Sentado en su mecedora, cogiendo fresco bajo un árbol, el sueño del pibe es el mismo de una ciudad entera: ponerse la camiseta del equipo de su tierra, ganar un mundial, celebrarlo con mamá. Es el sueño de un niño nacido en condiciones duras, en un barrio donde las balas zumban como mosquitos pegados a la oreja; el sueño de llegar a ser alguien gracias a una pelota. Un sueño recurrente que lo obsesiona y atormenta, y que vuelve a cumplirse, por cuarta vez, cuando el hombre despierta.
Con casi 40 años, Teófilo Gutiérrez, el niño temperamental que aprendió a moverse por las canchas del mundo con la astucia que le permitió sobrevivir en las calles polvorientas de La Chinita de finales de los 90, volvió esta semana a Junior. Un sueño con los ojos abiertos, como lo mostró el video promocional de su regreso, un sueño dentro de otro sueño: el de los fanáticos que esperaban volver a verlo para ilusionarse con algo más grande: gritar campeón, levantar la copa, corear su nombre, pedirle que no crezca nunca ni se atreva a levantarse de esa mecedora.
El sueño de que Teófilo jamás deje de usar esos colores, de defender a su gente, de soltarles a la cara a los rivales, mirando bien de frente a las cámaras y sin pizca de modestia, que a su edad es el mejor jugador de fútbol de Colombia. Porque tal fue su declaración el día que regresó al Metropolitano a reencontrarse con los suyos, el día que volvió el vengador, el Capitán Barranquilla, a demostrar que los años no pasan para un superhéroe, que las piernas no pesan y la barriga no crece.
Para despistar a los incrédulos, apareció de gala en la sede del club, con saco brillante, pantalón ajustado y mocasines de marca, cual artista de moda. Fue el primer mensaje a su pueblo: me importan, no vengo a firmar mi contrato como acostumbran los demás: en sandalias, camiseta y bermuda. Lo mismo hizo al siguiente día, en su presentación, cuando soltó la frase de que es el mejor. Era un disfraz, como los que usan Clark Kent o Bruce Wayne, su verdadera personalidad salió a flote cuando dejó en el camerino la ropa fina y saltó a la cancha con la piel del Junior de Barranquilla.
No tardó en ponerse la máscara de marimonda y en mostrar lo que es: un niño de cuatro décadas que sigue soñando como ayer. Teófilo Gutiérrez representa como nadie el sueño del pibe, el tango inmortal de Enrique Campos:
Mamita, mamita, se acercó gritando/ la madre extrañada dejó el piletón/ y el pibe le dijo, riendo y llorando/ el club me ha mandado hoy la citación/ Mamita querida, ganaré dinero/ seré un Maradona, un Rojita, un Boyé/ dicen los muchachos, del Oeste Argentino, que tengo más tiro que el gran Bernabé.
Vas a ver que lindo cuando allá en la cancha/ mis goles aplaudan, seré un triunfador/ jugaré en la quinta, después en primera/ yo sé que me espera, la consagración.
Dormía el muchacho y tuvo esa noche/ el sueño más lindo que pudo tener/ el estadio lleno, glorioso domingo/ por fin en primera lo iban a ver.
Surgido de la nada, hijo de la adversidad, Teófilo Gutiérrez representa también la esencia de su ciudad, el perfume; todo en él huele y transpira barranquilleridad. Es el hijo consentido, también el pródigo, que vuelve a casa para quedarse a vivir por siempre en el sueño eterno del hombre que coge fresco bajo un árbol en una mecedora.