Wilson García
Columnista / 29 de enero de 2022

Entre condicionantes y justificantes

Los modos inculcados para la interrelación en nuestra sociedad siempre han estado determinados entre condicionantes y justificantes, condicionantes por la clasificación de estrato al que nos incluyen bien por linaje o por registro civil, servidumbre o patrono, y justificantes por medio de inducir principios morales que nos honren, Dios y Patria, lo que permite aprobar o desaprobar nuestro comportamiento social.

Quienes hemos elegido vivir desde el universo de lo creativo ya somos por naturaleza la antonomasia, “Artistas”, de lo que para los otros significa curiosidad, provocación, inquietud, dudas, expresión, comunicación, irreverencia, atrevimiento, descontrol, impertinencia, mala educación, vulgaridad, creatividad, inmoralidad, anarquismo, protesta, investigación, descubrimiento, aliento y visión de sí mismo y de los demás. Acciones todas que están fuera de poder controlar la condición comunitaria y la justificación de pertenencia de una persona para vivir en comunidad. 

Desde lo políticamente correcto lo artístico no hace parte de esa estructura social ideal que determina y justifica las razones para pertenecer a un estado de organización de país, pero desde lo humanísticamente entendible somos y seremos la esencia motivacional para fortalecer la creencia en las capacidades inventivas y analíticas del ser.

Popularmente ha sido lugar común asociar la palabra Loco con Artista, y vemos en las expresiones y creaciones que realizamos algunas locuras que pasan de ser incomprensibles a convertirse en esencia del ser, para ejemplo la imaginación de Julio Verne, Leonardo D´Vinci o Nikolá Tesla a los que socialmente se les ha tomado como excéntricos locos en su época, luego visionarios de la siguiente y para hoy son ideas creadoras necesarias en la modernidad.

Ellos atendiendo su intuición, aplicando su conocimiento, creyendo en sus teorías e investigaciones y sin estar pendiente de justificantes y condicionantes ajenos, transformaron el comportamiento de la humanidad instalando sus creaciones y haciéndonos pasar desde la “anormalidad” a la “normalidad”. Esa ha sido la ruta y estigma del inventor, artista y creador a través de la historia y es la expresión artística la que tiene la responsabilidad de mantener los pensamientos colectivos abiertos y ejercitados para aportar al mundo sensiblemente cuando haya que aplicar decisiones con sentido común, detonando el carácter sensato de cada quién y motivándolo para que participe en una fuerza comunitaria.

El arte por esencia, y dicotómicamente, es política y apolítica cuando de diplomacia y discursos se trata, pero la cultura, que integra las artes y a sus artistas, es la voz, el decir y el entender de quienes han sido educados desde la sensibilidad y la belleza emocional del ser. La fuerza cultural del intelectual y el artista entre nosotros está debilitada por la doble moral y el servilismo, afectada por la mala práctica de la ambición personal y viciada por la necesidad de supervivencia, el intelectual colombiano en gran porcentaje elige ese lugar como una etiqueta de honor social más que como una acción de conocimiento con valor y carácter personal, a la muestra el dicho caricaturesco de Cultura se escribe con C de Coctel.

Escritores, diseñadores, pintores, actores, actrices, escenógrafos, músicos, bailarines, cantantes, titiriteros, circenses, productores, gestores, y todas las ascendencias y descendencias de las expresiones artísticas que mueven cargos y funciones creativas generadores de vida cultural, laboral y productividad del país, no tienen una voz o gremio representativo, ni han sido reconocidos, ni se les ha dado un lugar dentro de la estructura que motiva las capacidades de desarrollo social en “c”olombia,* como sí se ha hecho en el campo de los agrarios, agropecuarios, los sanitarios, los administradores, los de las leyes, los economistas financieros, técnicos y tecnológicos entre otros, cualificando sus procesos y formaciones y siendo incluidos en todo acto de gestión política y social.

El sector cultural y el de las artes escénicas en particular no es solo un remilgado campo de algunos “loquitos excéntricos inventivos” ya es tiempo de que la política de país y la sociedad en general integren en sus hábitos de vida lo cultural, que cuenten con nuestras capacidades y profesionalismo sin condicionantes, ni justificantes estigmatizados, porque somos un aportante a desarrollo y crecimiento del ser tanto intelectual, espiritual como productivamente.

Con nuestras creaciones movemos el alma y sostenemos la fe en sí mismo de cada uno de los ciudadanos, mejoramos el estado de ánimo y motivamos la vida incentivando el amor propio, la admiración y respeto de nuestros semejantes.

En febrero el Ministerio de Educación, de Cultura y PNUD presentarán al país la cartilla con las cualificaciones del teatro, la música, la danza y el circo para integrarnos al sistema nacional de cualificaciones, un documento creado metodológicamente con la participación de los artistas, creadores y gestores, que permite técnicamente integrar las expresiones de las artes escénicas dentro del sistema organizativo, educativo y laboral con toda la coherencia, el respeto y el reconocimiento que como competencias creativas y autodidactas generamos para una experiencia laboral que sobrepasa fronteras e impone identidad cultural y de capital ante otras sociedades. Es el momento de articular el campo creativo inventivo de las artes con el sistema educativo y laboral del país, cerrar brechas y armonizar la calidad de vida de los artistas que, a pesar de no tener acompañamiento de políticas culturales y humanísticas de peso, han podido mover sus proyectos, crear, ser y producir por cuenta propia, dándole mucho reconocimiento a su nacionalidad con las creaciones resultadas de sus obras y repertorios, al caso Cien Años de Soledad y su autor.

Nuestro condicionante al país es que sostengamos la libertad de expresión y la creación como una identidad cultural, nuestro justificante el valor y respeto por el ser humano, eso es para mi el mejor lugar para estar entre condicionantes y justificantes.

* Escribo “c”olombia con c minúscula, como manifiesto al maltrato infantil que vivimos.

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