Pilar Castaño
Columnista / 3 de junio de 2020

El gran Alejandro

Alejandro Obregón: “Cuando se pinta hay que ser sensible, sensato, sensorial, y tener un sentido común o rajatabla, además de tener la sensitividad de cualquier loco”. Así hablaba pausado el poeta del color, uno de los grandes maestros del arte moderno colombiano, quien con sus trazos fuertes logró plasmar en sus lienzos la naturaleza y la violencia: sus cielos, vientos, mares, barracudas, alcatraces, toros, y cóndores. Nació en Barcelona hace 100 años, el 4 de junio de 1920. Ahí pasó su infancia hasta 1934. Hizo sus estudios con los jesuitas, cerca de Liverpool, en Inglaterra. Luego en Boston, en el Museum School of Fine Arts. Regresa después a Barcelona, donde pasa todo el período de la II Guerra, en calidad de vicecónsul de Colombia. Luego pasa seis años en Francia, entre París y Alba la Romana, una pequeña ciudad en Montelimar. Barcelona, París y Colombia, son los tres lugares que influyen en la formación artística de Obregón.

En 1947, pinto un pez, lo miro y digo: ¡pero que fácil es pintar!, y ahí arranca todo… por primera vez siento que pinto de dentro pa’ fuera… antes de esto pintaba de fuera hacia adentro, influenciado por los maestros europeos y el movimiento cubista de Picasso y Braque.”

Mi pintura es libertad. Libertad es la mejor palabra a todo lo que he querido hacer. La pintura vive y está hecha entre la verdad y la mentira.”

El cóndor, uno de los símbolos de Obregón en múltiples pinturas, fue su amigo cuando el vivió en Bogotá. Lo encontró en el campus de la Universidad Nacional, le llevaba hígados de pollo y se sentaba en el prado a observar ese magnífico ejemplar andino. Quería dibujarlo, inmortalizarlo, se volvió una obsesión. Y al final del día, le robaba plumas y dibujaba con plumas de cóndor, en su taller estilo Belle Epoque, sobre el Teatro Faenza, en el centro de Bogotá.

Barranquilla fue muy importante para su espíritu bohemio y vagabundo. Con sus amigos, amantes del ron, la literatura y la belleza de las mujeres, fundó La Cueva, lugar y refugio de la complicidad intelectual. Sus compadres, Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas, y muchos más. Obregón amaba la poesía, era poeta. Le escribió a Blas de Lezo al que definió como un “Teso”. También le escribió a los alcatraces, que tienen la desgracia de morir ciegos. Paradójicamente, como el mismo maestro al final de sus días. Era un poeta en la vida cotidiana, una metáfora viviente. Obregón inspiró grandes historias como “El ahogado más hermoso del mundo” de García Márquez. También inspiró al poeta y novelista Álvaro Mutis, en la novela Abdul Bashur soñador de mares, junto a Maqroll el gaviero, y estuvo muy cerca de la escritura de la novela “La casa grande” de Álvaro Cepeda Samudio.

Cartagena y su taller en la Calle de la Factoría donde escarbaba como un loco sus lienzos en blanco hasta encontrar lo que quería, vieron nacer desde finales de los 60s. obras maestras entre trementina ron y sus demonios. Este personaje que cuando no tiene la paleta en la mano y su mirada en los colores, llena sus dedos de cigarrillos, sus palabras de humo y su silencio de anécdotas. Según él, el amor se puede pintar de muchos colores. Hoy lo recordamos. “No necesitamos que pintes; necesitamos que existas!˝ le dijo la escultora y gran amiga, Feliza Burstyn.

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