Hace trece años el grupo puertorriqueño Calle 13 lanzaba su canción La vuelta al mundo con un video dirigido por el argentino Juan José Campanella, el mismo de El hijo de la novia y la oscarizada El secreto de sus ojos, con la temática de romper las ataduras que obligan a permanecer en un empleo por miedo a la incertidumbre o a la presión social, que pueden llegar a pesar más, incluso, que el riesgo real de morirse de hambre. Cuatro años antes, en 1996, el trovador cubano Silvio Rodríguez ponía a sonar su propio manifiesto, Soltar todo y largarse, que iba más allá de desprenderse de un trabajo molesto y sugería «volver al santo oficio de la veleta». Nada nuevo: ya desde la década del 70 el catalán Joan Manuel Serrat cantaba a los cuatro vientos «harto ya de estar harto, ya me cansé» en su legendaria Vagabundear. Proclamas de tono introspectivo que no estuvieron ni cerca de producir una desbandada de renuncias como la protagonizada en la actualidad por la llamada ‘generación de cristal’, veinteañeros y de menor edad a los que se les enferma el gato y dejan de ir a trabajar.
El ejemplo del gato es lo más parecido a un meme, pero su carga simbólica refleja el choque de dos maneras de concebir el mundo y, ante todo, la vida. Por supuesto que la salud del perro o el felino, para una generación que no los asume como mascotas y los incluye en el núcleo familiar, es motivo justificado para ausentarse de la empresa o posponer un compromiso laboral. ¿Por qué no habría de serlo si en muchos hogares son los miembros más queridos? No es un capricho de estos tiempos, sino la consecuencia evolutiva de 30.000 años de relación con los cánidos, que pasaron de compañeros de caza en los bosques a dormilones de alfombra en las casas. Fueron sus antepasados quienes los domesticaron, no estos nuevos adultos a los que ahora tildan de frágiles. La poca resistencia a las frustraciones que les atribuyen, por lo menos en el ámbito profesional, es apenas una cara de la moneda, la que le conviene ver a una parte de la sociedad que antepuso el modelo tradicional de estabilidad a su bienestar emocional. La otra cara es la de los jóvenes que no están dispuestos a repetir los remordimientos tardíos de sus mayores, lo que necesariamente implica el cambio de objetivos de vida. ¿Otro producto de la evolución?
Sucedió hace poco con el futbolista Juan Fernando Quintero, de 30 años, quien, entre las razones que expuso para renunciar a Junior a una semana de comenzar el campeonato y con el salario más oneroso de empleado alguno en Colombia, estuvo la de no sentirse a gusto con las directrices y maneras de su superior inmediato, el técnico Hernán Darío Gómez. «No me siento cómodo en el aspecto futbolístico ni encajo con muchas cosas del manejo de grupo. Para evitar sentirme mal simplemente tomé la decisión y ya está», dijo el jugador en entrevista con el canal Win. Son los argumentos de cientos de jóvenes que a diario abandonan sus puestos de trabajo en un país con elevada tasa de desempleo, a pesar de no contar con una malla de seguridad como la cuenta bancaria del volante creativo antioqueño. No les taladra el cerebro la idea de comprar casa o pensionarse, como a las generaciones que los antecedieron, pero les atemoriza no tener algo atractivo que contar o mostrar a los demás.
Cuenta la leyenda, para seguir con el fútbol, que el 15 de octubre de 2008, al concluir el encuentro por las eliminatorias al Mundial de Sudáfrica entre las selecciones de Chile y Argentina en el Estadio Nacional de Santiago, Alfio ‘Coco’ Basile, veterano entrenador de la ‘albiceleste’, de pelo entrecano engominado y voz gutural de jefe de la mafia, ingresó al camerino ofuscado por la derrota 1-0 y vio a los más jóvenes del equipo, Messi y Agüero, ensimismados en sus celulares. La escena, clara muestra de indolencia en opinión del técnico, lo llevó a declarar que los jugadores habían perdido «mística» y desencadenó su salida. Por la misma línea de Quintero, la entonces estrella del Barcelona respondió a la prensa que no entendía a qué jugaban. Episodios como este son frecuentes en las oficinas cuando jefes y subalternos permiten que la diferencia de edad abra una grieta entre ellos. Sentirse a gusto y con tiempo libre para aprovecharlo –o desaprovecharlo– como mejor les plazca son factores que pueden marcar más en la balanza para los nuevos adultos que un salario fijo, prestaciones sociales y subsidios para gafas.
Como hincha de Junior deseo sinceramente que Quintero no encuentre equipo, que vuelva a perder la batalla contra la cuchara («nalgón» era su apodo en River), que las lesiones no le permitan retomar su nivel, que no lo convoquen más a la Selección y que deba dedicarse de lleno al reguetón y la venta de vinos, actividades que parecen generarle más felicidad que el fútbol, pero reivindico su derecho a irse cuando le dé la gana de un empleo por el simple y contundente hecho de no estar de acuerdo con el trato o las políticas de su jefe.