra”, relata.

A la par con lo material estaba la labor evangelizadora, que empezó a dar frutos, de tal forma que las procesiones de Semana Santa, que anteriormente se hacían a las 4 de la tarde dentro del templo, hubo que sacarlas porque la gente no cabía. Las últimas que se hicieron fueron romerías que ocuparon cuadras. “En la iglesia no había imágenes, ni sepulcro ni nada. Yo me traje mi tradición de Sabanalarga, y monté los pasos en las procesiones, en fin, y la feligresía empezó a volver. Así fui evangelizando a personas que estaban en otro cuento, los vinculé, los puse a barrer, a limpiar y a cuidar el templo”, agrega.

El padre Rodríguez habla con orgullo de su feligresía. “Gracias a la comunidad hicimos esto, porque de las empresas del sector no recibí nada. Con actividades como rifas, un plan padrino en el que más de 200 personas donan mensualmente $20 mil y una empresa grande de pasteles que hemos montado y que nos produce entre 8 y 12 millones de pesos al mes hicimos un bello templo de dos pisos, al que le hacen falta los salones parroquiales en el segundo piso y un parqueadero, para lo que necesitamos unos $800 millones”.

“La riqueza no está en tener, sino en dar de lo que se tiene con amor”, asegura este sacerdote que cuenta además que en la misa de 6.30 de los domingos su equipo de trabajo vende un promedio de entre 12 y 15 libras de frijol, en buñuelos que le dejan unos $200.000, y que los viernes madruga al mercado para comprar lo que se necesita para la comida que venderán el domingo al mediodía.

Así luce hoy la Iglesia de San Rafael, en el suroriente de Barranquilla.

“En el mercado me conocen y ya no se extrañan cuando me ven escogiendo lo que voy a comprar o con un saco de papas al hombro. Por eso es que me rinde la plata, porque si me toca barrer, barro; si me toca cocinar, cocino”.

“A las 5 de la mañana estoy en la plaza buscando el bijao, las verduras, o la carne, el cerdo y demás víveres. En el mercado me conocen y ya no se extrañan cuando me ven escogiendo lo que voy a comprar o con un saco de papas al hombro. Por eso es que me rinde la plata, porque si me toca barrer, barro; si me toca cocinar, cocino”, apunta.

Por la tarde, las señoras de su equipo pican toda la verdura y preparan lo que van a usar al día siguiente, en la preparación de la comida, o en los pasteles, por ejemplo. Para este domingo, dice que es probable que ofrezca bandeja paisa.

El sacerdote, que también se desenvuelve con los postres, dice que le gusta mucho preparar comida de mar, platos de la gastronomía española y también lo que llaman comida de monte: ñeque, conejo o hicotea. “Una particularidad mía es que cocino sin aceite”, confiesa.

Hoy hay un sacerdote que, por petición de él a la Arquidiócesis, le ayuda con las células de Rebolo a su cargo. “En 23 años de sacerdocio prácticamente he estado en tres parroquias, pues debido a esta misión constructora me han dejado más de lo normal, que son 5 o 6 años. Es que la vocación es servicio y entrega”, puntualiza.

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