Patricia Escobar
Columnista / 14 de enero de 2023

El horror de llegar a Barranquilla

Yo soy de las que creo que Barranquilla ha crecido, tiene más cara de ciudad, está visualmente mucho más agradable con los parques recuperados y los boulevares y rotondas reverdecidos. Creo que hay sitios bonitos e interesantes, que el Malecón del río indudablemente fue un acierto y ha servido para volver atractiva la ciudad.

Creo que los desarrollos urbanísticos hablan de que la ciudad está creciendo, y que los trabajos por el Centro, el caño y el mercado -muy lentos para mi gusto-, le han cambiado la cara a la capital del Atlántico.

Me gustan los grandes, medianos y pequeños negocios y los emprendimientos, especialmente en el sector de la gastronomía, y el entretenimiento que se han abierto en los cuatro puntos cardinales de la ciudad después de la pandemia, y que ofrecen gran variedad de sitios y productos.

Con todo esto, y tal vez por estar pegaditos a Soledad y sin dolientes de verdad, llegar a esta capital es caótico, es feo, produce terror, y no permite que los nuevos visitantes se enamoren de entrada de ella, ni que los empresarios y comerciantes sientan que invertir y crecer aquí vale la pena.

El aeropuerto Ernesto Cortissoz que, aunque ubicado en Soledad sirve a Barranquilla, fue “remodelado” por una millonaria cifra, pero de “internacional” no tiene sino el nombre: es feo, incómodo, sin una sala digna para entregar el equipaje, con unos corredores largos, poco iluminados, con un aire acondicionado a medio funcionar, con las mismas salas de espera de hace mil años, y sobre todo, con un personal -no solo del aeropuerto, si no también de las aerolíneas-, poco amable. El parqueadero es carísimo, y el servicio de taxi no es el mejor, puesto que muchos de los conductores no están atentos a sus pasajeros, no son buenos anfitriones y no ofrecen opciones de llegar al destino final, como por ejemplo, hacerlo por la Vía de la Prosperidad.

La famosa calle 30 es un caos. Con eso de que es una vía nacional, de que es de Soledad, de que sirve a Barranquilla, tiene un tramo largo que da la impresión de que uno está llegando a una ciudad abandonada. Algunas de las empresas del sector se han encargado de mantener sus antejardines arreglados, pero la gran mayoría parecen lotes abandonados, el boulevar nada qué ver, el sector del Colegio Inem parece un mercado público y las orejas del puente sobre la Circunvalar están abandonadas a su suerte.

Y ni qué hablar de la Terminal de Transportes, que también está ubicada en Soledad y también sirve a Barranquilla. Da pánico llegar allí después de las 6 de la tarde, y aturde, ensordece, enloquece, si la llegada es en el día. El sitio esta abandonado: sucio, con las rejas oxidadas, con señalización anticuada, con los baños dañados, con personal mal vestido, con un parqueadero caótico, con pocos taxis que lleven a los viajeros a sus residencias u hoteles. La Terminal de Transportes da pena. No es la terminal que le da una buena imagen o un buen servicio a los viajeros.

Si la llegada es por el Puente Pumarejo, uno se encuentra con la disyuntiva si ingresa por la Vía al Puerto y se expone a un robo, mal que afrontan a diario los transportadores de carga, o se va por la calle 17, insegura, sucia y con muchos tramos en mal estado, o sigue derecho por la Avenida Simón Bolívar y se somete a la tortura de un tráfico desordenado al máximo.

La mejor de las entradas entonces es la que nos une a Cartagena, sin olvidarnos que la vía nacional nunca fue entregada con la amplitud que se prometió y que se están adelantando trabajos de Barranquilla a Puerto Colombia que por estos días congestionan el tráfico. Porque la Oriental está bien, pero al llegar, otra vez a Soledad, comienza el suplicio, sin que la llamada Sexta Entrada sea una buena opción para transitar, y que lo mejor es tomar la nueva vía de la Prosperidad que realmente es la única entrada digna a la capital del Atlántico.

Y con todo eso, lo peor para la ciudad es el Puerto. No recibe pasajeros, ni turistas, pero mueve la economía. Es la entrada al país de los productos importados, y la salida de muchos de los productos que exportamos. Pero el Puerto es noticia un día sí y un día no, porque el calado no es el ideal, porque la sedimentación es una amenaza permanente, porque no tiene una draga propia, porque su mantenimiento es una responsabilidad de muchos y de ninguno. No nos engañemos, el Puerto no está a la altura que debería y que promocionamos.

Las entradas a la ciudad puede que no sean responsabilidad directa de los gobiernos locales, tampoco parecen serlo de los gobiernos nacionales; entonces, hay que buscar la figura para que sean dignas y funcionales entre vecinos: en el caso de Barranquilla, con Soledad y Puerto Colombia, principalmente. Creo que, si Barranquilla quiere seguir en su senda ganadora, proyectándose como un gran lugar para vivir, trabajar o invertir, tiene que ponerle atención a este tema.

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